martes, diciembre 13, 2005

24-Gambeteando en Buenos Aires



Ficticia
9 de Abril de 2003

Dice el diccionario del Lunfardo: “Gambetear”: Esquivar.
Pensaba en esta definición la semana pasada, porque la empecé así, gambeteando. Gambeteando residuos perrunos en todas las aceras cercanas a mi casa. Imagino que esta palabra deben venir de “gamba”: pierna. Y que el máximo exponente del gambeteo argentino es Maradona. Aunque pensándolo bien, muchos de nosotros nos hemos vuelto especialistas en gambetas, en el esquive de la mishiadura, en la técnica del cheque diferido y el “vuelva usted mañana” de Don Larra.
Gambeteamos también para no pelear con el marido cuando viene tristón porque nada en su trabajo es como antes y para eso, le hablamos de la última atajada del nene en el arco, cuando lo fuimos a buscar al entrenamiento en la canchita vecinal, de la azalea que está por florecer, y seguimos gambeteando cuando le decimos:-¿te gustaría ir a ver un show de tango en las Galerías Pacífico? A lo cual él responde al mejor estilo de Diego Armando:-¿Sabés? Justo el viernes tengo que reunirme con los muchachos del secundario…No sería “gamba” de mi parte no ir a la reunión, ¿no te parece? Ser “gamba”, para un porteño es ser buen amigo, ser buen compinche.
Basta de gambetas, pienso, el viernes, si o si quiero ir a esa milonga que es gratuita y en un lugar precioso, y recurro a la más gamba de mis amigas.
-¿Ali? ¿Vamos el viernes a las Galerías Pacífico? Hay un encuentro tanguero para los turistas, con entrada libre. Así recreamos nuestro espíritu y esquivamos la desazón y la tristeza que nos causa todo lo que está pasando en este mundo, aunque resulte casi imposible el gambeteo de las imágenes que la tele nos regala (regalar es una forma de decir, porque el cable está por las nubes).
Y así, en el esquive de desechos perrunos, cuentas bancarias que arden, tristezas maritales, imágenes de tragedia, llegamos al viernes a la noche.
¿Querían gambetas? ¡Ay Señor! Cuánto lamento que no estuvieran allí para compartir el espectáculo.
En esas Galerías de las que alguna vez les hablé, se arma los viernes a la noche, una milonga mejor que la del peringundín más mentado.
Orquesta y dos cantores. Trajes negros. Bandoneón lustroso. Mujeres de pollera cortona y pañuelito al cuello. Pero no “for export”. Milongueros de verdad. De esos que enorgullecerían a Gardel y a la Merello. Los turistas brillaban por su ausencia. Éramos porteños los que estábamos ahí. Disfrutando de cortes y quebradas, de cabeceos y melodías de arrabal.
Varias chuecas, vestidas de pebeta, coqueteando en su desnudez, se vareaban por la pista en brazos de gaviones que ya deberían estar en Chacarita, pero seguían dando guerra, con perdón de la palabra.
Era tal el contraste entre la suntuosidad del lugar y los milongueros, que mi amiga y yo contemplábamos absortas el espectáculo mientras nos acunaban los fuelles.
Esas sí que eran gambetas. Las mejores, las de a dos, las manos de los varones guiando a las compañeras y ellas respondiendo en un impecable entrelazar de piernas al compás de los mejores tangos.
De pronto, vimos llegar una patota. Pibes y pibas vestidos de dos mil tres. Aritos y cadenas. Ropa negra y muñequeras. Pidieron cancha y comenzaron a lustrar las baldosas de mármol reluciente mejor que los viejos todavía. No se podía creer.

Fue un momento glorioso. En esas gambetas recién estrenadas encontré un motivo de esperanza. De pensar que…quién sabe…todavía los argentinos, gambeteando, podemos resurgir y continuar sacándole viruta al piso. ¿No les parece?

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