lunes, junio 12, 2006

92- La "Cow parade" de Parque Chacabuco o Juan, "El Precursor"

http://buenosaires.cowparade.com/





El día del maratón en la Costanera Sur, entusiasmados por las endorfinas generadas durante la carrera, decidimos caminar hacia el centro de la ciudad atravesando el elegante barrio de Puerto Madero.
Cuál no sería nuestra sorpresa al toparnos con…¡un desfile de vacas! Una auténtica vacada multicolor había sentado sus pezuñas en la elegante zona que bordea los diques. Digno marco para un ejército de sofisticadas mamíferas de fibra de vidrio, esa área portuaria de Buenos Aires, vital en las épocas de “vacas gordas” para mi país, recibió, en tiempos “capicúas”, un importantísimo barniz de modernidad mediante la transformación de los viejos depósitos en viviendas, hoteles y restaurantes de lujo. Ese domingo pudimos apreciar allí vacas fileteadas, como la de Martiniano Arce, o disfrazadas de Barbie, con labios siliconados; también una, con pintura verde militar, aludiendo a otras épocas del país así como vacas célebres para los argentinos, entre otras, “La vaca Aurora”, protagonista de una caricatura antiquísima o “La vaca estudiosa” de María Elena Walsh, por ejemplo, con sus zapatos rojos, guantes de tul y el par de anteojos. Fue interesante observar que los más famosos artistas argentinos se habían dado a la tarea de pintar tan nobles animales en tres posturas diferentes, ya que las variantes eran: en reposo, de pie, o en actitud de marcha.

Averiguando, me enteré de que todas estaban ahí con un fin altruista, porque pertenecían al “Cow parade” (cuya traducción literal es “Desfile de vacas”), una forma de arte que implica organizar un concurso artístico en ciudades muy importantes. Los artistas ganadores decoran los rumiantes artificiales que luego son subastados en beneficio de instituciones de bien público. Este tema de las “Cow parade” vio la luz por primera vez en Suiza por obra y gracia del artista plástico Pascal Knapp, conocido internacionalmente por sus piezas de fibra de vidrio y acero y parece que ya ha habido muestras de este tipo en muchas ciudades importantes y que personajes como la reina de Inglaterra, la de Jordania o Elthon Jones ostentan en su patrimonio una vaca de las tantas que innumerables artistas han pintado.
Las porteñas, según averigüé, serán subastadas, al finalizar la muestra, en la muy prestigiosa firma Cristhie´s. Lo obtenido se destinará a la fundación Leloir y a otra que lucha contra la Esclerosis Múltiple.

Mi sentimiento frente a los nobles vacunos era contradictorio. En primer lugar, dada nuestra tradición ganadera, era evidente que no había muchos sitios en el orbe tan adecuados para albergar vacas como esta Pampa Húmeda. Además, como porteña que ama Buenos Aires, me sentí sumamente honrada de que se considerara a mi ciudad como digna de tan importante acontecimiento artístico. Por lo tanto, recorrí la zona, junto a mi esposo, con muchísimo entusiasmo aunque con los pies –preciso es reconocerlo- un poco “mortificados” por la carrera en la que había participado, de modo que terminé el día con las extremidades inferiores sumergidas en agua y sal por un rato bastante largo. Demás está decir que ese nimio detalle, así como la pequeña fortuna que gasté en vendas, no tuvieron importancia comparados con el placer estético brindado por las coloridas vaquitas.
Por otra parte, en un momento en que se discute si se vende o no carne al extranjero (porque la decisión implica que los criollos no deglutamos nunca más un bife) y en que la lucha por un kilo de picada nos consume varias horas de trabajo, esas vacas artísticas pastando en tan refinada zona, por más que estuvieran gratuitamente al alcance de todo aquel que transitara por ella, me confirmaban el viejo refrán de que “la plata atrae a la plata”, me resultaron el símbolo de que tanto la carne de buena calidad, como el arte y el “charme” son, cada día más, cosa de minorías y que al Sur de la ciudad se hace muy difícil acceder a una vaca, ya sea de carne, cuero y cuernos o de fibra de vidrio pintada por artistas.

Pero me llevaría una sorpresa.

El lunes por la mañana, al empezar con las compras en mi barrio, comprendí que con la “Cow parade” ocurría algo muy semejante a lo que nos ocurre a la mayoría de los mortales con la felicidad: uno cree que es un patrimonio de Puerto Madero y la tiene “ahícito” nomás a la vuelta de su casa: ¡Parque Chacabuco no tenía nada que envidiarle a Puerto Madero! En la esquina de Cachimayo y Asamblea teníamos nuestro propio “Cow parade” y ¡ningún vecino se había percatado de la magnitud de la situación!

Frente a mis ojos y a mi espíritu -que venían de admirar tanta vaca refinada-, se erguía, en toda su dignidad, una casi igual a las de Puerto Madero. Se trataba de una Holando Argentina de cartón piedra que invitaba a todos los vecinos a comprar en carnicerías La Lonja, de Juan Montalvo.
Esa vaca, realizada por el carnicero en plena crisis, había sido su ingeniosa forma de estimular el consumo pero yo no la había apreciado. No había sabido “ponerla en valor”, como dicen los restauradores, adjudicándole a su creador algún barniz de “artista”, de émulo de Polesello o la Minujin. Y ahí estaba la estatua de La Lonja haciendo que desde ese momento en adelante, Juan Montalvo pudiera ser catalogado para siempre como Juan, “El Precursor”, dado que su noble vaquita era, a todas luces, de carácter anticipatorio.

Eso sí: mi vaca chacabuquense constituía un paradigma de la clase media medio medio: ya no tenía cuernos (se los habrá gastado para salir del corralito, pensé), de las dos orejas le quedaba una (para lo que hay que oír por la radio y la tele, mejor ser sordo). ¡Hasta la cola le habían cortado! Y no hablemos de lo peor de todo: la generosa ubre, émula de nuestro fértil suelo, ostentaba uno solo de los cuatro pezones con que originalmente contara la creación de Juan.

Por segunda vez en dos días me acosaron los más dispares sentimientos ya que al mirar detenidamente a esa vaca barrial comprendí que en ella estaban plasmados los abismos que separan cada vez más a Parque Chacabuco y su gente, que pelea por no irse al pozo, de la VIP de Puerto Madero.
Pero por otro lado, en la esencia misma del ingenio de Juan, El Precursor, el carnicero argentino que con temple visionario se anticipó al suizo Pascal Knapp por varios cuerpos (¿o serían cuernos?), creí ver el camino que nos podrá conducir al éxito.

Habrá que apelar cada vez más al esfuerzo, el ingenio y la creatividad y seguir cinchando en esta época de “vacas flacas” para que para nosotros también vuelvan a ser un poco más gorditas y no se haga carne en la mayoría de los argentinos la canción de don Atahualpa Yupanqui: que dice: “las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas”…

Cati Cobas

1 comentario:

Erna Ehlert dijo...

Estoy leyendo en tu blog.
Me hacia gracia esta pagina, porque hace pocos días estábamos hablando de las vacas pintadas.
Mi hijo con su familia estaba de viaje en Alemania visitando la parte de familia que tenemos allí.
En Stuttgart vio una exposición de osos pintados y les sacó muchas fotos así que yo también los vi. Y así llegamos a hablar de las vacas.
Me gusta tu blog y pienso leer más en el a ratos.
Me gustaría poder saludarte cuando vengas a Sa Roqueta. Vivo muy cerca de la iglesia de San Marçal.

Un saludo Erna