martes, diciembre 13, 2005

31-Sacapuntas: 12- Tercera Junta: 0



Ficticia
23 de Julio de 2003

Tarde de sábado invernal en Buenos Aires.
Emplazamiento del encuentro futbolístico: Cancha de fútbol cinco en la sede del Club Tercera Junta. Decididamente cacofónico: “Techada con techo de chapa, pero sin paredes, que deja acuchados a todos los participantes del evento”.
Barrio: Parque Chacabuco.
Clase de los contrincantes: 1991
Aspecto de los jugadores del Tercera Junta: todos comen, son grandotes, van al dentista y no faltan al colegio. Equipos deportivos: completos, aunque algunos ostentan debajo de la camiseta, los colores azul grana de San Lorenzo de Almagro, destinatario de los amores futbolísticos de los habitantes de esta zona.
Aspecto de los jugadores del Sacapuntas: pequeñitos, muy delgados, dientes negros, torcidos o faltantes. Poca escuela y muchas eses tragadas al hablar. Equipos deportivos: unas pecheras de plástico atadas con cintas, zapatillas del hermano u obtenidas luego de una larga espera en alguna sacristía eclesial. Sin medias en su mayoría. Debajo de la ropa, los colores de Huracán o de Boca.
Hinchada del Club Tercera Junta: madres y padres con camperas, gorros y guantes. Intentan enfrentar al frío con un cafecito caliente comprado en el buffet.
Hinchada del Sacapuntas: madres y padres mate y termo en ristre. Poco abrigo y menos dientes. Casi podrían llamarse Los desdentados y no Los Sacapuntas (aunque procure ponerle al hecho un tinte risueño, me duele demasiado escribir sobre este tema en el país de odontólogos que han hecho escuela en el mundo. Me duele tanto, como las caritas de hambre que adivino detrás de los mofletes colorados por el precalentamiento).
El cotejo comienza a dirimirse con evidente dominio de los Sacapuntas en desmedro de los juntenses. Los émulos de Maradona corren como liebres, creo que porque piensan que en los pies tienen la única oportunidad de salir de tanta miseria y además porque, presumo tienen horas de potrero y barro, de Comedor Comunitario y una sola comida en el día. Demasiado mate cocido y galleta se adivina en esos huesos que sostienen poca carne pero que les permiten correr como liebres y apuntar en el tanteador como si se tratara de un partido de básquet. La hinchada, enardecida grita cada gol y lo festeja con un “¡o lé lé o lá lá, vamo sacapunta, vamosa ganar!”
Los de Tercera Junta, debieran cambiar de nombre, porque son de cuarta. ¡Qué digo de cuarta! Son un oprobio, un verdadero papelón.
Corren poco, mal y les falta la picardía criolla del que ya no tiene nada que perder. Se cuidan y no arriesgan el cuerpo demasiado porque los adversarios pegan fuerte, como si en esos puntapiés vengaran en parte tanto sufrimiento injusto.
Los padres tercerjuntanos, que no somos ningunos potentados, sino miembros más o menos conspicuos de una mediocre clase media en vías de extinción sufrimos por el desencanto, pero creo que mucho más por la vergüenza de saber que ahí nomás muy cerca nuestro, hay otra realidad de chapas y cartón que día a día se nos acerca .
Pero de repente, cuando el marcador iba por el número 10 y mi Fernando desistía de emular a Roa o Goicochea, los miembros de las dos hinchadas decidimos que todavía algo podíamos hacer por un tiempo un poco mejor en esta tierra. En vez de continuar a ambos lados de la cancha, enfrentados, comenzamos a mezclarnos. Circularon entrelazados el mate y el café, las galletas duras y las medialunas y por un instante milagroso nos sentimos hermanados en lo que teníamos todos en común: los pibes que gordos o flacos, con dientes o sin ellos, eran nuestros pibes y merecían la hermandad, aún momentánea.
El marcador no favoreció a los locales, eso es evidente, pero los pibes tuvieron su tercer tiempo de chocolatada y galletitas dulces y se olvidaron por completo del resultado. Mientras tanto, los integrantes de ambas tribunas paternales soñaban con otra realidad para los hijos.

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