Las Caticrónicas
Miriam Chepsy las bautizó. Textos nacidos en Internet, al compás de la crisis argentina, pasados por el cedazo de mi modo de ver las cosas, narran en clave de humor, ironía o nostalgia, diversos hechos que pueden resultar atractivos para el lector. Este blog continúa escribiéndose en www.caticronicas2.blogspot.com ¡Los espero!
lunes, noviembre 29, 2010
lunes, agosto 31, 2009
Las Caticrónicas tienen nueva casa
Aunque está sin estrenar, les pido que nos agreguen a sus favoritos, ya que de ahora en más nos encontrarán en http://www.caticronicas2.blogspot.com/ porque este blog agotó su capacidad...
¡Los esperamos!
Cati Cobas
jueves, agosto 13, 2009
227- La yapa
Preámbulo: “El quechua o quichua es una familia de lenguas estrechamente emparentadas originaria de los Andes centrales que se extiende por la parte occidental de Sudamérica. Es hablada por más de nueve millones de personas y parece no estar relacionada filogénicamente con otras familias conocidas, por lo que es considerada la decimoquinta familia de lenguas más extendida en el planeta y la segunda en América, después del castellano”.
Del quechua, que tanta influencia ejerce en este Río de la Plata y dedicado, con mucho cariño, a Rosa M. Arroyo, de Madrid…
La yapa
“No entiendo por que razón tu corazón se me escapa,
y tu boquita me mata,
cuando me dices que no,
y aparte del corazón, te pido “la yapa””.
Letra y música de “Los nocheros”
Yapa, llapa o ñapa, mis amigos españoles preguntan siempre por esta palabrita que para mí es mágica porque combina la generosidad con la picardía, la dádiva, con el “marketing” intuitivo de gauchos e inmigrantes decimonónicos y del siglo veinte.
Yapa significa ayuda, aumento, añadidura, algo que se da gratuitamente y también, en ingeniería, el azogue que en las minas argentíferas de América se añade al mineral para facilitar el término de su trabajo en el buitrón.
José, el almacenero de mi infancia constituye para mí, siempre golosa y afecta a disfrutar de las cosas ricas, el paradigma de la yapa. Imaginen los lectores a una niña de cuatro o cinco años, que no alcanzaba la altura del mostrador, acompañando a su mamá en la compra. Y a José, llegado en los años cincuenta a Buenos Aires desde Pontevedra, calvo, menudo, ojitos zarcos, envolviendo fideos, harina, azúcar en papel de estraza y cerrando los paquetes con unos simpáticos nuditos que se obtenían al dar vuelta el envoltorio sobre sí mismo, en una cabriola llena de pericia y dignidad.
Mamá pagaba lo recibido y ahí venía lo mejor. José anunciaba ostentosamente: “Señora Aurora: no se vayan sin la yapa". Era el momento preciso en que mis glándulas salivales comenzaban a funcionar con la promesa de unas aceitunas verdes, un puñado de maníes o papas fritas o, tal vez, si la compra había sido muy importante, una pequeña tableta de chocolate Milkibar. De ese modo, José se aseguraba el regreso de la clienta y mi eterna simpatía por todo lo que proviniese de la península y más precisamente de las provincias gallegas.
Claro que nuestro gentil almacenero no era la excepción en aquel Buenos Aires del siglo pasado, ya que muchos comerciantes empleaban el recurso descripto. La costumbre venía de la época de las pulperías de campo y era, a no dudarlo, una excelente estrategia de mercado que, seguramente, ya estaba incluida en el cálculo de costos de cada comerciante. Pero creaba en el cliente la ilusión del “regalito”, de la “atención”, del recibir algo porque sí, por el hecho de ser cliente fiel de un comercio.
La yapa ya no existe como tal en Buenos Aires. Tampoco los almacenes comandados por gallegos como José. Los supermercados chinos han reemplazado aquellos comercios con estanterías de madera y botellas prolijamente alineadas, con alacenas vidriadas y balanza de platillos. ¡Con libreta de hule negro para los que debían recurrir al “¿me lo anota?” !
Pero la palabra sigue empleándose por aquí. A veces, en el mismo sentido original y otras, para contar alguna desgracia extra. Por ejemplo, cuando alguien dice: “estamos a fin de mes y, de yapa, me cayeron todos mis cuñados a comer” o: “teníamos poco con el perro y, de yapa, la vecina nos dejó al gato para que se lo cuidemos por el fin de semana”. Esas “yapas” no son tan lindas como las de mi infancia, con toda seguridad. Aunque también hay una yapa de carácter gerontológico porque están, no quiero olvidarme, los que “viven de yapa”, cuando todas las previsiones anuncian la inminente llegada de la Parca, que felizmente, nunca llega.
Sin embargo, entre los cambios que propondría para estos tiempos, está el regreso de la yapa. Pero no concreta y material, necesariamente. La que quisiera es la de hacer las cosas todo lo bien que se pueda y “algo más”, porque sí, porque nos complace dar de nosotros lo mejor, lo máximo posible, para alegría del otro. Y, sobre todo, para satisfacción de nosotros mismos.
Cati Cobas
http://www.flickr.com/photos/carlospauluk/
Del quechua, que tanta influencia ejerce en este Río de la Plata y dedicado, con mucho cariño, a Rosa M. Arroyo, de Madrid…
La yapa
“No entiendo por que razón tu corazón se me escapa,
y tu boquita me mata,
cuando me dices que no,
y aparte del corazón, te pido “la yapa””.
Letra y música de “Los nocheros”
Yapa, llapa o ñapa, mis amigos españoles preguntan siempre por esta palabrita que para mí es mágica porque combina la generosidad con la picardía, la dádiva, con el “marketing” intuitivo de gauchos e inmigrantes decimonónicos y del siglo veinte.
Yapa significa ayuda, aumento, añadidura, algo que se da gratuitamente y también, en ingeniería, el azogue que en las minas argentíferas de América se añade al mineral para facilitar el término de su trabajo en el buitrón.
José, el almacenero de mi infancia constituye para mí, siempre golosa y afecta a disfrutar de las cosas ricas, el paradigma de la yapa. Imaginen los lectores a una niña de cuatro o cinco años, que no alcanzaba la altura del mostrador, acompañando a su mamá en la compra. Y a José, llegado en los años cincuenta a Buenos Aires desde Pontevedra, calvo, menudo, ojitos zarcos, envolviendo fideos, harina, azúcar en papel de estraza y cerrando los paquetes con unos simpáticos nuditos que se obtenían al dar vuelta el envoltorio sobre sí mismo, en una cabriola llena de pericia y dignidad.
Mamá pagaba lo recibido y ahí venía lo mejor. José anunciaba ostentosamente: “Señora Aurora: no se vayan sin la yapa". Era el momento preciso en que mis glándulas salivales comenzaban a funcionar con la promesa de unas aceitunas verdes, un puñado de maníes o papas fritas o, tal vez, si la compra había sido muy importante, una pequeña tableta de chocolate Milkibar. De ese modo, José se aseguraba el regreso de la clienta y mi eterna simpatía por todo lo que proviniese de la península y más precisamente de las provincias gallegas.
Claro que nuestro gentil almacenero no era la excepción en aquel Buenos Aires del siglo pasado, ya que muchos comerciantes empleaban el recurso descripto. La costumbre venía de la época de las pulperías de campo y era, a no dudarlo, una excelente estrategia de mercado que, seguramente, ya estaba incluida en el cálculo de costos de cada comerciante. Pero creaba en el cliente la ilusión del “regalito”, de la “atención”, del recibir algo porque sí, por el hecho de ser cliente fiel de un comercio.
La yapa ya no existe como tal en Buenos Aires. Tampoco los almacenes comandados por gallegos como José. Los supermercados chinos han reemplazado aquellos comercios con estanterías de madera y botellas prolijamente alineadas, con alacenas vidriadas y balanza de platillos. ¡Con libreta de hule negro para los que debían recurrir al “¿me lo anota?” !
Pero la palabra sigue empleándose por aquí. A veces, en el mismo sentido original y otras, para contar alguna desgracia extra. Por ejemplo, cuando alguien dice: “estamos a fin de mes y, de yapa, me cayeron todos mis cuñados a comer” o: “teníamos poco con el perro y, de yapa, la vecina nos dejó al gato para que se lo cuidemos por el fin de semana”. Esas “yapas” no son tan lindas como las de mi infancia, con toda seguridad. Aunque también hay una yapa de carácter gerontológico porque están, no quiero olvidarme, los que “viven de yapa”, cuando todas las previsiones anuncian la inminente llegada de la Parca, que felizmente, nunca llega.
Sin embargo, entre los cambios que propondría para estos tiempos, está el regreso de la yapa. Pero no concreta y material, necesariamente. La que quisiera es la de hacer las cosas todo lo bien que se pueda y “algo más”, porque sí, porque nos complace dar de nosotros lo mejor, lo máximo posible, para alegría del otro. Y, sobre todo, para satisfacción de nosotros mismos.
Cati Cobas
http://www.flickr.com/photos/carlospauluk/
(Fotografía pendiente de autorización)
sábado, agosto 01, 2009
226-El miedo (Es el tema del mes de mi foro ICEBERG NOCTURNO)
¿Tendrá miedo? Abre sus ojos casi ciegos como si volviera a darle nombre a cada cosa, a cada pequeño detalle del mundo exterior. más allá de las cuatro paredes de su casa.
Hace tanto que se ha hecho dueña del silencio. Más de diez años ha pasado casi muda, entre sus muebles, sus plantas y esa ventana a la que se asomaba, apoyada en su bastón de tres patas.
¿Tendrá miedo? Aurora, sentada en el coche que la lleva a otro lugar que no es el suyo, decide no llorar. “No quiero dar gusto a los vecinos”. “Me has cuidado mientras has podido, hija, nada nos debemos”. (Eso quise entender anoche mientras nos despedíamos). Mamá no llora. Hubiera querido que lo hiciera. Me sentiría mejor, lo juro. Pero Aurora –sigue siendo Aurora- contempla el mundo mientras el coche avanza hacia su nueva casa.
¿Tendrá miedo? ¿Podrá sobrevivir a este tajo infernal? ¿A esta estocada que mi cansancio y la vida le dan con noventa años a cuestas? Está de espaldas a mí, y sonríe al conductor. Espía las calles, los edificios, con curiosidad. Comprende que vivirá en un barrio que no es el nuestro. ¿Tendrá miedo?
El coche llega a destino. Bajamos sus cosas -¡qué poco necesitamos al final de la vida!- y Aurora entra a la que será su nueva casa. ¿Tendrá miedo?
Otra vez los ojos, redondos y asombrados. La recibe la médica encargada del lugar. Aurora se da a entender, procura ser amable y atenta. Hasta simpática. ¿Tendrá miedo?
La acompañan a conocer su habitación, los sitios y la gente que reemplazarán en lo cotidiano la vida familiar y un tanto desquiciada a la que estaba acostumbrada con dos adolescentes en rebeldía dando vueltas por nuestra casa. ¿Tendrá miedo?
Aurora almuerza con apetito, y yo salgo un momento por un café porque los responsables del lugar así lo sugieren. ¿Tendrá miedo? Mi corazón y mi estómago son uno de puro dolor y encogimiento. No debimos tomar esta decisión. ¿Y si muere de pena ahora mismo? ¿Qué hará por las noches cuando no nos vea? ¿Tendrá miedo? ¿La atenderán bien? ¿Serán crueles con ella? ¿Podrá darse a entender entre extraños? ¿Tendrá miedo?
Colocamos en su mesa de luz la imagen de la Virgen de Lluc, que la acompaña desde hace un tiempo, junto a un portarretrato con una foto de la última Navidad y un pequeño florero con flores celestes, que pensé podía gustarle. La abrazo en su nueva cama, en la que se dispone a descansar a la hora de la siesta. Ya no tengo nada que hacer ahí. Volveré al día siguiente.
La casa está en silencio. Su cuarto: vacío.
Hace tanto que se ha hecho dueña del silencio. Más de diez años ha pasado casi muda, entre sus muebles, sus plantas y esa ventana a la que se asomaba, apoyada en su bastón de tres patas.
