lunes, febrero 18, 2008

162-Diario para el encuentro Capítulo II (Nuevos capítulos para "Las brasas que despiertan")


5 y 6 de febrero de 2008

“Más allá del horizonte”


Miquel y su sueño abordaron, acompañados por Apolonia, el ómnibus que los llevaría al Sur del Sur de la Provincia de Buenos Aires. Llevaban un mapa que habíamos obtenido a través del Google y tres fotografías centenarias como guía.

En esas fotos se veía a nuestros padres niños en tiempo de cosecha, junto a la máquina que tanto añorara mi tío Antonio allá, al volver a Mallorca, donde toda la faena de siembra y siega se hacía a mano. Se observaba, también, un ángulo de la casa de barro y paja, característica del campo argentino, en medio de la pampa, de la llanura que se extendía más allá del horizonte. Las pocas referencias con que contaban los exploradores eran que la vivienda se encontraba cerca de Paso Mayor y de su escuela, a orillas de un cauce de agua y de un puente de ferrocarril y poco más.

Con tan poquito, el padre de la Adelantada se propuso encontrar su Meca. Confieso que temí por el término de la proeza, porque volviera a casa con las manos vacías y el corazón lleno de tristezas. Claro que Miquel llevaba en la mochila -lo mismo que llevaré yo conmigo el día en que toque la piedra caliza de la isla-. Llevaba, digo, las añoranzas de su padre, que toda la vida sintió que tal vez, si hubiera venido a la Argentina con sus hermanos…

¡Es tan difícil llevar sobre los hombros las nostalgias ajenas y hacerse cargo de ellas, Miquel…! ¡Tan difícil…! Y a la vez… ¡Cuánta fuerza nos dan esas nostalgias!

Mi primo no es hombre de arredrarse ante las dificultades. Y su mujer tampoco. De modo que, montados en un taxi antiquísimo de los que suelen verse por los pueblos perdidos en los confines de Argentina, los mallorquines exploradores se adentraron en la zona cercana al Río Sauce Grande pensando si volverían alguna vez a su Mediterráneo azul, ya que los neumáticos del vehículo los hicieron sufrir hasta lo indecible.

Y tuvieron su premio, no lo duden, porque cuando ya habían perdido la esperanza, apareció ante sus ojos la escuela donde mi tío Antonio estudiara hace casi cien años y, poco más allá, el viejo puente sobre el río y los restos de una construcción que si no lo fuera, merecería ser parte del antiguo hogar de arrendatarios de nuestros abuelos Miguel y Catalina.

Puedo imaginar a mis primos tomando un poco de nuestra tierra negra, generosa y húmeda para llevarla, como prenda de unión, a la roja tierra de la otra orilla, aquélla que cultivan en Mallorca, regada con el agua que los viejos molinos sacan de las rocas casi casi por la fuerza. Puedo imaginar su emoción al reconocer el viejo lavadero de ovejas que tantas veces describiera al pequeño Miquel su padre. Y puedo sentir la alegría de Apolonia al comprender que el esfuerzo de la expedición no había sido en vano. Su esposo había cumplido con el sueño heredado: estaba de regreso en la Argentina. ¡Mandato cumplido, "mon pare"!, debe haber dicho.

Estoy segura de que el murmullo del agua del Río Sauce Grande les devolvió los ecos y las risas de los tres hermanos, mientras posaban para el fotógrafo que los inmortalizara a través del tiempo y las distancias.

(Continuará)

Cati Cobas

1 comentario:

Mª Ángeles Cantalapiedra dijo...

Se me olvidó comentar esta parte la otra noche; está bárbara, Cati.