lunes, diciembre 12, 2005

16-El repartidor de Pizza


Ficticia

13 de Diciembre de 2002

La Navidad en Buenos Aires tiene olor a jazmines. Un calor pegajoso nos envuelve mientras vamos preparando las fiestas familiares en las que solíamos deglutir turrón, pan dulce, frutas secas y lechones, como si afuera hiciera diez grados bajo cero.Este año, los comercios que denominamos “Todo por dos pesos” ofrecen saldos de las importaciones de años anteriores, tristes despojos de lo que quiso ser y no era en realidad y en las vidrieras se han puesto los mismos arbolitos del pasado con algún pequeño cambio, que no nos impide pensar que ya vimos la película.Flota en el aire una mezcla de sentimientos encontrados: alivio, porque aunque un cambio en la unidad del año no va a modificar en nada nuestras vidas renueva la ilusión pensar en dos mil tres y siempre se puede creer que lo que nos pasó fue porque los años capicúa a los argentinos no nos sientan; temor, por los anuncios de los noticieros con respecto a posibles saqueos para el veinte de diciembre; alegría por las muchas reuniones con amigos en estos días; dolor, por los que no pueden llevar nada a su mesa y, para algunos, esperanza en que iremos encontrando con mucho esfuerzo nuevos caminos para ponernos de pie.
Optimista a ultranza, iba, como siempre, por mi habitual camino a La Meca, o sea, al supermercado, mascullando cosas ininteligibles sobre lo que arriba detallo y preguntándome qué aportarían mis hermanas políticas para la cena navideña pues esta Navidad será, como en la Iglesia, a la canasta y como mandan los Santos Evangelios Vegetarianos, a puro pollo, verdurita y jugos “diet”, cuando me topé con una escena insólita.Un repartidor de pizza con su moto, a las nueve de la mañana aporreaba una puerta en una de esas casas de pasillo largo muy comunes en mi ciudad. Espíritu curioso si los hay, me detuve porque me pareció muy raro que alguien hubiese encargado una de anchoas a esa hora. El jovencito continuaba como en los versos de Serrat: golpe a golpe sin obtener respuesta.
Ya casi no podía seguir observando sin que el joven se diera cuenta y estaba por andar nuevamente mi camino cuando surgió desde la oscuridad del largo pasillo una muchacha en flor, con aire de salir recién de entre las sábanas. -Ahora le da la grande de muzzarella-, pensé, al ver al jovencito destapando la canasta de su vehículo. Pero de pronto el muchachito hizo brotar del receptáculo, al mejor estilo de un mago con galera, el más hermoso ramo de Estrellas Federales, que en recuerdo de Juan Manuel de Rosas, el Restaurador, así llamamos por aquí a las poinsetias, esa flor característica de las Navidades en todo el mundo.
El beso que siguió no puedo describirlo, fue digno de Lo que el viento se llevó y cuanta película romántica pueda acudir a vuestras mentes afiebradas. Realmente, disfruté tanto ese instante de dicha en esta quieta mañana de diciembre que decidí, de inmediato compartirlo con ustedes junto con mi absoluta convicción de que hay cosas que ni la peor de las crisis puede alterar en este mundo.

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