lunes, agosto 13, 2007

140-Isabel

Aunque su primer nombre es Rosa, todos la conocemos por “Isabel”. Y el próximo sábado celebraremos su cumpleaños. Isabel, “La tía Isabel”, es la hermana mayor de Carmelo, mi suegro. La sobreviviente, junto con Osvaldo, de una “pandilla” de seis, producto de la mezcla de la sangre italiana de la Nona Filomena y del abuelo Baltasar, más armenio que los hatchgards y el duduc. Combinación increíble pero muy común, por otra parte, en estas tierras, donde los gallegos se casaban con napolitanas y los alemanes, con francesas, contribuyendo a la heterogeneidad de nuestra cultura. De por sí, celebrar el cumpleaños número noventa es todo un lujo, pero hacerlo como lo hará Isabel es un lujo y un ejemplo, y por eso estoy aquí escribiendo, con su permiso expreso, estas líneas con su historia. Era una muchacha muy joven, que tocaba el piano y ayudaba a su madre en los quehaceres, cuando debió casarse, sin que pudiera hacer mediar su voluntad, como era muy frecuente en esa época, si se pertenecía a una colectividad del tipo de la armenia. No obstante, procuró vivir la situación del mejor modo posible, y tuvo a Pablo y a Rubén, sus dos hijos a quienes quiso y quiere entrañablemente. Ya por entonces, sabía disimular dolores, y salir al mundo con esa sonrisa cálida y esa entereza que le han valido la admiración de todos los que la conocemos. Y, si bien contó siempre con el apoyo de sus hermanos, cuando sintió la necesidad de continuar sola su camino, no dudó en reemplazar las teclas y el solfeo por la máquina de coser y las agujas, logrando así la independencia tan ansiada. De ahí en más, nada ni nadie la detuvo, y en una época muy diferente de la actual, Isabel supo luchar para vivir con dignidad lo que le tocara en suerte. Pero lo que hace a esta mujer digna de una crónica no es nada de lo antedicho, ni siquiera su valentía para encarar una segunda posibilidad de ser feliz, como lo hizo, junto a Eugenio, maravilloso e inolvidable compañero, cuando ella ya contaba con más de sesenta años. Lo que la hace digna de esta crónica son sus “ganas” y su bondad enorme. Esas ganas de vivir que no la abandonan. Esas ganas, casi niñas, de disfrutar de todo: un paseo, una excursión o una reunión con la familia; de los nietos, los sobrinos o los hermanos, de una blusa nueva o una cartera recién estrenadas. Sus ganas, su bondad y su presencia. Y cuando hablo de presencia digo “presencia”. Isabel ha estado “presente” siempre y para todos: con sus despistes, con sus sonrisas, con su parloteo, con sus ganas de que “nos vaya bien, y sigamos juntos”, con sus flanes de zanahoria inconfesables y sus budines de pan de antología. Relata Jorge, mi marido, que cuando era adolescente, y, como era lógico, muchas veces se sentía perturbado, nada como una visita a la tía Isabel para sanarse. Ella sabía, con una taza de café con leche, curar males de amor y desconsuelos como nadie en este mundo, virtud que conserva hasta el momento. Ella sonríe, y el cuarto se ilumina y eso ha sido así siempre y para todos. Podría contar cientos de anécdotas. Podría relatar miles de historias, viajes, aventuras, despistes, dolores y alegrías… Isabel, saliendo a hacer mandados muy temprano y dejando a Juanita, mi suegra, su abnegada cuñada, sin elementos para preparar el almuerzo de los chicos por haber quedado conversando con alguna amiga a quien quiso consolar en el momento. Isabel, cosiendo sábanas en el Hospital Fernández; Isabel, ruborizada a los sesenta y pico, pidiendo permiso a sus hermanos para presentar a Eugenio, su galán, a la familia. Isabel en nacimientos y en las muertes, en cumpleaños y fracasos o septuagenaria, sola, rumbo a Europa, viviendo su aventura. Isabel y sus tejidos al crochet, su forma de decir “los quiero” o, justo es contarlo, mudando infinidad de veces su piano o enfriando el matambre en la ventana del departamento, y buscándolo desesperada en el césped, siete pisos debajo, a minutos de llegar sus invitados. Hace unos meses tuvo la ocurrencia de regalar a cada miembro de su familia un chispero. Un aparatito electrónico para encender el fuego. El que nos tocó en suerte tiene una forma de lo más extraña y en su momento hasta nos causó algo de gracia la idea del presente. Pero con el correr de los días, llegué a la conclusión de que ese chispero es la esencia de esta tía. Vaya a saber por obra de qué gracia del destino nació y vive alumbrando y encendiendo, con su ejemplo de lucha y alegría, infinitos fuegos en el alma de la gente. En cinco días celebrará sus primeros noventa años, con una fiesta en la que quiere baile y música. ¿No creen ustedes que merece estas palabras, junto con toda nuestra admiración y nuestro cariño? Cati Cobas

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