¿Tendrá miedo? Aurora, sentada en el coche que la lleva a otro lugar que no es el suyo, decide no llorar. “No quiero dar gusto a los vecinos”. “Me has cuidado mientras has podido, hija, nada nos debemos”. (Eso quise entender anoche mientras nos despedíamos). Mamá no llora. Hubiera querido que lo hiciera. Me sentiría mejor, lo juro. Pero Aurora –sigue siendo Aurora- contempla el mundo mientras el coche avanza hacia su nueva casa.
¿Tendrá miedo? ¿Podrá sobrevivir a este tajo infernal? ¿A esta estocada que mi cansancio y la vida le dan con noventa años a cuestas? Está de espaldas a mí, y sonríe al conductor. Espía las calles, los edificios, con curiosidad. Comprende que vivirá en un barrio que no es el nuestro. ¿Tendrá miedo?
El coche llega a destino. Bajamos sus cosas -¡qué poco necesitamos al final de la vida!- y Aurora entra a la que será su nueva casa. ¿Tendrá miedo?
Otra vez los ojos, redondos y asombrados. La recibe la médica encargada del lugar. Aurora se da a entender, procura ser amable y atenta. Hasta simpática. ¿Tendrá miedo?
La acompañan a conocer su habitación, los sitios y la gente que reemplazarán en lo cotidiano la vida familiar y un tanto desquiciada a la que estaba acostumbrada con dos adolescentes en rebeldía dando vueltas por nuestra casa. ¿Tendrá miedo?
Aurora almuerza con apetito, y yo salgo un momento por un café porque los responsables del lugar así lo sugieren. ¿Tendrá miedo? Mi corazón y mi estómago son uno de puro dolor y encogimiento. No debimos tomar esta decisión. ¿Y si muere de pena ahora mismo? ¿Qué hará por las noches cuando no nos vea? ¿Tendrá miedo? ¿La atenderán bien? ¿Serán crueles con ella? ¿Podrá darse a entender entre extraños? ¿Tendrá miedo?
Colocamos en su mesa de luz la imagen de la Virgen de Lluc, que la acompaña desde hace un tiempo, junto a un portarretrato con una foto de la última Navidad y un pequeño florero con flores celestes, que pensé podía gustarle. La abrazo en su nueva cama, en la que se dispone a descansar a la hora de la siesta. Ya no tengo nada que hacer ahí. Volveré al día siguiente.
La casa está en silencio. Su cuarto: vacío.
También mi corazón.
Lloro por las dos y por la vida.
Regreso día a día porque no puedo quitarme la pregunta de la entraña. Es como separarse de un bebé recién nacido. Aurora me parece extremadamente frágil. Debe tener miedo aunque me sonría cada vez que llego, y me asegure que no hace falta que regrese todos los días para verla porque está bien y la atienden mejor.
¡Tiene que tener miedo…! ¡Me lo oculta, sin duda! Su amor de madre es más fuerte que los deseos de llorar y de quejarse por su nueva situación! ¡Por eso disimula sus temores y sus incomodidades!
Día tras día vuelvo, obsesivamente y a distintas horas. Tengo que ver el miedo en sus ojos en algún momento.
Llegue cuando llegue, Aurora está tranquila, sonriente, contempla el jardín, a sus compañeras y compañeros, guiña un ojo a la mucama que le alcanza un vaso de agua. ¿Estará mejor que con nosotros?
Este jueves voy a verla, y la encuentro tratando de colocar en un tablero de lotería los números de las bolillas que la terapista ocupacional canta en el bingo. En unas horas, un peluquero le arreglará el cabello. ¿Tendrá miedo?
¡Ay Aurora! Con noventa años a cuestas todavía podés sorprenderme y enseñarme. Darme lecciones de flexibilidad y de coraje. Como buena maestra me estás regalando tu sabiduría, que espero aprovechar. Pero eso sí: en cuanto pueda digerirla.
Porque, mami, la que tiene miedo ahora soy yo, definitivamente, yo, tu hija...
Cati Cobas
Regreso día a día porque no puedo quitarme la pregunta de la entraña. Es como separarse de un bebé recién nacido. Aurora me parece extremadamente frágil. Debe tener miedo aunque me sonría cada vez que llego, y me asegure que no hace falta que regrese todos los días para verla porque está bien y la atienden mejor.
¡Tiene que tener miedo…! ¡Me lo oculta, sin duda! Su amor de madre es más fuerte que los deseos de llorar y de quejarse por su nueva situación! ¡Por eso disimula sus temores y sus incomodidades!
Día tras día vuelvo, obsesivamente y a distintas horas. Tengo que ver el miedo en sus ojos en algún momento.
Llegue cuando llegue, Aurora está tranquila, sonriente, contempla el jardín, a sus compañeras y compañeros, guiña un ojo a la mucama que le alcanza un vaso de agua. ¿Estará mejor que con nosotros?
Este jueves voy a verla, y la encuentro tratando de colocar en un tablero de lotería los números de las bolillas que la terapista ocupacional canta en el bingo. En unas horas, un peluquero le arreglará el cabello. ¿Tendrá miedo?
¡Ay Aurora! Con noventa años a cuestas todavía podés sorprenderme y enseñarme. Darme lecciones de flexibilidad y de coraje. Como buena maestra me estás regalando tu sabiduría, que espero aprovechar. Pero eso sí: en cuanto pueda digerirla.
Porque, mami, la que tiene miedo ahora soy yo, definitivamente, yo, tu hija...
Cati Cobas
domingo, julio 12, 2009
Palabras Diversas Nº18 y Las Caticrónicas
Palabras Diversas es una revista bimestral de Literatura y creación literaria, en español, creada y dirigida por el escritor español Luis Enrique Prieto, creador también de REMES, quien junto a un valioso equipo de colaboradores, "pretende, a través de ella, ser un referente serio en el mundo de la Literatura y la Creación Literaria, y una ventana nueva abierta a la participación de todos los que deseen expresar sus inquietudes literarias, o, simplemente, recrearse con su lectura".
En esta oportunidad se han publicado en dicha revista, en la Sección "Puntos de Vista" dos de mis trabajos
"Los colores de Quinquela, el hombre fiel"
y "Los catalanes y el tango ...¿O el tango y los catalanes?
Demás está decir que me siento muy agradecida por la publicación.
Cati Cobas
Las Caticrónicas en Altango en Flores Nº4
La revista cultural Al Tango en Flores, , que une Cataluña y la Ciudad de Sabadell http://catalunyatango.com/ con esta Buenos Aires donde habito, ha tenido la deferencia de publicar, en su Número 4, y a través del Señor Ernesto Mario Llach, investigador de la influencia catalana en el Río de la Plata, dos Caticrónicas de mi autoría. Son ellas "En el Parque Chacabuco" y "La Plaza Crucificada". Pueden leerse haciendo clic en la imagen. Muchas gracias desde ya por el honor.
Cati Cobas
Cati Cobas
225-Teoría y práctica del ñoqui rioplatense
Publicada también, junto a deliciosas recetas, por Pasqualino Marchese (quien ha cedido gentilmente las fotografías que ilustran esta crónica) en http://pasqualinonet.com.ar/gnocchi_&_polenta.htm#Cati, .
El hábito de comer ñoquis los días veintinueve de cada mes reconoce dos vertientes. Por un lado, el hecho de que se trata de uno de esos días aciagos, donde ya no queda mucho “parné”, “vento” “biyuya”, dinero, en suma, para comprar carne u otros productos de alto precio y por otro, a que el día veintinueve es aquél en el que se honra a San Pantaleón, “leyenda que se remonta al siglo VIII. Vivía entonces en Nicosia (Asia Mayor) un joven médico llamado Pantaleón, quien, tras convertirse al cristianismo, peregrinó por el norte de Italia. Allí practicó milagrosas curaciones por las que fue canonizado. En cierta ocasión en que pidió pan a unos campesinos vénetos, éstos lo invitaron a compartir su pobre mesa. Agradecido, les anunció un año de pesca y cosechas excelentes. La profecía se cumplió y otros muchos milagros sucedieron. San Pantaleón fue consagrado -a la par de San Marcos- patrono de Venecia. Aquel episodio ocurrió un 29, por tal razón se recuerda ese día con una comida sencilla representada por los ñoquis”.
Pero el tema del ñoqui no acaba todavía.
Porque, miren los lectores si no es digno de un estudio que, además, por aquí pueda entenderse por “ñoqui”, un buen golpe de puño. Y algo más, una yapa, que no deja de ponerme colorada: cuando de manera pícara, y en franca complicidad con el interlocutor, alguien quisiera referirse a un “apéndice” masculino de reducidas dimensiones, podría decir que posee un “ñoqui” o, lo que es peor, un “ñoquicito”…
Cati Cobas
No me cabe duda de que cuando se revise la historia de las costumbres argentinas de fines del siglo pasado y comienzos del presente, el tema del que hoy trataré ocupará un sitio de honor. Porque el tema del ñoqui, de los ñoquis, en sus diversas acepciones, es parte de muchos de los hogares argentinos y me atrevo a afirmar que también uruguayos, lo que le trasmite al fundamento de esta crónica un si es no es decididamente rioplatense.
Para los que me leen en otras latitudes comenzaré explicando que los ñoquis, como tantas otras características nuestras, vinieron “en los barcos”. Su nombre deriva, más precisamente, “del italiano gnocchi, plural de gnocco, ‘bollo’ y también ‘grumo’ o ‘pelotilla’; están dentro de la categoría de las pastas y se elaboran con papa y sémola de trigo, harinas (pueden ser de maíz, castaña, etcétera) o queso de ricota (con o sin espinacas). Una variedad muy conocida en las regiones de Friuli y Trentino-Alto Adigio y denominada gnocchi di pane se hace con pan rallado”.
“Aunque típicos de la cocina latina, existen platos con similar preparación en la austriaca (Salzburger Nockerln), alemana, húngara, eslovena, rusa, venezolana y paraguaya”.
“Esta comida de origen humilde debe su creación a un conflicto ya que, alrededor de 1880, los signori (señores feudales) italianos solían ser los dueños de los molinos en donde los contadini (campesinos) molían el trigo para hacer harina de frumento (trigo) con la cual preparaban sus pastas. Pero en cierto momento los signori decidieron aumentar las tasas de los precios que los contadini pagaban para poder moler el trigo. Y ante el repentino encarecimiento de la harina de trigo, los campesinos italianos experimentaron exitosamente con un substituto de la harina: el puré de papas” que, muchas veces, en esta tierra tan amante de las vacas, se reemplaza por la sabrosísima ricotta.
Para los que me leen en otras latitudes comenzaré explicando que los ñoquis, como tantas otras características nuestras, vinieron “en los barcos”. Su nombre deriva, más precisamente, “del italiano gnocchi, plural de gnocco, ‘bollo’ y también ‘grumo’ o ‘pelotilla’; están dentro de la categoría de las pastas y se elaboran con papa y sémola de trigo, harinas (pueden ser de maíz, castaña, etcétera) o queso de ricota (con o sin espinacas). Una variedad muy conocida en las regiones de Friuli y Trentino-Alto Adigio y denominada gnocchi di pane se hace con pan rallado”.
“Aunque típicos de la cocina latina, existen platos con similar preparación en la austriaca (Salzburger Nockerln), alemana, húngara, eslovena, rusa, venezolana y paraguaya”.
“Esta comida de origen humilde debe su creación a un conflicto ya que, alrededor de 1880, los signori (señores feudales) italianos solían ser los dueños de los molinos en donde los contadini (campesinos) molían el trigo para hacer harina de frumento (trigo) con la cual preparaban sus pastas. Pero en cierto momento los signori decidieron aumentar las tasas de los precios que los contadini pagaban para poder moler el trigo. Y ante el repentino encarecimiento de la harina de trigo, los campesinos italianos experimentaron exitosamente con un substituto de la harina: el puré de papas” que, muchas veces, en esta tierra tan amante de las vacas, se reemplaza por la sabrosísima ricotta.
