martes, diciembre 13, 2005

64-¡Que vuelva Kapelusz!




Carta abierta a las autoridades educativas de nivel secundario con respecto a los libros de texto


Sensibilidades-“Desayuno Continental”, en la voz del Periodista Daniel López
30 de marzo de 2005


He decidido ser una mujer moderna. Empuño, por lo tanto, teclado y pantalla (no ya papel y lápiz) a fin de compartir con ustedes mis penurias como madre argentina en crisis. (Y cuando hablo de crisis me refiero a la económica y a la espiritual, que de ambas sufro).

Es indiscutible el hecho que determina cuánto ha influido lo económico en el barranca abajo educacional del que nuestros hijos son objeto, pero no es esa la única causa que percibo.

Sucede que desde hace varios años se impuso entre los docentes la norma de cuidar nuestros bolsillos y hacer que los chicos aprendieran a buscar información sin tener textos “de cabecera” para cada asignatura.
Los argumentos fueron: que los jóvenes debían “bucear” en la búsqueda del conocimiento (cuando con suerte apenas si pueden hacer “la plancha”), que un texto único pauperiza la información, que el costo de cinco o seis libros por hijo en una familia hace imposible el que éstos sean costeados y tantas otras justificaciones. La consigna fue y continúa siendo: “investiguen”. Por lo tanto: no más libros de texto indicados por profesores, a los alumnos.

Rogaría decididamente que no me cuiden más el bolsillo de esa forma. Les recordaría que varias generaciones de hijos de inmigrantes, a los que el dinero no les sobraba, se educaron en la escuela pública con libros de texto que no cambiaban todos los años, eso sí, para poder heredarse entre hermanos o familiares y, si no había dinero, o ayudaba la Cooperadora, o se concurría a la biblioteca pública. (En mi caso, por ejemplo, hay un pupitre de la “Miguel Cané” que guarda todavía rastros de mis ensueños adolescentes).

Ya no serían, quizás, Repetto, Linskens y Fesquet, ya no serían Ibáñez con sus libros de Historia, ni Fernández y Galloni o Santos Lara, los solicitados, pero habrá, sin duda, autores nuevos y magníficos libros con los cuales los chicos se familiarizarían manteniendo así un cierto orden y rigor al estudiar. Dicho sea de paso, creo que esa falta del empleo cotidiano de libros de texto constituye una de las causas de los fracasos a nivel universitario (los chicos no están acostumbrados a su lectura y mucho menos a concurrir a bibliotecas).

Todos nos quejamos de que los chicos no leen. Confieso avergonzada que, siendo buena lectora, he logrado solamente que mi hijo menor adquiera técnicas adecuadas de lectura comprensiva con el artero recurso de comprarle cuanta revista de instrucciones para jugar a la Play Station encontré en los kioscos, así que sé bien lo difícil que es lograr que acepten el “objeto libro”. Pero si los profesores lo indicaran, no les quedaría otro remedio que aceptarlo y, con suerte, hasta le tomarían un poco de cariño.
Claro que la orden es: “no al libro de texto”. Y ahí viene el educando al mismo lugar desde el que yo les escribo, pone el Google y en él, la palabra mágica: “bacteria”, “San Martín” o “esdrújula” y “voilá”: “la mesa está servida”, a costa de la muerte de los viejos compañeros de papel y tinta.
No reniego de los avances de la ciencia, y disfruto de Internet desde todo punto de vista, pero nada podrá reemplazar el crecimiento intelectual y de todo orden que implica el empleo de los libros.

Quiero pedir finalmente que pensemos todos en un giro de ciento ochenta grados y volvamos a los viejos amigos, porque si continuamos este camino, tendremos muy pronto un nuevo record de los tantos que avergüenzan a Argentina: ésta será la tierra que convierta en realidad el film Fahrenheit 451 sin necesidad de un solo fósforo.

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