martes, diciembre 13, 2005

75-El país en el que “La Tradición” tuvo que tener un día


Archipiélago

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¿Tradiciones? ¿De qué “tradiciones” podemos hablar los argentinos?
Una maraña de perfumes y sabores nos envuelve. Una maraña de lenguas, acentos y dialectos nos conforma. ¿A qué llamar “nuestra tradición”?
No es Argentina un país muy afecto a las celebraciones populares, por lo menos en la actualidad. Y, si bien existen tradiciones propias de cada provincia, prácticamente no las hay que nos abarquen como nación.

Argentina es una tierra en que las sangres se han mezclado más que en otras, sobre todo en la clase media que, aunque actualmente sufre dificultades, todavía resiste. Griegos con italianos, españoles con franceses, hay familias enteras cuyas ramas originales pueden rastrearse hasta los sitios más remotos de Europa y hasta los rincones más perdidos de la Patagonia o el Chaco.
Por todo el país hay centros regionales: de Vedra, Canarias, Pontevedra o Lugo, del Fríuli, Nápoles o Bologna, de Paraguay, Bolivia o Uruguay. También hay, es cierto, círculos y peñas “tradicionalistas” que se dedican al folklore rural, y ahora, lugares para el tango, pero los primeros cuentan con un enorme número de asistentes igual o mayor que el de estos últimos.
En Buenos Aires existen los hospitales: Italiano, Español, Francés, Alemán, Británico e Israelita, sin mencionar algunos regionales, como el Centro Gallego.
Hay templos y cementerios alemanes, británicos, judíos, coreanos; escuelas japonesas, armenias, chinas, hebreas, italianas y francesas, así como alemanas, irlandesas y británicas. Todo mezclado, en un pastiche difícil de encontrar en otras latitudes, imagino. Porque uno de los secretos de nuestra identidad es eso: la mixtura.


Como muestra de mi postulado, para Navidad, en cada familia, se siguen tradiciones propias de los países de origen (hecho éste más notorio en aquellas marcadas por dolores muy profundos, como los armenios o croatas, entre otros). Pero aun las conformadas por varias generaciones de argentinos nativos, celebramos Navidad y Año Nuevo a la europea: comiendo frutas secas, turrones y pan dulce como si nevara, cuando el Servicio Meteorológico anuncia treinta y dos grados a la sombra. Y cuesta encontrar al cuñado generoso que se esconda envuelto en el pesado traje de Papá Noel porque termina siempre con la barba despegada por el copioso sudor que el atuendo le genera, pero siempre aparece un arrojado voluntario.
En cuanto a nuestras mesas cotidianas, saben más de ravioles y tucos, arroces y paellas, pizzas y milanesas que de locros y mazamorra.

Es tan complicado así tener tradiciones que unifiquen… ¡Y las necesitamos tanto!

Creo que quizás por eso, el mío debe ser uno de los pocos países que ha dedicado un día –el 10 de noviembre- a la “Tradición Nacional”. Y para colmo, esa dedicatoria se ha hecho a medias, porque ese día se recuerda el nacimiento de José Hernández, el autor del Martín Fierro, obra cumbre de la literatura gauchesca, y defensor del arquetipo originario de la argentinidad: “el gaucho”. Con esa decisión se dejan de lado todas las tradiciones del folklore urbano, porteño para más datos, vinculado al tango y al lunfardo, que hacen a nuestra identidad, tanto como lo que viene con boleadoras, rastras y monturas.

O sea que, si hilamos fino, el Día de la Tradición no cumple totalmente su objetivo de unirnos como nación.
Por otra parte, ni las tradiciones gauchas se salvan del mestizaje de culturas, de la influencia foránea en lo autóctono porque el vocablo “gaucho” no designa a un tipo étnico, sino a un actor social. El gaucho era un nativo, descendiente de europeos -a veces en unión con el indígena- adaptado a la dura vida rural de las pampas.