Hasta aquí, los motivos de la creación de los benditos ñoquis, y observemos que nunca mejor aplicada la palabra “benditos” porque para nosotros, esos bollitos blandos y suaves, envueltos en deliciosa salsa de tomate o condimentados con un buen pesto de albahaca y nueces adquieren características religiosas o, por lo menos milagrosas o mágicas. Todos los días veintinueve de cada mes en muchísimas mesas del Río de la Plata se comparte en la mesa familiar una humeante fuente de ñoquis, que se sirve en platos bajo los cuales se coloca un billete, con el fin de que se cumpla el viejo refrán de que “la plata llama a la plata”. Pero… ¡cuidado! porque si la idea multiplicadora se trasladara a otra acepción del vocablo “ñoqui”, nos veríamos rodeados de inútiles, zánganos o parásitos. Me refiero al hecho de que por estos pagos, a ciertos “empleados públicos” que obtuvieron un cargo merced a prebendas políticas y concurren a su lugar de trabajo para cobrar solamente una vez al mes, los días veintinueve, también se los conoce como “ñoquis”, en referencia a la costumbre alimenticia que nos caracteriza.
El hábito de comer ñoquis los días veintinueve de cada mes reconoce dos vertientes. Por un lado, el hecho de que se trata de uno de esos días aciagos, donde ya no queda mucho “parné”, “vento” “biyuya”, dinero, en suma, para comprar carne u otros productos de alto precio y por otro, a que el día veintinueve es aquél en el que se honra a San Pantaleón, “leyenda que se remonta al siglo VIII. Vivía entonces en Nicosia (Asia Mayor) un joven médico llamado Pantaleón, quien, tras convertirse al cristianismo, peregrinó por el norte de Italia. Allí practicó milagrosas curaciones por las que fue canonizado. En cierta ocasión en que pidió pan a unos campesinos vénetos, éstos lo invitaron a compartir su pobre mesa. Agradecido, les anunció un año de pesca y cosechas excelentes. La profecía se cumplió y otros muchos milagros sucedieron. San Pantaleón fue consagrado -a la par de San Marcos- patrono de Venecia. Aquel episodio ocurrió un 29, por tal razón se recuerda ese día con una comida sencilla representada por los ñoquis”.
Pero el tema del ñoqui no acaba todavía.
Porque, miren los lectores si no es digno de un estudio que, además, por aquí pueda entenderse por “ñoqui”, un buen golpe de puño. Y algo más, una yapa, que no deja de ponerme colorada: cuando de manera pícara, y en franca complicidad con el interlocutor, alguien quisiera referirse a un “apéndice” masculino de reducidas dimensiones, podría decir que posee un “ñoqui” o, lo que es peor, un “ñoquicito”…
¡Ay, Señor! ¿Sabrían los abuelos italianos la rica herencia lingüística que nos dejaban junto con la masa blandita y delicada de cada uno de sus auténticos ñoquis peninsulares?
Cati Cobas
Y si quieren conocer recetas especiales para preparar un buen plato de ñoquis, los invito a recurrir a Pasqualino Marchese que en su página
http://www.pasqualinonet.com.ar/gnocchi_&_polenta.htm
ofrece una riquísima variedad de preparaciones.
Nota: Los entrecomillados pertenecen a Wikipedia y la foto del graffitti, pendiente de autorización, es de http://www.flickr.com/photos/robertogreco/2108115817/ (se retirará en caso de denegación de autorización)
http://www.pasqualinonet.com.ar/gnocchi_&_polenta.htm
ofrece una riquísima variedad de preparaciones.
Nota: Los entrecomillados pertenecen a Wikipedia y la foto del graffitti, pendiente de autorización, es de http://www.flickr.com/photos/robertogreco/2108115817/ (se retirará en caso de denegación de autorización)
sábado, julio 11, 2009
"De "possesions" y de abuelos" en Balear Exterior
Una vez más debo agradecer a la página de la Fundación Baleares en el Exterior por hacerse eco de mi crónica mencionada en el título. Muchas gracias de verdad. http://www.balearexterior.com/news.php?viewStory=446
Cati Cobas
viernes, junio 05, 2009
Balears Pel Món en Buenos Aires
El lunes 8 de junio a las 23, hora de Mallorca, 18, hora de Argentina, se trasmitirá el programa en el que tuve la alegría de participar y cuyo backstage acabo de escribir, en la crónica al pie de este envío. Tengo la esperanza de que picando donde dice "en directo" podamos ver el programa en Argentina a través de Internet.
Buenos Aires y yo los esperamos...
Cati Cobas
223-"Detrás de la escena"- Backstage de mi participación en Balears Pel Món en Buenos Aires
¡Buenos Aires contada por una nieta de baleares en un programa de televisión que se vería en las islas! ¡Qué tentación!
Confieso sin pudor que completé el formulario de participación en Balears Pel Món con más entusiasmo todavía que el del “motoquero” porteño accidentado, maltrecho y sangrante que, más cerca de la Parca que de la Vida, respondía, casi alegre por su minuto de fama, a las preguntas frente a cámara de una cronista de Crónica TV sintiéndose “como un Fórmula Uno”. ¡Y me convocaron!
Laura Durán, la Directora, me informó telefónicamente que sería entrevistada en distintos lugares de mi ciudad por un juvenil equipo encabezado por el periodista ibicenco Josep Ángel Costa, que responde al seudónimo de Soldat (Soldado) y tendría la oportunidad de narrar en mallorquín matizado de castellano mis vivencias “baleares” dos generaciones después de que mis cuatro abuelos decidieran “hacer la América” por este lado del “charco”.
Miércoles 11 de marzo de 2009
6 AM: Me preparo y arreglo sintiéndome Mirtha Legrand antes de su mejor almuerzo. ¡Qué nervios más nerviosos! ¿Cómo saldrá todo? ¿Haré un papelón frente a las cámaras? ¿Será adecuada la ropa que elegí? ¿Me trabaré al hablar en mallorquín? ¿Llegará a tiempo mi tía María Elena para hacerse cargo por unas horas de su cuñada, la nonagenaria autora de mis días?
7 AM: Todo sale bien, creo, y parto, rauda, hacia la primera locación, en Plaza de Mayo.
8 AM: En efecto. La lengua se me traba mientras trato de contar la Plaza. ¿Qué le pasa a esa gente? ¿Nunca vio una señora cebando mate a un joven ante la mirada de la lente mágica? Evidentemente, no es usual hacerlo ante una cámara de TV y menos con un sonidista registrando la escena. Los curiosos se amontonan, me parece que en cualquier momento aparecen Rial y la Canosa (para los foráneos, dos periodistas de la “prensa del corazón” en la Argentina).
Mejor, imposible. Digo: el día de sol. Mejor: imposible. Parece a propósito ese cielo azul que me hace sentir tan orgullosa al ver nuestra bandera flamear en él. ¡Qué sensación tan extraña la de contar en el idioma de mis abuelos mi propia tierra!
¿Pero… por qué ese jovencito nos mira con un rictus burlón? Es que la expresión en la cara de Soldat después de beber el brebaje amargo y pampeano es indescriptible. ¡Pobre! ¡Lo que hay que hacer para ganarse la vida!
Me piden que cuente sobre los pañuelos pintados en el suelo alrededor de la Pirámide de Mayo, sobre quién fue Perón para nosotros y un pudor (sí, es ésa, no hay otra palabra), un pudor "histórico" me invade. A pesar de él, procuro desandar el tiempo a partir de mi amor por ambas orillas y contar nuestras cosas de modo fiel a mi sentir.
11 AM: Estoy sola en el Cementerio de la Recoleta. El equipo ha quedado en el centro filmando imágenes de exteriores. Me siento orgullosa de este lugar de Buenos Aires y de sus esculturas y rincones. Me regodeo pensando en hacer lucir a la Reina del Plata a través de este lugar tan especial. Camino entre las bóvedas buscando la figura de Rufinita Cambaceres porque pienso que no se puede dejar de hablar de ella y de sus mágicas apariciones, como tampoco de Eva Duarte, que por aquí descansa…Todo en vano.
Llegan “los chicos” (para mí ya eran “los chicos”) y me anotician de que el director del cementerio ¡no permite filmaciones si no se ha hecho la solicitud por escrito con muchísma antelación! Propongo resolverlo “a la criolla”, o sea, entrando como turistas al lugar, mientras filmamos “de contrabando”, pero Morena, la productora del grupo, una argentina encantadora, me contiene y dice que iremos al parque Lezama a contar el origen de Buenos Aires…
1 PM: Mientras filmamos en medio de las estatuas donde Sábato situó a algunos de sus personajes de novela, vivimos una película dentro de otra. Esta Buenos Aires es la que decididamente me avergüenza…
Sentados en un banco, Soldat y yo conversamos sobre la historia de nuestra ciudad, sobre la curiosidad de que fuera fundada dos veces y sobre mi ya famosa sobrasada a la argentina, mientras un joven absolutamente desencajado amenaza con el vidrio roto de una botella de cerveza, pidiendo dinero, a Daniel, el sonidista madrileño; Enrique, el camarógrafo de Canarias y mi entrevistador no ven nada de lo que sucede a sus espaldas y continúan como si nada mientras a mí, la voz se me estrangula en la garganta procurando excavar en la hondura de mi mente en busca de la palabra justa para que la filmación no se interrumpa…¡Menudo momento! Finalmente, un asistente del equipo logra “convencer” al ladrón de que se retire y Morena busca un policía, mientras quien esto les narra clama por el retorno al cementerio a filmar entre los muertos que, seguramente, hubieran sido más tranquilos que los “vivos” de Parque Lezama.
3 PM: Almuerzo en el Bar Británico. No sé si “los chicos” a esta altura hubieran preferido quedarse solos, pero yo ya no quiero estar sin ellos. Y como me invitan, muy gentiles, a compartir su almuerzo, me siento, presurosa, no vaya a ser que se arrepientan...
Jóvenes, entusiastas, estos peregrinos de la tele conforman un equipo por demás agradable y fue una delicia conocerlos.
Desde Soldat, con su aire un tanto bohemio y desparpajado pero cálido e inteligente a la vez, hasta el pícaro Daniel y sus ojitos que ríen solos, pasando por Enrique, el simpático “canario”, y Morena, la muchacha rosarina de mirada nostálgica y delicada dulzura, a la que me encantaría volver a ver algún día, sin dejar de mencionar a Diego, chofer y ayudante bien porteño, todos y cada uno hacen lo imposible por hacerme sentir una más de ellos. Y eso, tan simple, convierte esas horas en una fiesta, una verdadera tregua en mi vida,
9 PM: Nos decimos adiós en San Juan y Boedo. En la Esquina Homero Manzi, más precisamente. Buenos Aires se despide de Balears Pel Món con un tango… ¡Mejor imposible!
Digo adiós, con ternura, a estos jóvenes viajeros que se ocupan de unir el mundo para contar en las islas cómo viven sus hijos dispersos por él. Ojalá el material que preparamos sea digno del cariño que siento por mi tierra y por mis raíces. Digno de esta Argentina tan bella y tan llena de contradicciones y de aquella Mallorca a la que mis abuelos y mis padres me enseñaron a vivir en paralelo.
¡Hasta siempre, Soldat! ¡Hasta siempre, “chicos”! ¡Muchas gracias! ¡Buena suerte, allá donde vayan!
Sepan que en Buenos Aires tienen una amiga que guardará en un rinconcito de su alma esas horas vividas junto a ustedes porque las considera, definitivamente, y parafraseando a la película homónima: “Algo para recordar”.
Cati Cobas
Confieso sin pudor que completé el formulario de participación en Balears Pel Món con más entusiasmo todavía que el del “motoquero” porteño accidentado, maltrecho y sangrante que, más cerca de la Parca que de la Vida, respondía, casi alegre por su minuto de fama, a las preguntas frente a cámara de una cronista de Crónica TV sintiéndose “como un Fórmula Uno”. ¡Y me convocaron!
Laura Durán, la Directora, me informó telefónicamente que sería entrevistada en distintos lugares de mi ciudad por un juvenil equipo encabezado por el periodista ibicenco Josep Ángel Costa, que responde al seudónimo de Soldat (Soldado) y tendría la oportunidad de narrar en mallorquín matizado de castellano mis vivencias “baleares” dos generaciones después de que mis cuatro abuelos decidieran “hacer la América” por este lado del “charco”.
