domingo, julio 30, 2006

96-Mirá vos (De las Leyes de Newton y sus consecuencias turísticas)






Mirá vos…Una no sabe, la verdad, hasta qué punto su vida depende de sí misma y hasta dónde los hilos son movidos por fuerzas superiores o por ciertos principios de la Física. Menudo dilema para las ocho de la mañana de un viernes de vacaciones de invierno, ¿verdad?

Es que tengo que empezar a preparar los bártulos para unas brevísimas vacaciones invernales en la Villa de Merlo, Provincia de San Luis, en la zona cuyana de la República Argentina, y si no hago catarsis con mis entrañables lectores, creo que ni siquiera comenzaré a quitarles la tierra a las valijas (“maletas”, para ibéricos).

Una sueña todo el año con romper la rutina porque ve que mucha gente la corta yendo aquí o acullá por unos días y parece volver renovadísima. Y una piensa que sería una excelente idea dejar tranquila a su madre al cuidado de la bondadosa Berna (una paraguaya bajita y dulce cuya frase favorita es “todo bien”) y tranquila, también, a la hija que ya no quiere viajar con los papás aunque sea para conocer otras tierras de nuestro vasto territorio. Entonces una, que después de varios años de crisis y malaria, quiere creer que puede pastorear un poco, reserva hotel y compra pasajes sin tener en cuenta que su vida se ha venido rigiendo desde hace demasiado tiempo exclusivamente por la Primera Ley de Newton, esa, la de la Inercia, que dice que un cuerpo sobre el que no actúan fuerzas extrañas permanecerá en reposo o moviéndose con velocidad constante.
Y eso es absolutamente cierto. Estoy tan fuera de entrenamiento en esto del turismo que me siento al borde de la parálisis absoluta. Las fuerzas que obran sobre mi persona se anulan entre sí como decía Isaac: a las ganas de romper la rutina, las contrarresta el tema de armar las valijas teniendo en cuenta el frío reinante. A la aventura de conocer nuevos paisajes, el placer que nos da siempre Buenos Aires sin movernos de nuestro hábitat. A la ligereza de liberarnos de las preocupaciones maternas, la inquietud de que la mami pueda elegir justo esos días en que nos encontramos a setecientos cincuenta kilómetros para tener un patatraque. Me gobierna un temor irreverente de hacer algo distinto, de ir hacia lo desconocido aunque sea dentro de mi tierra.
Cuando pienso en mis amigos de pantalla y sus aventuras en China, Rusia o Bali, me rebelo contra Newton y contra la inercia de muchos años de Mar del Plata y General Rodríguez, contra mi apoltronamiento indigno y estancado. Una maligna envidia admirativa me corroe pensando en los seiscientos kilómetros que recorre una mágica amiga mía casi todas las semanas o en el último chiringuito en el que se sentó a beber, junto al mar, otra de mis muchachas escritoras.

Pero trato de mantener mis pensamientos en positivo adaptándome a la Segunda Ley y diciéndome que todo saldrá bien, que el viaje será una delicia y el hotel colmará nuestras expectativas. Que el Valle del Conlara nos deparará sorpresas hermosísimas, y que si no dejo de ser tan doméstica lo más pronto posible corro el riesgo de fosilizarme. Que en mi casa se arreglarán mejor sin mí y las que quedan en ella -gata incluida- celebrarán la liberación de mi persona mucho más que mi presencia. Aplico entonces el
“Principio Fundamental de la Dinámica” (La fuerza que actúa sobre un cuerpo es directamente proporcional a su aceleración), y me dispongo a revisar la ropa, el calzado, los cosméticos, compro lo necesario para casa, pago cuentas, y comienzo a parecerme a una procesadora de esas multiuso que bate, licua y amasa, todo en cinco minutos.
Finalmente me echo en un sillón pensando dónde tomaré las vacaciones que me descansen de las vacaciones que me estoy tomando, como dijo alguna vez Joaquín Lavado, el inolvidable Quino, en la boca de Mafalda.

Comienzo, entonces, a percibir los efectos de Don Isaac y su Tercera Ley, ya que a la Acción de organizar la partida y dejar de temer al esfuerzo por vencer la inercia, viene, en respuesta, una Reacción de mi espíritu que ya me hace soñar con riachos y miradores, con caminos de cornisa y algarrobos milenarios, con la naturaleza que me espera para ofrecerme un cachito de ilusión renovada. Me ofrece, en síntesis, la bendita posibilidad de “descubrir” nuevos lugares, paisajes desconocidos; la maravillosa oportunidad de recordar que vale la pena estar vivo, aún teniendo que aplicar las leyes del tal Newton.

Cati Cobas

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