martes, diciembre 13, 2005

61-Aluvión zoológico (Caticrónica marplatense)






Sensibilidades

4 de marzo de 2005

Nota: Los entrecomillados pertenecen al “Salmo Pluvial” de Leopoldo Lugones.


“Érase una caverna de agua sombría el cielo;
el trueno, a la distancia, rodaba su peñón…”



Playa Varesse, una de las playas más populares de Mar del Plata, a la que suelen concurrir los veraneantes de clase jamón del medio, mezclados con los habitantes de los hoteles sindicales, parecía un gigantesca pingüinera esa tarde de enero. Sólo que los pingüinos llevaban mallas (bañadores para los amigos peninsulares), en vez de fracs plumosos. Y protegían sus cuerpos del sol sin ozono, con coloridas, livianas y volátiles sombrillas chinas. Muchos disfrutaban de un baño en nuestras heladas aguas y muchos más, en abigarrado conjunto, se dedicaban a la manducación, por lo general debo decir que estas aves se alimentaban de medias lunas y churros rellenos con dulce de leche y sorbían mate de bombilla, ya que es sabido que esa es la bebida favorita por estas pampeanas playas.
De pronto, se oscureció el cielo, y un viento distinto barrió la arena.
Los bañeros recorrieron la playa e instaron a los pingüinos, que persistían en la mateada vespertina, a arriar petates y bártulos porque en buen criollo: “se veía venir un aguacero”.
Hubo pingüinos resignados, diligentes y perezosos, pero hasta los más rezagados optaron por emprender la retirada.


“Como caliente polen exhaló el campo seco
un relente de trébol lo que empezó a llover…”


Los pingüinos se convirtieron en termitas. La enorme playa, vista desde el murallón, era recorrida por un ejército unidireccional que caminaba, acompasado y a buen ritmo, provocando en el espectador la visión del ejército persa en las Termópilas. Diríamos en este caso, que las Termópilas eran la salida del balneario, que, por estrecha, obligaba a achicar filas mientras se escuchaba un murmullo cada vez más potente: “se viene, ¡ay que se viene…! Y los mismos que, diez minutos atrás, se remojaban con gusto en las aguas procelosas, ahora pugnaban por atravesar la puerta para evitar el diluvio sin importarles demasiado si el vecino cargaba con tres niños, el termo, la heladerita portátil, o la suegra.


“Una fulmínea verga rompió el aire al soslayo;
sobre la tierra atónita cruzó un pavor mortal…”


El rayo, fue el último aviso. El desfiladero, que une la playa con el Torreón del Monje, se transformó en pista de trote. Al ídem unidireccional marcharon las ex termitas para ponerse a cubierto.


“Y un mimbreral vibrante fue el chubasco resuelto
que plantaba sus líquidas varillas al trasluz…”


De ahí en más: la estampida. Los búfalos avasallaron los kioscos playeros y todo objeto que se opusiera a su paso. Se abrieron las sombrillas chinas, y más de un ojo estuvo a punto de salir de la órbita correspondiente atravesado por una varilla fuera de sitio.


“Saltó la alegre lluvia por taludes y cauces,
descolgó del tejado sonoro caracol…”


La manada avanzó, atroz, por el Boulevard Peralta Ramos con un único objetivo: no mojarse las mojadas mallas y los mojados pelos, ya que parece que a los veraneantes no les sienta igual el agua que ya está en el mar, que la que cae del cielo.

“Cristalina delicia del trino del jilguero.
Delicia serenísima de la tarde feliz.”



Los búfalos devinieron en mansas vaquitas apenas dejó de llover. La Rambla entre el Casino y el Hotel Provincial (una plaza seca, embaldosada y absolutamente ridícula para hacer un picnic) fue la llanura donde volvieron a aposentarse. Termos y vituallas brotaron de los bolsos. Evidentemente, reinó la pereza para desandar el camino y volver a la playa, pero nadie quiso encerrarse, en pleno veraneo, en el pequeño departamento o en la minúscula habitación del hotel sindical.
Sin duda, el anhelo de felicidad es inherente a todas las especies, incluidos los demasiado humanos veraneantes de mi amada Mar del Plata.
Más fotos en http://mardelplata.8k.com/ Con fotos a 360º)

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