Miércoles 11 de marzo de 2009
6 AM: Me preparo y arreglo sintiéndome Mirtha Legrand antes de su mejor almuerzo. ¡Qué nervios más nerviosos! ¿Cómo saldrá todo? ¿Haré un papelón frente a las cámaras? ¿Será adecuada la ropa que elegí? ¿Me trabaré al hablar en mallorquín? ¿Llegará a tiempo mi tía María Elena para hacerse cargo por unas horas de su cuñada, la nonagenaria autora de mis días?
7 AM: Todo sale bien, creo, y parto, rauda, hacia la primera locación, en Plaza de Mayo.
8 AM: En efecto. La lengua se me traba mientras trato de contar la Plaza. ¿Qué le pasa a esa gente? ¿Nunca vio una señora cebando mate a un joven ante la mirada de la lente mágica? Evidentemente, no es usual hacerlo ante una cámara de TV y menos con un sonidista registrando la escena. Los curiosos se amontonan, me parece que en cualquier momento aparecen Rial y la Canosa (para los foráneos, dos periodistas de la “prensa del corazón” en la Argentina).
Mejor, imposible. Digo: el día de sol. Mejor: imposible. Parece a propósito ese cielo azul que me hace sentir tan orgullosa al ver nuestra bandera flamear en él. ¡Qué sensación tan extraña la de contar en el idioma de mis abuelos mi propia tierra!
¿Pero… por qué ese jovencito nos mira con un rictus burlón? Es que la expresión en la cara de Soldat después de beber el brebaje amargo y pampeano es indescriptible. ¡Pobre! ¡Lo que hay que hacer para ganarse la vida!
Me piden que cuente sobre los pañuelos pintados en el suelo alrededor de la Pirámide de Mayo, sobre quién fue Perón para nosotros y un pudor (sí, es ésa, no hay otra palabra), un pudor "histórico" me invade. A pesar de él, procuro desandar el tiempo a partir de mi amor por ambas orillas y contar nuestras cosas de modo fiel a mi sentir.
11 AM: Estoy sola en el Cementerio de la Recoleta. El equipo ha quedado en el centro filmando imágenes de exteriores. Me siento orgullosa de este lugar de Buenos Aires y de sus esculturas y rincones. Me regodeo pensando en hacer lucir a la Reina del Plata a través de este lugar tan especial. Camino entre las bóvedas buscando la figura de Rufinita Cambaceres porque pienso que no se puede dejar de hablar de ella y de sus mágicas apariciones, como tampoco de Eva Duarte, que por aquí descansa…Todo en vano.
Llegan “los chicos” (para mí ya eran “los chicos”) y me anotician de que el director del cementerio ¡no permite filmaciones si no se ha hecho la solicitud por escrito con muchísma antelación! Propongo resolverlo “a la criolla”, o sea, entrando como turistas al lugar, mientras filmamos “de contrabando”, pero Morena, la productora del grupo, una argentina encantadora, me contiene y dice que iremos al parque Lezama a contar el origen de Buenos Aires…
1 PM: Mientras filmamos en medio de las estatuas donde Sábato situó a algunos de sus personajes de novela, vivimos una película dentro de otra. Esta Buenos Aires es la que decididamente me avergüenza…
Sentados en un banco, Soldat y yo conversamos sobre la historia de nuestra ciudad, sobre la curiosidad de que fuera fundada dos veces y sobre mi ya famosa sobrasada a la argentina, mientras un joven absolutamente desencajado amenaza con el vidrio roto de una botella de cerveza, pidiendo dinero, a Daniel, el sonidista madrileño; Enrique, el camarógrafo de Canarias y mi entrevistador no ven nada de lo que sucede a sus espaldas y continúan como si nada mientras a mí, la voz se me estrangula en la garganta procurando excavar en la hondura de mi mente en busca de la palabra justa para que la filmación no se interrumpa…¡Menudo momento! Finalmente, un asistente del equipo logra “convencer” al ladrón de que se retire y Morena busca un policía, mientras quien esto les narra clama por el retorno al cementerio a filmar entre los muertos que, seguramente, hubieran sido más tranquilos que los “vivos” de Parque Lezama.
3 PM: Almuerzo en el Bar Británico. No sé si “los chicos” a esta altura hubieran preferido quedarse solos, pero yo ya no quiero estar sin ellos. Y como me invitan, muy gentiles, a compartir su almuerzo, me siento, presurosa, no vaya a ser que se arrepientan...
Jóvenes, entusiastas, estos peregrinos de la tele conforman un equipo por demás agradable y fue una delicia conocerlos.
Desde Soldat, con su aire un tanto bohemio y desparpajado pero cálido e inteligente a la vez, hasta el pícaro Daniel y sus ojitos que ríen solos, pasando por Enrique, el simpático “canario”, y Morena, la muchacha rosarina de mirada nostálgica y delicada dulzura, a la que me encantaría volver a ver algún día, sin dejar de mencionar a Diego, chofer y ayudante bien porteño, todos y cada uno hacen lo imposible por hacerme sentir una más de ellos. Y eso, tan simple, convierte esas horas en una fiesta, una verdadera tregua en mi vida,
9 PM: Nos decimos adiós en San Juan y Boedo. En la Esquina Homero Manzi, más precisamente. Buenos Aires se despide de Balears Pel Món con un tango… ¡Mejor imposible!
Digo adiós, con ternura, a estos jóvenes viajeros que se ocupan de unir el mundo para contar en las islas cómo viven sus hijos dispersos por él. Ojalá el material que preparamos sea digno del cariño que siento por mi tierra y por mis raíces. Digno de esta Argentina tan bella y tan llena de contradicciones y de aquella Mallorca a la que mis abuelos y mis padres me enseñaron a vivir en paralelo.
¡Hasta siempre, Soldat! ¡Hasta siempre, “chicos”! ¡Muchas gracias! ¡Buena suerte, allá donde vayan!
Sepan que en Buenos Aires tienen una amiga que guardará en un rinconcito de su alma esas horas vividas junto a ustedes porque las considera, definitivamente, y parafraseando a la película homónima: “Algo para recordar”.
Cati Cobas
domingo, mayo 31, 2009
"Los catalanes y baleares, el tango y..." en Balear Exterior
miércoles, mayo 20, 2009
222-Blanca y radiante...(Trajes de novia, Comunión y Bautismo en el Museo Municipal de Allen)
No sé si se acuerdan los lectores, pero desde que escribí aquella crónica sobre Tomás Orell, el payés del Alto Valle, me hice amiga cibernética del Director del Museo de Allen, que responde al nombre de Lorenzo Brevi. ¡Qué magia la de Internet que permite que estemos al mismo tiempo en Palma de Mallorca y en el Alto Valle! Y todo sin movernos de nuestra casa! ¿Cierto?
Lorenzo Brevi y sus colaboradores trabajan mucho para que la memoria de su gente se mantenga cada día más viva, más alerta y bien que hace, porque sólo la memoria nos evita tropezar dos veces con la misma piedra.
Así es como el recuerdo de los rionegrinos tiene que pasar, a partir de las exposiciones temporales del museo, por evocaciones de su gente, de aquellos pioneros que hicieron nuestro sur. Otras, por trabajos, oficios, herramientas, características ciudadanas y todo lo que atañe a la vida de Allen y sus alrededores.
Pero esta vez, Don Brevi y sus acólitos se nos han puesto románticos. Y son tan lindas las imágenes que me ha hecho llegar, que mi alma “susanítica” (con el perdón de Quino) no ha podido resistirse al llamado de esta crónica.
Es tan fácil imaginar a las muchachas, que luchaban por nuestro sur acompañando a sus padres pioneros, enfundadas en el raso y en la seda cuyos pliegues engalanan el salón…O pensar en la fila de comulgantes, orgullosas de los miriñaques que armaban sus vestidos de organza y plumetí, dirigiéndose a la iglesia ubicada en la plaza principal. También ¿por qué no? ver a los bebés, a punto de “cristianarse", como se decía entonces, al pie de la Pila Bautismal. Esos trajes, esos ramos y tiaras, esos limosneros y capotitas, acompañados de las fotografías correspondientes, dicen todo de una época tradicional y romántica, a veces un poquito ingenua y para algunos un si es no es poco sincera, pero sin duda valiosa y representativa de un tiempo y sus costumbres.
¡Qué hermoso para los familiares de las novias de antaño el encontrar en el museo los maniquíes que representan a sus madres o abuelas en un momento único de sus vidas, trayéndoles una imagen que solamente habían podido imaginar en blanco y negro! Es su propia historia la que esta exposición les brinda. ¿A qué dudarlo?
Por eso, si alguno de ustedes anda por la zona, no deje de visitar a Don Brevi y sus vestidos blancos. Será un modo muy bello de recordar azahares en el valle donde crecen las mejores manzanas de la República Argentina. Y en esos azahares, a todas las familias que hicieron de la Patagonia un sitio digno de enorgullecernos.
Cati Cobas
Lorenzo Brevi y sus colaboradores trabajan mucho para que la memoria de su gente se mantenga cada día más viva, más alerta y bien que hace, porque sólo la memoria nos evita tropezar dos veces con la misma piedra.
Así es como el recuerdo de los rionegrinos tiene que pasar, a partir de las exposiciones temporales del museo, por evocaciones de su gente, de aquellos pioneros que hicieron nuestro sur. Otras, por trabajos, oficios, herramientas, características ciudadanas y todo lo que atañe a la vida de Allen y sus alrededores.
Pero esta vez, Don Brevi y sus acólitos se nos han puesto románticos. Y son tan lindas las imágenes que me ha hecho llegar, que mi alma “susanítica” (con el perdón de Quino) no ha podido resistirse al llamado de esta crónica.
Es tan fácil imaginar a las muchachas, que luchaban por nuestro sur acompañando a sus padres pioneros, enfundadas en el raso y en la seda cuyos pliegues engalanan el salón…O pensar en la fila de comulgantes, orgullosas de los miriñaques que armaban sus vestidos de organza y plumetí, dirigiéndose a la iglesia ubicada en la plaza principal. También ¿por qué no? ver a los bebés, a punto de “cristianarse", como se decía entonces, al pie de la Pila Bautismal. Esos trajes, esos ramos y tiaras, esos limosneros y capotitas, acompañados de las fotografías correspondientes, dicen todo de una época tradicional y romántica, a veces un poquito ingenua y para algunos un si es no es poco sincera, pero sin duda valiosa y representativa de un tiempo y sus costumbres.
¡Qué hermoso para los familiares de las novias de antaño el encontrar en el museo los maniquíes que representan a sus madres o abuelas en un momento único de sus vidas, trayéndoles una imagen que solamente habían podido imaginar en blanco y negro! Es su propia historia la que esta exposición les brinda. ¿A qué dudarlo?
Por eso, si alguno de ustedes anda por la zona, no deje de visitar a Don Brevi y sus vestidos blancos. Será un modo muy bello de recordar azahares en el valle donde crecen las mejores manzanas de la República Argentina. Y en esos azahares, a todas las familias que hicieron de la Patagonia un sitio digno de enorgullecernos.
Cati Cobas
domingo, mayo 17, 2009
"El reloj de Poncio Rigo" en la página web de Balear Exterior
sábado, mayo 16, 2009
221-¡Sexagenarias no!
¡Sexagenarias no!
En Silvia, a todas las “Chicas de la facu”
“Berazategui: sexagenaria acribillada con motivo de robo en un supermercado”. El titular me cacheteó de una manera muy desagradable una mañana de este año 2009. ¿Cómo se atrevía ese desgraciado periodista a hablar así de una joven de sesenta años, que son los que hoy celebramos en Silvia y los que vamos cumpliendo todas las chicas de la “facu”?
La realidad es que sí. Nos estamos convirtiendo en sexagenarias.
¿Dónde quedaron los minishort, las maxifaldas y esas plataformas que nos hacían sentir inmensamente más altas de lo que éramos? Deben estar archivadas con Buñuel, Polanski, Alain Delon y Peter Sellers, con Palito y con La Viole o con Neil Sedaka y Paul Anka en alguna tercera dimensión por algún lado. ¡Qué lejos nos parecen John Lennon y Vietnam, el hombre en la Luna y Modart en la Noche o el Negro Guerrero y su voz pastosa, en las noches de entrega… ¿Dónde andará la muchacha italiana que venía a casarse? Seguramente estará de romance con Rolando Rivas y tomando el Yogourt Yolanka que la mamá de Silvia nos tenía guardado en la heladera en aquellas tardes de estudio interminables en Vicente López.
