domingo, enero 29, 2006

80-Al estilo pampa por culpa de Eolo-Caticrónica veraniega

Archipiélago 28 de enero de 2006
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Vuelta al hogar, y deshechos los bártulos que acompañaron nuestras vacaciones familiares, me dispongo a reflexionar sobre ellas, y a compartir las reflexiones con mis pacientes lectores.

Lo primero que a una le preguntan al volver es dónde ha estado y qué tal el tiempo.
Respondo a la primera cuestión diciendo que este año hemos traicionado a mi amada Mar del Plata, y procurando hacer el gusto de mi hija (que soñaba con unas vacaciones “elegantes”), hemos partido hacia zonas menos “populares” del país, como el Municipio de Pinamar. Aclaremos que dado que nuestra pertenencia a la clase jamón del medio no nos permitía albergarnos en Pinamar propiamente dicha, recurrí al subterfugio de reservar hotel en Ostende, cercano a ella, pero tan parecido a Pinamar, como yo a Jane Fonda. Lo peor es que me reservé el dato hasta la llegada, por lo que deberían ver la cara de mi princesa al comprender que estaríamos en un paraje absolutamente agreste y lejano a su Meca. Por suerte, los méritos del hotel fueron suficientes como para balancear la situación y pudimos disfrutar de unos hermosos días de sol…y sol hecho este que responde a la segunda de las preguntas antes mencionadas.

Pensarán mis lectores: esta mujer está trastornada. ¡Qué va! Dije de sol y sol porque el mar lo pude ver en fotos o a ciento cincuenta metros de distancia.
¿Qué quién tuvo la culpa? Pues Eolo, el dios griego de los vientos, que decidió venir a reinar por estos pagos sin dar tregua. Y no eran vientitos ligeros, no. Eran ventarrones de esos que pinchan la piel con arena y hacen que uno trate de mojar románticamente sus pies en el mar (helado también, por supuesto) para emerger de él convertida en un símil de los témpanos que han tenido a bien desprenderse del Continente Antártico para merodear, cual intrusos buques factorías soviéticos, nuestra Plataforma Continental Argentina.

El tal Eolo dispone, generalmente a su criterio, de las extensas playas de la costa de nuestro territorio, y convierte las hermosas dunas pobladas de pinares en refugio de los veraneantes que terminan tomando mate entre matas y arbustos si no pueden optar por la solución más refinada: alquilar una carpa al mejor estilo de los pampa, aborígenes de la zona. (*“Los toldos de los indios eran cabañas bastante chicas, construidas con cueros sostenidos con algunas estacas y bambúes. Estas pieles, encimadas unas sobre otras, formaban el techo, las paredes, y hasta las puertas a la vez. Cuando una hija está por casarse, se hace un tabique interior con pieles para que tenga su propio cuarto, con entrada independiente”).

Las carpas playeras actuales, organizadas alrededor de patios en la arena, pensadas para protegerse del viento, son también individuales, de estructura de madera y lona. No sólo tienen techo, sino paredes perimetrales y algunas, una segunda cortina que en vez de servir para alojar a la hija casadera, permiten desvestirse sin que los vecinos vean nuestras desnudeces.

Deberían haber contemplado a mi atribulado y blanquecino cónyuge y a esta servidora a la hora de tomar su lugar en una de esas carpas que si no me equivoco pueden verse aquí y en Uruguay porque creo que en otros lugares no hacen falta dada la benignidad del clima.
Los espíritus de los caciques Catriel y Coliqueo, viejos pobladores de la zona, habrán salido de sus tumbas sintiendo vergüenza ajena…
Vestidos como para emular a Amundsen en sus expediciones polares, y solos de toda soledad -los chicos no aparecían hasta las dos de la tarde- ateridos y llenos de arena dábamos una imagen tan patética que daba grima, razón por la cual decidimos que optaríamos por el cálido refugio de la pileta del hotel hasta que el dios de los vientos eligiera alguno favorable. Y así lo hicimos luego de los primeros días.

Como todo lo malo tiene, según mi filosofía de ollas y sartenes, su costado positivo, a partir de mis incursiones en el jardín y pileta del hotel he tomado apuntes que transformaré en mis próximas crónicas tituladas: “Desde el mangrullo**”


*
http://www.oni.escuelas.edu.ar/2002/buenos_aires/ultimo-malon/


**mangrullo: atalaya construido por los fortineros que luchaban contra los indígenas.

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