martes, diciembre 13, 2005

20-Caticrónicas Marplatenses II



Ficticia
12 de Febrero de 2003

Continuación
Confieso que, entre los bostezos acusados por algunos lectores y la aparición en Ficticia de un femenino personaje hispano, también con hijos adolescentes, a mi juicio tan pero tan divertido y bien escrito, me ha tomado como una timidez literaria, un pudor desmedido, una autoexigencia casi paralizadora y he dudado mucho acerca de si debía o no concluir mi crónica marplatense. Pero soy de las que sostienen que hay que finiquitar lo que se comienza, y por otra parte se me ocurre que las desventuras femeninas son semejantes y a la vez diferentes según el escenario. Así que ahí va, como digo en muchas ocasiones…que sea lo que Dios quiera, aunque pensándolo bien ¿para qué complicarlo en estos menesteres al Todopoderoso cuando ya tiene bastante con los estropicios que hacen los gobiernos?
En la pajarera (o el mini departamento)
Volver y querer esfumarnos fue todo un mismo sentimiento.
Un inoportuno llamado desde Buenos Aires comunicando que la abuela no comía y la gata extrañaba, o al revés, a esta altura ya no tenía mucha trascendencia, había despertado al alba a nuestros chiquilines y exacerbado de ese modo el buen humor que los caracteriza a la hora de levantarse.
La dulce doncella, que está en etapa de autoestima baja y cualquier motivo es bueno para hacerla sentir la mas desdichada, la mas fea, aunque sea mas linda que la Roberts y la Griffith juntas; en esa época en que las madres rezamos para que encuentre algún gavilán que le haga mejorar su autoestima tambaleante y luego oramos diez veces mas para que lo único levantado sea la autoestima, aullaba porque su hermano le había roto…¡la planchita! instrumento con el que alisa su cabello tres o cuatro veces por día para combatir la humedad ¿vieron? Ella, en genuina defensa propia, le había confiscado la “memorycard”, con lo que la “Playstation” estaba desmemoriada y no recordaba cuántos goles había hecho Maradona en el campeonato de fútbol virtual que el muchachito venía jugando desde su ciudad natal.
Por lo tanto: caos total en pocos metros cuadrados. Delicias del veraneo.
Mi marido giró sobre sus talones y decretó que iría a buscar el diario, luego de lo cual quedé desamparada a merced de los hijos y enfrascada en insólito diálogo con la Reina del Plata:
- ¡Señora! ¡No me come nada, está todo el día tirada y se le cae el pelo!
Hija culposa, pensando en la pobre octogenaria que había quedado a su cuidado respondí: -¿Cómo Laura que mi mamá no come?
Ya sabía yo que ha perdido vista y oído pero que supiera conservaba intacto el apetito.
En cuanto al pelo… ¿alopecía repentina por unos pocos días de vacaciones? Era demasiado.Ahí nomás entraron a tallar los Angelitos de la Guarda de mi abuela Isabel. El bueno me soplaba:”_ No debiste haber venido, qué irresponsabilidad la tuya, cómo te animaste a venir dejando a tu madre allá”. Mientras el malo argumentaba:”_ Nadie la ha obligado a que fueras hija única; hubiera podido dispensarte la vida un hermano a quien culpar en estas circunstancias”. A todo esto el abnegado yerno, La Nación en mano, comenzaba la ola de auto-reproches cuando pude oír:
-Su mamá no, señora, ella come bien, es la gata la que no come nada, se ve que está muy triste, me parece que tendrían que volver.
-¿Volver? ¿Cuatrocientos kilómetros, varios cientos de tábanos y por la gata?
-Sólo sobre mi cadáver.
Mi hija, madre putativa de la felina, devolvió la memorycard de inmediato, único modo de obtener un aliado de negociaciones.
-¡Quiero irme! ¡Misha se muere! Vamos, Fer que nos quedamos sin mascota. Hagamos las valijas.
Claro que a veranear habíamos ido y no estábamos dispuestos, por lo menos los abnegados padres, a que una gata arruinara esos días tan anhelados.De modo que, cuando todo quedo aclarado y Laurita obtuvo directivas veterinarias, nos costó un buen rato y varias pavas de mate reponernos, serenarnos y preparar el equipaje para partir hacia la playa. Que ya ni nos acordábamos para qué habíamos llevado mallas, barrenador y bronceadores.
Un poco de sociología
Lo nuestro en Punta Mogotes era cotidianamente como el día D narrado en Selecciones del Reader´s. El desembarco en Normandía, pero abordando la arena desde el estacionamiento: termos, heladerita, flota-flota y reposeras, lonas, pantallas solares varias por el agujero de ozono, dados, cubilete y mucho más. Tantos pertrechos como los que debe haber llevado el ejército de ocupación en la Segunda Guerra. Agotadora experiencia, si las hay. Claro que mejor no rezongar, porque divertirse tiene un alto costo aquí en Argentina y en casi todo el mundo, que no por nada Juan Manuel canta eso de andar ligero de equipaje.
Este año el turismo masivo era tan masivo que llegar a la playa no era para cualquiera.
Los argentinos somos una caja de sorpresas. Cuando todos lloran en nuestro sepelio, parecemos catalépticos y revivimos. De otro modo no podría entenderse lo que hemos visto por aquí este verano.
Las playas abarrotadas por multitudes. Miles de automóviles en peregrinación a los balnearios y todas las carpas ocupadas.
Debo reconocer que mate, pizza y factura fueron las bases de la pirámide alimenticia veraniega de una gran mayoría de veraneantes. También podía observarse que las carpas arrendadas tenían superpoblación, como para que el alquiler no resultara tan costoso, pero la gente se veía feliz del goce de unos días al sol. Nadie dejaba de disfrutar la delicia de no pensar en las elecciones, en el desempleo, en la tarjeta de crédito que habría que tapar al mes siguiente, ni en nada de nada, que a puro sol este verano después de tan duro invierno era mejor que el Caribe del uno a uno. Tanto, que ni los diecinueve grados del agua llegaban a afectarnos, aunque, a veces, lo confieso, me pareció ver a mi esposo un poco morado al salir, cual Neptuno cincuentón, de entre las olas.Así entre sobresaltos, playa, sol, mar y sobre todo mucha, pero muchísima gente y mucho bártulo acarreado, amén de discusiones varias, sin que ninguna llevara la sangre al mar, ya que por allí río no había, transcurrieron estos días que la vida nos regaló, como un intervalo entre cacerolazos y corrales, entre malaria y desocupación. Sabiéndonos dentro de un contexto general, privilegiados, disfrutamos cada pequeño y sencillo placer, cada roca, ola o caracol. Cada cafecito o cucurucho de helado, que vienen tiempos de incertidumbre para todos nosotros en los próximos meses y los pequeños goces atesorados en nuestros corazones, quizás contribuyan a hacerlos mas llevaderos.Eso si, a nuestro regreso, nos topamos con los piqueteros: accesos cortados y varias horas de espera. El último picnic lo hicimos al costado de la ruta, compartiendo con otros infortunados veraneantes, las vituallas preparadas para el viaje.
Claro que todo tiene su lado bueno, depende de cómo se lo mire; porque entre los veraneantes a la vera del camino, mi dulce doncella ha encontrado un pretendiente que la ha hecho olvidar por completo a la gata y la planchita. Demás está decirles que voy por la segunda novena a la Virgen del Rosario.
Una de cal y una de arena como todo en esta vida.

Más fotos en http://mardelplata.8k.com/ con fotos de 360º


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