La verdad, creo que todos estos personajes están donde deben estar: en el ayer. Hoy estamos aquí, tan jóvenes como Nacha pero con menos cirugías, tan elegantes como Mirtha pero sin tanta cursilería y tan apasionadas como Susana pero…sin Monzón, Darín o el Corcho. Nos acompañan la presbicia y algún rollito (mejor minimizarlos, porque total no se van solos), la pastilla del colesterol o la de la presión, el periodoncista y algún peluquero mágico. Porque sí…Nos teñimos el pelo, hacemos gimnasia o caminata o yoga, buscamos esa pilcha que disimule la cintura, nos debatimos varias horas en la disyuntiva de si nos ponemos los zapatos elegantes o los cómodos para poder bailar toda la noche sin que nos molesten los juanetes, en nuestro caso especialísimo y prodigioso, al lado del mismo compañero que elegimos allá por los setenta del siglo pasado.
Somos una generación que procuró combinar el aula con la cocina, el Burda con Woody Alen, Mafalda con Susanita, la universidad y el trabajo con la maternidad. Fuimos muy osadas realmente. Y de todo eso han pasado ya cuarenta años. ¡Sí! Somos sexagenarias. Muchos de los papás y mamás que tanto nos ayudaron cuando estudiábamos hasta convertirse en personas muy queridas para todas ya no están. Entre nosotras hay algunas que han sufrido dolores increíbles y quien más quien menos “las ha pasado”. Pero aquí estamos: después del corralito y la inflación, de tiempos de sobrevivientes que todavía cantan, de Mundial 78 y Sábados Circulares de Mancera, aquí estamos, en lucha contra el dengue y la gripe porcina, acunando a nuestras primeras nietas y, en algunos casos, educando adolescentes todavía…
Somos sexagenarias pero cuando nos juntamos, cuando hablamos por teléfono, cuando podemos vernos y reconocernos, cuando nos damos cuenta de que seguimos de pie, luchando y con esperanzas, cuando nos ponemos la faja y nos pintamos las uñas y salimos de casa como si ahí afuera nos esperaran otros sesenta años más por lo menos, como en la época en que nos sentábamos en el césped de Ciudad Universitaria para almorzar, mirando de reojo a los muchachos que pasaban, no somos realmente mujeres de sesenta, sino, solamente, unas hermosísimas…
“Berazategui: sexagenaria acribillada con motivo de robo en un supermercado”. El titular me cacheteó de una manera muy desagradable una mañana de este año 2009. ¿Cómo se atrevía ese desgraciado periodista a hablar así de una joven de sesenta años, que son los que hoy celebramos en Silvia y los que vamos cumpliendo todas las chicas de la “facu”?
La realidad es que sí. Nos estamos convirtiendo en sexagenarias.
¿Dónde quedaron los minishort, las maxifaldas y esas plataformas que nos hacían sentir inmensamente más altas de lo que éramos? Deben estar archivadas con Buñuel, Polanski, Alain Delon y Peter Sellers, con Palito y con La Viole o con Neil Sedaka y Paul Anka en alguna tercera dimensión por algún lado. ¡Qué lejos nos parecen John Lennon y Vietnam, el hombre en la Luna y Modart en la Noche o el Negro Guerrero y su voz pastosa, en las noches de entrega… ¿Dónde andará la muchacha italiana que venía a casarse? Seguramente estará de romance con Rolando Rivas y tomando el Yogourt Yolanka que la mamá de Silvia nos tenía guardado en la heladera en aquellas tardes de estudio interminables en Vicente López.
La verdad, creo que todos estos personajes están donde deben estar: en el ayer. Hoy estamos aquí, tan jóvenes como Nacha pero con menos cirugías, tan elegantes como Mirtha pero sin tanta cursilería y tan apasionadas como Susana pero…sin Monzón, Darín o el Corcho. Nos acompañan la presbicia y algún rollito (mejor minimizarlos, porque total no se van solos), la pastilla del colesterol o la de la presión, el periodoncista y algún peluquero mágico. Porque sí…Nos teñimos el pelo, hacemos gimnasia o caminata o yoga, buscamos esa pilcha que disimule la cintura, nos debatimos varias horas en la disyuntiva de si nos ponemos los zapatos elegantes o los cómodos para poder bailar toda la noche sin que nos molesten los juanetes, en nuestro caso especialísimo y prodigioso, al lado del mismo compañero que elegimos allá por los setenta del siglo pasado.
Somos una generación que procuró combinar el aula con la cocina, el Burda con Woody Alen, Mafalda con Susanita, la universidad y el trabajo con la maternidad. Fuimos muy osadas realmente. Y de todo eso han pasado ya cuarenta años. ¡Sí! Somos sexagenarias. Muchos de los papás y mamás que tanto nos ayudaron cuando estudiábamos hasta convertirse en personas muy queridas para todas ya no están. Entre nosotras hay algunas que han sufrido dolores increíbles y quien más quien menos “las ha pasado”. Pero aquí estamos: después del corralito y la inflación, de tiempos de sobrevivientes que todavía cantan, de Mundial 78 y Sábados Circulares de Mancera, aquí estamos, en lucha contra el dengue y la gripe porcina, acunando a nuestras primeras nietas y, en algunos casos, educando adolescentes todavía…
Somos sexagenarias pero cuando nos juntamos, cuando hablamos por teléfono, cuando podemos vernos y reconocernos, cuando nos damos cuenta de que seguimos de pie, luchando y con esperanzas, cuando nos ponemos la faja y nos pintamos las uñas y salimos de casa como si ahí afuera nos esperaran otros sesenta años más por lo menos, como en la época en que nos sentábamos en el césped de Ciudad Universitaria para almorzar, mirando de reojo a los muchachos que pasaban, no somos realmente mujeres de sesenta, sino, solamente, unas hermosísimas…
Chicas de Calendario
sábado, mayo 02, 2009
220- Una librería “de película” (El Ateneo Gran Splendid en Buenos Aires)
Dedicada a Miriam Chepsy, la madrina de mis crónicas, porque esa librería es “nuestro” lugar en el mundo, a Ángela, que ama los libros tanto como su tía nueva y a Jorge, mi esposo, que me sugiriera el título…
¿Qué queremos decir cuando decimos que un hecho, un objeto, una situación son “de película”? Pues que los vemos especialmente originales, superlativamente únicos, que tienen un carácter extraordinario. ¿Cierto? En síntesis, que van más allá de la realidad y pertenecen al mundo de la fantasía, de la ficción, de la concreción de imposibles, en algunos casos.
Hoy voy a hablarles de una librería en la que se da una dualidad muy particular porque es “de película” por superlativamente única, por especialmente original, por su carácter extraordinario, pero, además, es li-te-ral-men-te “de película” porque supo albergar el Cine –Teatro Gran Splendid, un cine-teatro de enorme jerarquía en Buenos Aires.
Mercedes, mi hija, y yo no cabíamos en nosotras del orgullo que sentíamos cuando invitamos a nuestras visitantes mallorquinas a conocer la librería El Ateneo, en el corazón de la Avenida Santa Fe. Para no resultar demasiado vanidosas omitimos alardear con el hecho de que fue considerada por el periódico británico The Guardian como la segunda librería más bella del mundo, luego de la Boekhandel Selexyz Dominicanen en Maastricht, emplazada en una iglesia perteneciente a los Dominicos, allá por el sudeste de los Países Bajos. ¡La segunda librería más bella del mundo! Pienso… Esta misma, nuestra bella y queridísima ciudad, amante de los libros hasta tener un tramo de la calle Corrientes dedicada a ellos y una gigantesca Feria del Libro de prestigio y nivel absolutamente internacionales, pero en la que me apena que mis visitantes se tengan que doler con los niños de la calle sin la adecuada contención social, o se asombren ante el desorden del tránsito, tiene el privilegio de un lugar de ensueño como éste.
¿Qué queremos decir cuando decimos que un hecho, un objeto, una situación son “de película”? Pues que los vemos especialmente originales, superlativamente únicos, que tienen un carácter extraordinario. ¿Cierto? En síntesis, que van más allá de la realidad y pertenecen al mundo de la fantasía, de la ficción, de la concreción de imposibles, en algunos casos.
Hoy voy a hablarles de una librería en la que se da una dualidad muy particular porque es “de película” por superlativamente única, por especialmente original, por su carácter extraordinario, pero, además, es li-te-ral-men-te “de película” porque supo albergar el Cine –Teatro Gran Splendid, un cine-teatro de enorme jerarquía en Buenos Aires.
Mercedes, mi hija, y yo no cabíamos en nosotras del orgullo que sentíamos cuando invitamos a nuestras visitantes mallorquinas a conocer la librería El Ateneo, en el corazón de la Avenida Santa Fe. Para no resultar demasiado vanidosas omitimos alardear con el hecho de que fue considerada por el periódico británico The Guardian como la segunda librería más bella del mundo, luego de la Boekhandel Selexyz Dominicanen en Maastricht, emplazada en una iglesia perteneciente a los Dominicos, allá por el sudeste de los Países Bajos. ¡La segunda librería más bella del mundo! Pienso… Esta misma, nuestra bella y queridísima ciudad, amante de los libros hasta tener un tramo de la calle Corrientes dedicada a ellos y una gigantesca Feria del Libro de prestigio y nivel absolutamente internacionales, pero en la que me apena que mis visitantes se tengan que doler con los niños de la calle sin la adecuada contención social, o se asombren ante el desorden del tránsito, tiene el privilegio de un lugar de ensueño como éste.
¿A quién debemos el mérito? Yo daría, sin dudas, un hurra primigenio a Mordechai David Glücksmann (Max Glucksmann), nacido en Austria en 1875 y emigrado a la edad de quince años a Argentina. Este hombre extraordinario comenzó su actividad comercial como empleado de la casa de fotografía Lepage, en Bolívar al 300 y finalizó sus días en Buenos Aires, en el año 1946, siendo dueño de setenta cines, amén de haber sido pionero del cine argentino en épocas del cine mudo y realizador de los noticiarios que denominó Actualidades. Sí a este señor tan especial, que fue además el propietario de la firma discográfica EMI, en la que inmortalizaran su música Carlitos Gardel, José Razzano, Roberto Firpo y Francisco Canaro entre tantos autores e intépretes de la música criolla.
Repito, amigos, y sin cansarme, que a Max Glucksmann y a su genio indubitable debe la Reina del Plata el edificio del Cine- Teatro que hoy nos ocupa.
Repito, amigos, y sin cansarme, que a Max Glucksmann y a su genio indubitable debe la Reina del Plata el edificio del Cine- Teatro que hoy nos ocupa.
Perteneciente al Academicismo en lo que hace a su línea estilística fue construido sobre el terreno de una vieja fábrica de carruajes, luego ocupada por el teatro Nacional Norte; se inauguró en 1919. Sobre proyecto de los Arquitectos Peró y Armengol, y con una valiosa cúpula decorada por el maestro italiano Otalani, inició sus actividades como sala teatral, con el ostentoso y extranjerizante nombre de Splendid Theatre.
El Cine - teatro vivió toda clase de éxitos. Desde los festivales de tango de comienzos del siglo XX hasta los mejores estrenos cinematográficos de los años cincuenta y sesenta.
Claro que todo pasa, y en este caso, quizás por designios celestiales de quien lo pergeñara, las viejas paredes han cobrado nueva vida al ser acondicionadas por la tradicional firma El Ateneo, como una enormísima librería, llenándose de estanterías pletóricas de libros y llenando a su vez nuestros porteños corazones de legítima inmodestia.
Claro que todo pasa, y en este caso, quizás por designios celestiales de quien lo pergeñara, las viejas paredes han cobrado nueva vida al ser acondicionadas por la tradicional firma El Ateneo, como una enormísima librería, llenándose de estanterías pletóricas de libros y llenando a su vez nuestros porteños corazones de legítima inmodestia.