A esta altura de mis reflexiones empiezo a sentirme un tanto preocupada, porque creo que en esa falta de tradiciones que se extiendan a las mayorías radican algunas de nuestras dificultades para crecer como país. Los argentinos somos como mosaicos de distintos colores que no terminan de formar un todo.

Pero, pensándolo bien, hay una tradición, una costumbre, que sí nos unifica, nos da carácter, y no puede ser reemplazada por nada. Es el nexo de unión más auténtico entre criollos y extranjeros argentinizados, entre provincianos y porteños, entre todas las clases sociales. Se toma en la ciudad y en el campo, a toda hora y en toda ocasión; nos acompaña en los estudios, en el trabajo, en el amanecer y al retirarnos a dormir, en nuestras tristezas y en nuestras alegrías. No importa si es sorbido de una calabaza, en bombilla de alpaca en casa humilde, o de un bellísimo mate labrado por el platero Pallarols en las casas de más alcurnia. Esa tradición es el mate de bombilla. Con su rito preparatorio y su lenguaje, con su sabor dulce o amargo, con su pasar de mano en mano amigablemente, resulta incomparable. No puede reemplazarse por un té ni por el café más aromático. Es otra cosa. Es la punta de un ovillo que todavía hay que desenmarañar a fuerza de aprender a compartir y construir, a fuerza de sentirnos uno, aunque hayamos venido de muy lejos. Él es, a no dudarlo, nuestra mejor tradición. Es el suyo un código nacional que nos hermana, y nos hace pertenecer a esta tierra bendita que cobija a todo hombre de bien que quiera habitar su suelo.


Por todo esto, mi conclusión es que la tradición no debería vincularse a José Hernández, por muy importante que haya sido. Si yo fuera gobernante, instituiría el “Día del Mate” como el legítimo y más argentino “Día de la Tradición Nacional”.


Ilustraciones: www.capraro.com.ar

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No estoy de acuerdo con cambiar el día de la tradición. Si bien soy matero viejo, el mate se integra perfectamente con el gaucho y bien puede ser el mismo día el festejo para los dos.

La pampa, ese prodigio de la naturaleza que permitió el espíritu gauchesco, es la libertad que todos buscan, de cualquier nacionalidad. Todo eso está expresado en la primera parte del Martín Fierro. La segunda (la vuelta) es el renuncio, jamás aceptado por el gaucho, sí por el tibio.

Mi padre era croata pero nos enseñó siempre el amor por esta tierra y por la libertad. Acá formó su familia, acá trabajó, acá están sus hijos, esta fue su Patria.

Por el contrario, mi madre es la del eterno retorno a su Padova natal, por lo que, para ella, no hay día de la tradición excepto alguna fecha italiana. Bajo ese concepto caen muchas colectividades que viven en la Argentina, pero que nunca terminan de estar acá, por lo que no necesitan ni quieren ninguna fecha de la tradición autóctona, ya que viven con las foráneas.

Como bien decís, el gaucho no es un nativo puro, sino nacido de alguna estirpe europea invasora, pero SOCIALMENTE argentino y de las pampas, de la libertad, de la confraternidad y, por qué no, junto a la rueda del mate.

Como Roca, brazo ejecutor de los "argentinos" de entonces, se encargó de liquidar a los aborígenes, pocos quedan actualmente, pero con sus tradiciones garantizadas ahora por la Constitución Nacional. Me quedo, entonces, con la inmensa mayoría de "gauchos" que habitan este país, y con el 10 de noviembre como día de la tradición, incluido el mate en el dibujo alegórico. Chau.

CATI COBAS dijo...

Estimado Anónimo: con el tiempo comprendí que el mate no era sólo un símbolo argentino sino de otros países como Uruguay o Paraguay. No tengo nada en contra del gaucho emblemático de Hernández pero Argentina también es multiculturalidad y tango. Por eso no me gusta sólo tener en cuenta "el gaucho" como tradición. Un abrazo. Cati