¡Qué mejor homenaje para un pionero de la cultura que haber convertido su teatro en una librería! ¡Qué orgulloso debe estar don Max contemplando “su” creación colmada de lectores y turistas!
¡Pasen y vean, distinguidos lectores, los palcos asomando sus dorados, el carmesí de tapizados y cortinas, el delicioso aroma de papel en miles y miles de estanterías perfectamente ordenadas y alineadas en los distintos niveles de la sala! ¡Vengan, por fin a beber un delicioso café entre las bambalinas del escenario convertido en original confitería! ¡Contemplen, extasiados, la cúpula que corona la sala con una representación alegórica de la paz, pintada como un festejo por el fin de la Primera Guerra Mundial! Y dígannos si no es lógica nuestra vanagloria como habitantes de Buenos Aires…
Una librería realmente “de película”. Dos veces de película, como ya les dije al comenzar mi crónica.
¡Vengan a Buenos Aires, señoras y señores, que siempre habrá en esta ciudad, a pesar de muchas cosas que debemos mejorar, sitios dignos de recibir una calificación como la que hemos elegido para El Ateneo Gran Splendid y su original forma de acercarnos a la belleza de las creaciones humanas!
Cati Cobas
domingo, abril 26, 2009
219-Brisas del Norte (en el Rosedal de Palermo)
Hemos tenido por el Plata un remezón de luna llena en pleno abril. ¿Saben?
Apolonia “la Madona” y Joana Aina, “la Reina” de mis crónicas viajeras han pasado unos días con nosotros en esta Buenos Aires atípica de otoño sin otoño trayendo a nuestra vida alegres aires mallorquines, que todavía vuelan en cada rincón de nuestra casa.
Todavía no podemos desprendernos de las “eles” de mi prima y me parece que voy a encontrarla al alba, sentada en mi cocina, rezongando contra el “jet-lag” y sus efectos. Me parece, repito, que aun se encuentra por acá dispuesta a seguir viviendo juntas y con sesenta junios o septiembres la cómplice aventura de sentirnos dos colegialas en su primera rabona.
Creo que por la misma razón, Mercedes, mi Mercedes, persiste hablando de lo lindo que fue conversar y pasear con Joana Aina, de cuánto le gustó conocer los suaves modos de esta prima apenas descubierta y asomarse, en su voz y su hablar pausado, a mundos hasta ahora desconocidos para ella. También Fernando reconoce que se dejó seducir por sus modos y por esas fotos tan bonitas que le trajo como recuerdo de las auroras boreales que conociera en su viaje a Groenlandia. Todo un personaje esta muchacha tranquila y curiosa, observadora y cálida, discreta y afectuosa al mismo tiempo.
Para mí, ha sido una tregua. Un detener los esfuerzos y concentrarme exclusivamente en el goce, en el disfrute, en el sol y los paseos. En el reír y mostrar mi tierra, que son dos cosas que actúan sobre mí como un bálsamo milagroso.
Es que han sido cinco días de intensas aventuras. De redescubrir lugares con ojos de turista. No voy a repetirme. Ya he contado el Tigre y La Boca, San Telmo y Recoleta, el tango y la milonga hasta el hartazgo. Sin embargo, Buenos Aires es tan bella…Y tan generosa como para poner siempre a los pies del visitante algo nuevo, algo distinto.
Esta vez para mí lo diferente ha llegado con perfume, con el dulce, dulcísimo aroma de las rosas que, para armonizar en esencias con el título de esta crónica, pueblan el norte de mi ciudad, el viejo y querido Rosedal de Palermo.
Y si de rosas hablamos no podemos ignorar que a Rosas, al general Don Juan Manuel de Rosas, controvertido hombre de nuestra historia, pertenecieron las tierras del Parque Tres de Febrero, que así se llama esa zona de la ciudad que tanto nos enorgullece.
Pero a Sarmiento y su visión debemos esta maravilla de Buenos Aires, ciertamente. De ella se dice: “La creación del Parque e instituto zoológico y botánico de Palermo, que ambas cosas comprendía el plan de Sarmiento, iba a dotar asimismo a la ciudad con los primeros jardines paisajistas igualmente ideados aquí por él. No dejó de aprovechar la cosa para lección de civismo, abriendo aquél paseo en la antigua posesión de Rosas, para Sarmiento, el representante del atraso colonial, y denominándolo con la data de Caseros. Quería que el famoso Palermo de San Benito, residencia del tirano, y por ello temible u odiosa para tantos argentinos, redimiera su mala fama, ofreciendo a todos el recreo gratuito de las bellas arboledas...
Cuando se aprecia ahora el cariño popular hacia este paseo, que según la previsión de Sarmiento es "el favorito de Buenos Aires", cuesta concebir el disfavor unánime con que la ciudad acogió su idea, las injurias y sarcasmos que por ello le suscitó. La distancia y los malos caminos eran los dos grandes argumentos. Nadie sino él concebía entonces la grandeza futura de Buenos Aires; nadie apreciaba su profundo argumento de que el Paseo transformaría los malos caminos en vías magníficas: las actuales calles Las Heras y Santa Fe. Dirigió personalmente los trabajos. Allá, por entre los matorrales y los pantanos, iba a caballo con su sombrero de paja, a trabajar por la belleza y la salud, mientras la ciudad, con significativa rebelión de niño, lloraba su cara sucia.”
Nuestra primera foto tiene lugar entonces, a los pies de una estatua de Sarmiento, mientras cuento a las primas estas historias y sucesos, mientras nos regocijamos con el sol y la brisa suave y aromática, con los lagos y las plumas blancas de los patos que relucen bajo el sol de una mañana de enero en pleno abril. ¡Qué regalo de la vida!
El lago, el puente y las flores giran en torno a nosotros y nos permiten admirar todavía más a esta Buenos Aires de contrastes, en la que siguen conviviendo la Biblia y el calefón, como Discepolín dijera. Admirar los cientos y cientos de rosales que parecen guardar secretos increíbles de duendes y de hadas. Porque ese lugar pleno de color y luz es, sin duda, el sitio ideal para que moren. Y si no, preguntemos al espíritu de quienes lo custodian.
¿Se ha vuelto loca esta mujer? Dirán ustedes. ¡Qué va! ¿De qué otro modo que guardianes de la belleza de las flores y amorosos amigos de duendes y de hadas podría considerarse a William Shakespeare, a Rosalía de Castro y Alfonsina Storni, a Dante Alighieri o Federico García Lorca, Antonio Machado y Jorge Luis Borges, eternos custodios en bronce del Jardín de los Poetas?
Cada rincón ofrece goces diferentes. Si hasta se puede admirar de cerca nuestra flor nacional, la flor de ceibo, que refulge en rojos ahí nomás, apuñalando el cielo más azul que pueda imaginarse…
Sabiendo que todavía nos aguardan muchas magias a partir de aquel angelical encuentro del que pronto se cumplirán los primeros dos años, y pensando a todos y cada uno de los integrantes de la familia que están con nosotras en espíritu, dejamos atrás el Rosedal y continuamos recorriendo mi ciudad con regocijo.
También así, con regocijo, escribo yo esta crónica, cuyo único fin es dejar testimonio para siempre de encuentros y alegrías renovadas. Cuyo objetivo es escribir la magia de esas brisas que ahora, desde el norte, en Buenos Aires, y tal vez, en un tiempo, desde el sur y hacia Mallorca, transportarán perfumes de ternuras y afectos familiares para seguir diciendo “gracias” a la Vida.
Cati Cobas
Apolonia “la Madona” y Joana Aina, “la Reina” de mis crónicas viajeras han pasado unos días con nosotros en esta Buenos Aires atípica de otoño sin otoño trayendo a nuestra vida alegres aires mallorquines, que todavía vuelan en cada rincón de nuestra casa.
Todavía no podemos desprendernos de las “eles” de mi prima y me parece que voy a encontrarla al alba, sentada en mi cocina, rezongando contra el “jet-lag” y sus efectos. Me parece, repito, que aun se encuentra por acá dispuesta a seguir viviendo juntas y con sesenta junios o septiembres la cómplice aventura de sentirnos dos colegialas en su primera rabona.
Creo que por la misma razón, Mercedes, mi Mercedes, persiste hablando de lo lindo que fue conversar y pasear con Joana Aina, de cuánto le gustó conocer los suaves modos de esta prima apenas descubierta y asomarse, en su voz y su hablar pausado, a mundos hasta ahora desconocidos para ella. También Fernando reconoce que se dejó seducir por sus modos y por esas fotos tan bonitas que le trajo como recuerdo de las auroras boreales que conociera en su viaje a Groenlandia. Todo un personaje esta muchacha tranquila y curiosa, observadora y cálida, discreta y afectuosa al mismo tiempo.
Para mí, ha sido una tregua. Un detener los esfuerzos y concentrarme exclusivamente en el goce, en el disfrute, en el sol y los paseos. En el reír y mostrar mi tierra, que son dos cosas que actúan sobre mí como un bálsamo milagroso.
Es que han sido cinco días de intensas aventuras. De redescubrir lugares con ojos de turista. No voy a repetirme. Ya he contado el Tigre y La Boca, San Telmo y Recoleta, el tango y la milonga hasta el hartazgo. Sin embargo, Buenos Aires es tan bella…Y tan generosa como para poner siempre a los pies del visitante algo nuevo, algo distinto.
Esta vez para mí lo diferente ha llegado con perfume, con el dulce, dulcísimo aroma de las rosas que, para armonizar en esencias con el título de esta crónica, pueblan el norte de mi ciudad, el viejo y querido Rosedal de Palermo.
Y si de rosas hablamos no podemos ignorar que a Rosas, al general Don Juan Manuel de Rosas, controvertido hombre de nuestra historia, pertenecieron las tierras del Parque Tres de Febrero, que así se llama esa zona de la ciudad que tanto nos enorgullece.
Pero a Sarmiento y su visión debemos esta maravilla de Buenos Aires, ciertamente. De ella se dice: “La creación del Parque e instituto zoológico y botánico de Palermo, que ambas cosas comprendía el plan de Sarmiento, iba a dotar asimismo a la ciudad con los primeros jardines paisajistas igualmente ideados aquí por él. No dejó de aprovechar la cosa para lección de civismo, abriendo aquél paseo en la antigua posesión de Rosas, para Sarmiento, el representante del atraso colonial, y denominándolo con la data de Caseros. Quería que el famoso Palermo de San Benito, residencia del tirano, y por ello temible u odiosa para tantos argentinos, redimiera su mala fama, ofreciendo a todos el recreo gratuito de las bellas arboledas...
Cuando se aprecia ahora el cariño popular hacia este paseo, que según la previsión de Sarmiento es "el favorito de Buenos Aires", cuesta concebir el disfavor unánime con que la ciudad acogió su idea, las injurias y sarcasmos que por ello le suscitó. La distancia y los malos caminos eran los dos grandes argumentos. Nadie sino él concebía entonces la grandeza futura de Buenos Aires; nadie apreciaba su profundo argumento de que el Paseo transformaría los malos caminos en vías magníficas: las actuales calles Las Heras y Santa Fe. Dirigió personalmente los trabajos. Allá, por entre los matorrales y los pantanos, iba a caballo con su sombrero de paja, a trabajar por la belleza y la salud, mientras la ciudad, con significativa rebelión de niño, lloraba su cara sucia.”
Nuestra primera foto tiene lugar entonces, a los pies de una estatua de Sarmiento, mientras cuento a las primas estas historias y sucesos, mientras nos regocijamos con el sol y la brisa suave y aromática, con los lagos y las plumas blancas de los patos que relucen bajo el sol de una mañana de enero en pleno abril. ¡Qué regalo de la vida!
El lago, el puente y las flores giran en torno a nosotros y nos permiten admirar todavía más a esta Buenos Aires de contrastes, en la que siguen conviviendo la Biblia y el calefón, como Discepolín dijera. Admirar los cientos y cientos de rosales que parecen guardar secretos increíbles de duendes y de hadas. Porque ese lugar pleno de color y luz es, sin duda, el sitio ideal para que moren. Y si no, preguntemos al espíritu de quienes lo custodian.
¿Se ha vuelto loca esta mujer? Dirán ustedes. ¡Qué va! ¿De qué otro modo que guardianes de la belleza de las flores y amorosos amigos de duendes y de hadas podría considerarse a William Shakespeare, a Rosalía de Castro y Alfonsina Storni, a Dante Alighieri o Federico García Lorca, Antonio Machado y Jorge Luis Borges, eternos custodios en bronce del Jardín de los Poetas?
Cada rincón ofrece goces diferentes. Si hasta se puede admirar de cerca nuestra flor nacional, la flor de ceibo, que refulge en rojos ahí nomás, apuñalando el cielo más azul que pueda imaginarse…
Sabiendo que todavía nos aguardan muchas magias a partir de aquel angelical encuentro del que pronto se cumplirán los primeros dos años, y pensando a todos y cada uno de los integrantes de la familia que están con nosotras en espíritu, dejamos atrás el Rosedal y continuamos recorriendo mi ciudad con regocijo.
También así, con regocijo, escribo yo esta crónica, cuyo único fin es dejar testimonio para siempre de encuentros y alegrías renovadas. Cuyo objetivo es escribir la magia de esas brisas que ahora, desde el norte, en Buenos Aires, y tal vez, en un tiempo, desde el sur y hacia Mallorca, transportarán perfumes de ternuras y afectos familiares para seguir diciendo “gracias” a la Vida.
Cati Cobas
sábado, marzo 28, 2009
¡"Sa greixonera cordada" en Balear Exterior!
Ilustrada con una bellísima fotografía en blanco y negro acaba de aparecer el texto sobre las "greixoneras" en la página de la Fundación Balear Exterior .
Gracias a sus responsables por la alegría de permitirme compartir estos recuerdos baleares con gente de diversas partes del mundo.
Cati Cobas
viernes, marzo 27, 2009
218- "Sa greixonera cordada" (La cazuela de barro zunchada)
Dedicada a mis dos lectoras fidelísimas, mis primas Cati, en Suiza y Apolonia, en Campos, Mallorca o Apolonia y Cati, para que no se me pongan celosas...
Cacerola, cazo, cazuela, marmita, perol, piñata, olla, puchero, pote, vasija, recipiente. Todas palabras que refieren al símbolo de la cocina por excelencia. Sin embargo, aún en presencia de este sinnúmero de vocablos, hubo en casa desde siempre, y a pesar de las distancias entre las Islas Baleares y Buenos Aires, uno absolutamente mallorquín y emblemático: la palabra “greixonera” que era la empleada por todos nosotros como si en vez de vivir en la ciudad del tango, lo hiciésemos en la isla del copeo y el “ball de bot”.
Solo en una “greixonera” se podían elaborar los sabores isleños con productos argentinos. De ella surgían, de manos de mi abuela salinera (oriunda de Ses Salines) y salerosa, potajes de legumbres, arroces sustanciosos, o aquel “tumbet” inolvidable. Hasta el típico estofado al estilo italiano, tan común en esta tierra los domingos, se cocía, lentamente, en la olla de barro de boca generosa, que traía a mi abuelo recuerdos de su Marratxí natal, la tierra del barro por excelencia, cuna de artesanos y hogar indiscutible del “siurell”.
Precisamente, era él, mi abuelo, el encargado de “cordarlas”. En castellano diríamos “zuncharlas”, ceñirlas con alambre para que resistieran, valerosas, sin quebrarse, los embates de los cambios de temperatura. El abuelo “cordaba” nuestras “greixoneras” y las de todos los paisanos y amigos mallorquines que eran, además, vecinos, ya que la mayoría de la colectividad vivía en un perímetro distante no más de treinta cuadras de la Casa Balear, en el barrio de Boedo.
“Mestre Marçal”, decía “Madò” Margalida, en un mallorquín combinado con el castellano que denotaba cómo los inmigrantes perdían poco a poco parte de su lengua original pero no terminaban de encontrar la correspondiente a su lugar de destino: “¿Me “cordaría” esta “greixonera”?” Y ahí, a puro alambre y tenaza, él ataba la cacerola en su punto justo: ni tan ceñida que sus paredes se cortaran con el calor del fuego, ni tan holgada que se quebrara al enfriarse.
Así “Madò” Margalida (o Aina o Joana) partían rumbo a su casa, orgullosas, con su cazuela ceñida y lista para el arroz “sec” o para “pastar” una buena ensaimada o coca que, a pesar de no necesitar del fuego, encontraban en ella el nido ideal para el levado.
Hace poco tuve el placer de recorrer la Granja de Esporles, y ver en ella “greixoneras cordadas” del mismo modo que mi abuelo lo hacía. Me maravillé de haber disfrutado, de pequeña, en plena Reina del Plata, tan lejos de las islas, de usos y costumbres ancestrales y entrañables como el cocinar, en una auténtica olla de barro, a la usanza mallorquina.
Cati Cobas
Solo en una “greixonera” se podían elaborar los sabores isleños con productos argentinos. De ella surgían, de manos de mi abuela salinera (oriunda de Ses Salines) y salerosa, potajes de legumbres, arroces sustanciosos, o aquel “tumbet” inolvidable. Hasta el típico estofado al estilo italiano, tan común en esta tierra los domingos, se cocía, lentamente, en la olla de barro de boca generosa, que traía a mi abuelo recuerdos de su Marratxí natal, la tierra del barro por excelencia, cuna de artesanos y hogar indiscutible del “siurell”.
Precisamente, era él, mi abuelo, el encargado de “cordarlas”. En castellano diríamos “zuncharlas”, ceñirlas con alambre para que resistieran, valerosas, sin quebrarse, los embates de los cambios de temperatura. El abuelo “cordaba” nuestras “greixoneras” y las de todos los paisanos y amigos mallorquines que eran, además, vecinos, ya que la mayoría de la colectividad vivía en un perímetro distante no más de treinta cuadras de la Casa Balear, en el barrio de Boedo.
“Mestre Marçal”, decía “Madò” Margalida, en un mallorquín combinado con el castellano que denotaba cómo los inmigrantes perdían poco a poco parte de su lengua original pero no terminaban de encontrar la correspondiente a su lugar de destino: “¿Me “cordaría” esta “greixonera”?” Y ahí, a puro alambre y tenaza, él ataba la cacerola en su punto justo: ni tan ceñida que sus paredes se cortaran con el calor del fuego, ni tan holgada que se quebrara al enfriarse.
Así “Madò” Margalida (o Aina o Joana) partían rumbo a su casa, orgullosas, con su cazuela ceñida y lista para el arroz “sec” o para “pastar” una buena ensaimada o coca que, a pesar de no necesitar del fuego, encontraban en ella el nido ideal para el levado.
Hace poco tuve el placer de recorrer la Granja de Esporles, y ver en ella “greixoneras cordadas” del mismo modo que mi abuelo lo hacía. Me maravillé de haber disfrutado, de pequeña, en plena Reina del Plata, tan lejos de las islas, de usos y costumbres ancestrales y entrañables como el cocinar, en una auténtica olla de barro, a la usanza mallorquina.
Cati Cobas
lunes, marzo 23, 2009
217- Los osos amistosos de Plaza San Martín
Según la enciclopedia, los osos son mamíferos enormes, generalmente omnívoros que, a pesar de su temible dentadura, comen frutos, raíces e insectos, además de carne. Con sus pesados cuerpos y sus poderosas mandíbulas se mueven con un andar pesado, apoyando toda la planta de los pies. Poseen orejas cortas y cola rudimentaria. Son varias las ciudades que tienen como símbolo la imagen de un oso, entre otras, Madrid y Berlín. Claro que también los ha elegido como emblema un pueblo entrañable para mí como Campos, en Mallorca, allí donde mi papá viviera su adolescencia balear. Tal vez por eso, apenas supe de la presencia de estos animales en mi ciudad, corrí a su encuentro.
Es que en las últimas semanas, los porteños hemos tenido la gracia de descubrir que estos animales pueden convertirse en embajadores de la mejor clase, en emisarios de paz y de amistad entre los pueblos e, inclusive, en hermosos exponentes del arte universal.
¡Sí, amigos! Nuestra bella Plaza San Martín se halla invadida por úrsidos multicolores y los vecinos de la Reina del Plata estamos encantados con estos visitantes.
Hablamos de una de las plazas más antiguas de la ciudad que, además de una frondosa y exuberante vegetación, alberga, a los pies de la barranca, el Monumento a los Caídos en Malvinas. De una plaza que se formó a expensas de la mansión denominada “El Retiro” devenida en infecto albergue de la Compañía inglesa del Mar del Sur para alojar a sus esclavos mientras se reponían del viaje. Los que hayan leído el hermoso cuento “La pulsera de Cascabeles” de Mujica Láinez, podrán situar la historia en este lugar, actualmente uno de los más elegantes de la Ciudad.Y no es ésta la primera vez que los animales invadieron la zona…¡Qué va! Si en ella se instaló allá por el 1800 nuestra Plaza de Toros, que también la tuvimos, de forma octogonal y estilo morisco con ladrillos a la vista, fue escenario de una valiente defensa por parte de las tropas españolas cuando los ingleses las asediaron durante horas en 1807. Derribada que fue la plaza de toros, El Retiro sirvió para alojar a San Martín y sus Granaderos a Caballo y, naturalmente, fue el sitio elegido en 1862 para honrar al General con la estatua ecuestre que hoy se puede apreciar. Rediseñada por Carlos Thays, el mágnifico paisajista responsable de la mayoría de las plazas porteñas, y rodeada de edificios emblemáticos como el Kavanagh y el Plaza Hotel, la Plaza San Martín es un lugar delicioso para visitar y, más todavía, estando tan poblado por osos simpatiquísimos.
Así es, el monumento del General San Martín, está rodeado por ciento cuarenta osos de dos metros de alto. Cada uno representa a los países miembros de la ONU (Naciones Unidas) y forma parte de una muestra de arte itinerante que busca difundir el diálogo y el intercambio de culturas y tradiciones. Pintados de manera alusiva al país representado, se ubican uno junto a otro, y, erguidos en sus patas traseras, parecen tomarse de la mano -perdón, de la pata delantera-, en una ronda de unión y de amistad entre los pueblos.
La muestra, “Cultura por la Paz, United Buddy Bears“, que quedó oficialmente inaugurada con un show de tango, nació en 2002 en Berlín, y hasta el momento ha sido visitada por veinte millones de personas, ya que sus creadores, Eva y Klaus Herlitz, pasearon a los cuadrúpedos por varias ciudades de Alemania, así como por Hong Kong, Estambul, Kitzkübel, Tokio, Seúl, Sidney, Viena, El Cairo, Jerusalem, Varsovia y Pyongyang. Entre el merchandising y la subasta de los osos ya llevan recaudados la friolera de US$ 2.250.000, que se destinarán a obras benéficas impulsadas por UNICEF.
¿Cómo no simpatizar con estos ursos de fibra de vidrio engalanados de colores? ¿Cómo no desear que esas patas unidas fueran una realidad en un mundo dividido?
Comenzando con el oso argentino, fileteado de firuletes y con Gardel en la panza, pasando por el norteamericano, que remeda la Estatua de la Libertad neoyorquina, cada uno despierta interés y tiene su gracia. Allí, el verde exuberante del oso mexicano, más allá, un paraguayito cubierto de verde con iguanas de madera. ¿Y los provenientes de lo que fuere la vieja “Cortina de Hierro”, con sus pinturas floridas y delicados paisajes?
Todavía faltan varias semanas para que los osos nos abandonen. Si viven en Buenos Aires, se los ruego, háganse una “corridita” a la Plaza San Martín, un poquito más allá de donde Florida termina en una bella plazoleta. No se van a arrepentir de saludar a nuestros plantígrados huéspedes.
Cati Cobas
Es que en las últimas semanas, los porteños hemos tenido la gracia de descubrir que estos animales pueden convertirse en embajadores de la mejor clase, en emisarios de paz y de amistad entre los pueblos e, inclusive, en hermosos exponentes del arte universal.
¡Sí, amigos! Nuestra bella Plaza San Martín se halla invadida por úrsidos multicolores y los vecinos de la Reina del Plata estamos encantados con estos visitantes.
Hablamos de una de las plazas más antiguas de la ciudad que, además de una frondosa y exuberante vegetación, alberga, a los pies de la barranca, el Monumento a los Caídos en Malvinas. De una plaza que se formó a expensas de la mansión denominada “El Retiro” devenida en infecto albergue de la Compañía inglesa del Mar del Sur para alojar a sus esclavos mientras se reponían del viaje. Los que hayan leído el hermoso cuento “La pulsera de Cascabeles” de Mujica Láinez, podrán situar la historia en este lugar, actualmente uno de los más elegantes de la Ciudad.Y no es ésta la primera vez que los animales invadieron la zona…¡Qué va! Si en ella se instaló allá por el 1800 nuestra Plaza de Toros, que también la tuvimos, de forma octogonal y estilo morisco con ladrillos a la vista, fue escenario de una valiente defensa por parte de las tropas españolas cuando los ingleses las asediaron durante horas en 1807. Derribada que fue la plaza de toros, El Retiro sirvió para alojar a San Martín y sus Granaderos a Caballo y, naturalmente, fue el sitio elegido en 1862 para honrar al General con la estatua ecuestre que hoy se puede apreciar. Rediseñada por Carlos Thays, el mágnifico paisajista responsable de la mayoría de las plazas porteñas, y rodeada de edificios emblemáticos como el Kavanagh y el Plaza Hotel, la Plaza San Martín es un lugar delicioso para visitar y, más todavía, estando tan poblado por osos simpatiquísimos.
Así es, el monumento del General San Martín, está rodeado por ciento cuarenta osos de dos metros de alto. Cada uno representa a los países miembros de la ONU (Naciones Unidas) y forma parte de una muestra de arte itinerante que busca difundir el diálogo y el intercambio de culturas y tradiciones. Pintados de manera alusiva al país representado, se ubican uno junto a otro, y, erguidos en sus patas traseras, parecen tomarse de la mano -perdón, de la pata delantera-, en una ronda de unión y de amistad entre los pueblos.
La muestra, “Cultura por la Paz, United Buddy Bears“, que quedó oficialmente inaugurada con un show de tango, nació en 2002 en Berlín, y hasta el momento ha sido visitada por veinte millones de personas, ya que sus creadores, Eva y Klaus Herlitz, pasearon a los cuadrúpedos por varias ciudades de Alemania, así como por Hong Kong, Estambul, Kitzkübel, Tokio, Seúl, Sidney, Viena, El Cairo, Jerusalem, Varsovia y Pyongyang. Entre el merchandising y la subasta de los osos ya llevan recaudados la friolera de US$ 2.250.000, que se destinarán a obras benéficas impulsadas por UNICEF.
¿Cómo no simpatizar con estos ursos de fibra de vidrio engalanados de colores? ¿Cómo no desear que esas patas unidas fueran una realidad en un mundo dividido?
Comenzando con el oso argentino, fileteado de firuletes y con Gardel en la panza, pasando por el norteamericano, que remeda la Estatua de la Libertad neoyorquina, cada uno despierta interés y tiene su gracia. Allí, el verde exuberante del oso mexicano, más allá, un paraguayito cubierto de verde con iguanas de madera. ¿Y los provenientes de lo que fuere la vieja “Cortina de Hierro”, con sus pinturas floridas y delicados paisajes?
Todavía faltan varias semanas para que los osos nos abandonen. Si viven en Buenos Aires, se los ruego, háganse una “corridita” a la Plaza San Martín, un poquito más allá de donde Florida termina en una bella plazoleta. No se van a arrepentir de saludar a nuestros plantígrados huéspedes.
Cati Cobas
sábado, marzo 14, 2009
216-Los colores de Quinquela, el hombre fiel
"Y cada vez que partí llevé conmigo la imagen de mi barrio, que fui mostrando y dejando en las ciudades del mundo. Fui así como un viajero que viajaba con su barrio a cuestas. 0 como esos árboles transplantados que sólo dan fruto si llevan adheridas a sus raíces la tierra en que nacieron y crecieron."
Benito Quinquela Martín (Buenos Aires, 1890-1977)
Hace mucho que no escribo, amigos, pero para mí es visceral hoy la necesidad de reencontrarme con la palabra, con ustedes y con esta ciudad en la que vivo y en la que “por todo y a pesar de todo”, como diría María Elena Walsh, quiero seguir viviendo.
Por eso, para poder soltar las amarras del silencio, elijo a aquel hombre que convirtió en colores el carbón, los barcos y la gente. Por eso contaré del pintor, grabador y muralista Benito Quinquela Martín, para decir a mi ciudad desde él, desde su barrio de La Boca y desde esa vuelta de Rocha que, aun ahora, despojada de cargas y descargas, es un lugar muy especial de Buenos Aires porque lleva, para siempre, la firma de Quinquela y el sello de su hombría de bien desinteresada y generosa.
¿Por qué el sello? ¿Por qué la vuelta de Rocha? ¡Si todo el mundo cuando habla de La Boca se deshace en Caminito! Porque es ahí, en la vuelta, y frente al río, donde Quinquela dejó el testimonio concreto de su fidelidad, más allá aun de su magnífico arte. Si se fijan bien hay en ese lugar varios edificios que, pintados de colores vivos, saludan a las aguas. Son una escuela-museo, un teatro, un lactario, un instituto de artes gráficas y hasta un hospital odontológico. Todos donados por el hombre fiel, el hombre bueno, dedicados a su gente; todos decorados con los murales de Quinquela, que pintan, sobre todo, los matices del trabajo y de los barcos, de aquello que lo rodeaba y que era para él su misma esencia.
Benito fue un expósito. Pero tuvo, sin duda, marcado su destino más allá de abandonos e infortunios, en la áspera ternura de Manuel Chinchella, su papá adoptivo, italiano, estibador y carbonero (quien -debemos decirlo- deseaba para Benito un “trabajo verdadero”, ya fuere hombreando bolsas o en el negocio familiar, si compelía, porque “eso del arte” no aseguraría al hijo un futuro “seguro”, aunque finalmente comprendió que el camino que se le abría era diferente del por él imaginado) pero, y sobre todo, en la comprensiva admiración de Justina Molina, su mamá adoptiva, que siempre confió en las condiciones de su hijo, apoyándolo incondicionalmente en el destino de ser todo un artista.
Benito era artista desde niño, pero casi hombre intentó brevemente obtener formación rigurosa y académica; claro que la fuerza de su arte -del que decía: “Además de antiacadémico, yo era un pintor fácil y rápido, cuando pintaba lo mío. La facilidad me la daba el tema. El puerto, los barcos, el río, las grúas, los astilleros, los obreros, la vida afiebrada del trabajo, eran temas que yo llevaba adentro y los trataba con facilidad”- se sintió más encauzada con el acompañamiento de gente como el maestro Alfredo Lazzari, quien le enseñara dibujo y pintura en el Conservatorio Pezzini Sttiatessi, una de las tantas “Sociedades” en las que se educaban los inmigrantes en aquellos tiempos en que los trabajadores aspiraban “a más” a partir del acceso a la cultura. Poco a poco, sus amigos artistas, como Stagnaro o Lacámera, también lo acompañarían con su obra. Pero fue el encuentro con Pío Collivadino, Director de la Academia de Bellas Artes, a quien conoció pintando en el muelle de la Boca, el primer peldaño en su crecimiento como artista. La pintura de Quinquela impactó fuertemente a Collivadino, quien afirmó: "Usted puede ser el pintor de la Boca y su puerto. Aquí hay ambiente, carácter, fuerza. Y además una personalidad original, un modo distinto de ver y de pintar."
El generoso Pio Collivadino compartió con nuestro hombre a su secretario, Eduardo Talladrid, el cual se transformó en verdadero promotor del arte de Benito, llevándolo a los más importantes salones de Argentina y de España, Francia, Italia y Estados Unidos de Norteamérica, por ejemplo. Y fue así, a partir de su arte, como Benito pudo comprar para sus padres la casa familiar, regalándoles la tranquilidad “del techo” tan ansiado por todo inmigrante en esta tierra.
Aunque la fama y la fortuna tocaron a su puerta, jamás le hicieron olvidar su barrio, su gente, las cosas simples con las que había convivido. Un ejemplo de ello fue una exposición “en el Jockey Club, organizada por las Damas de Beneficencia de Buenos Aires. En ésta ocurrió un hecho muy particular. Se repartieron dos clases de invitaciones, unas dirigidas hacia lo más encumbrado de la sociedad porteña y otras hacia los obreros y artistas de la Boca. Esta diferencia de clases tan marcada, se vio reflejada en el público que asistió ese día: la aristocracia y el pueblo se encontraron a través del arte de Quinquela”*(buenosaires.gov.ar).
Pintando su aldea de jornaleros, estibas y carbón, Quinquela pudo llegar al mundo. Pero dijo: “El puerto de la Boca es mi gran tema, el que concuerda más con mi sensibilidad y no saldré de él. Cada artista debe consagrarse a lo suyo: lo esencial no es renovar los temas sino renovarse uno mismo, dentro de los temas crear nuevos mundos sin salir de ellos. Espero haberlo conseguido, porque he puesto mi alma en lograrlo."
Desde entonces hasta su muerte, Quinquela pintó de colores su realidad de naves y de río. Desde los rojos de un incendio hasta los multicolores estibajes. Toda la Boca vivió en su paleta y en sus espátulas, vibró en grabados intensos y espectrales.
“Representó en sus obras el Riachuelo y la vuelta de Rocha, la intensa actividad, el movimiento, el ritmo del trabajo, (rudas faenas de los barcos, talleres metalúrgicos, fundiciones), el río, las grúas, los astilleros, barcos anclados o en reparación, amarrados o cargando cereales, frutas o carbón, proas, mástiles, distintos momentos del día en el puerto, paisajes, resplandores de efectos de sol, aguas turbias, cielos, humos, movimientos, luz y energía” y toda esa vida , por obra del maestro, se prendió de las paredes de escuelas y teatros donados por él a sus vecinos, como una manera de mejorar la existencia a través del arte.
Eso sí, no podemos hablar de Quinquela Martín, y no decir nada de su sentido del humor y su optimismo, de su complacencia en la amistad y en el afecto.
Dos son las pruebas de lo que afirmo.
La primera, referida al humor y a la amistad, nos hace citar su cargo de “Gran Maestre de la Orden del Tornillo”, una condecoración consistente en un simpático tornillo soldado a una cadena, que se otorgaba durante los encuentros dominicales de artistas que tenían lugar en su atellier-vivienda-museo a las personas que, siendo artistas, embajadores, benefactores, músicos, periodistas o poetas se destacaban por su bonhomía espiritual. Quizás era una forma de contrarrestar el tornillo que según un famoso tango le falta al mundo…¿Verdad?
La segunda muestra de humor llevada a su máxima expresión la da el hecho de haber pintado en vida su ataúd con el más vibrante colorido. Solamente alguien excepcional puede atreverse a tamaño gesto, no me digan que no…
"El color nace con uno, es instintivo, elegí el color para las flores y el paisaje, para mis barcos y mis cielos, para este riachuelo que prolonga mi vida hacia un río de cambiantes tonos. El color nunca muere, y yo entre colores seguiré viviendo, iré prendido a los colores hasta después de muerto". Con este criterio, Quinquela pintó su propio ataúd "este lugar será el santuario para mi después". Para la superficie exterior utilizó una amplia gama de colores en sucesivas franjas de celeste, verde limón, verde lino, rojo, azul, amarillo y marrón, en la tapa pintó una cruz y un barco y en el interior parte de rosa y parte con los colores de la bandera argentina. "El color no tiene fin. Cada color expresa un momento, una emoción y como yo quiero rendir homenaje a los colores aún después de muerto, pinté yo mismo mi ataúd con los colores argentinos por dentro, y por fuera con los siete del arco iris. "
Por eso, amigos, cuando vengan a visitar mi Buenos Aires, y los lleven al Barrio de la Boca, no se vayan de él sin saludar a Quinquela, sin dar una vueltita por su legado de colores y fidelidad ahí nomás, pegado a Caminito, en la vuelta de Rocha, enfrentando al río. El alma de este artista singular pervive en su taller, en cada mascarón de proa del museo, en las paletas que conservan huellas de sus búsquedas. Y quiere trasmitir su colorido mensaje a todos los que sepan valorarlo.
Cati Cobas
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