domingo, marzo 11, 2007

119- Proposición deshonesta








Hoy escribo exclusivamente para los lectores allende los mares, lamento decir eso, pero dado que mi país sufre un aluvión turístico, me veo en la obligación de sumarme a él. Y del modo más entusiasta, por supuesto. Ofreciendo a los posibles visitantes todas las ventajas de esta tierra más un plus, un valor agregado que, por ahora, no todos conocen, pero que viene sumando cada vez más adhesiones. Ya me dirán, al terminar de leerme, si tengo o no razón.

¡Sí, señoras y señores! Argentina se ha puesto de moda en las agencias de viajes. El cambio favorece al extranjero tanto europeo como americano y es así como, caminando por el centro de Buenos Aires, hay en este momento más madrileños y catalanes que correntinos o misioneros, más mexicanos que cordobeses y, poco a poco, más japoneses que porteños.

Por acá estamos muy acostumbrados a “los gringos”, pero del género acriollado. Personajes tan entrañables como Clarita, la farmacéutica de la esquina, que no puede despegarse el yidish, a Huang, el coreano del supermercado, a don Antonio, un “gallego” convertido en dueño de aquel barcito céntrico que tanto nos gusta y a Nicola, el “tano” de la heladería “El sol di Nápoli”. Pero esto de ahora es otra cosa. Estos “gringos” van y vienen por unos días solamente, y nos sorprenden con sus gustos y deseos.

El otro día, por ejemplo, quise cruzar en diagonal la Plaza de Mayo y tuve que zigzaguear al mejor estilo Maradona para no llevarme por delante a unos colombianos que se habían formado como la Primera División del Cali en la copa UEFA. Y ahí no terminó la cosa; después me atajaron un par de madrileños que me pidieron, muy simpáticos, si podía fotografiarlos. Aproveché, se imaginarán, para contarles que yo tenía muchos amigos en su ciudad, cosa que pareció interesarles mucho menos que el balcón de Evita en la Rosada. De modo que no me quedó otro remedio que continuar mi camino farfullando palabras ininteligibles mientras sostenía con una mano a una viejita chilena que, habiendo tropezado con las palomas, amenazaba dar con su voluminosa humanidad en un cantero recién plantado.

Así está todo. Nunca le sacamos tanto jugo a una vaca. La Argentina se parece a la composición que escribí en primer grado para la Señorita Sarita: “Con el cuero, obtenemos (y mercamos) hermosos zapatos, carteras, billeteras, camperas, botas y cinturones; con la carne, sabrosos y jugosísimos asados”. Asados que pueden deglutirse en restaurantes “ad-hoc” que se intitulan “Siga la vaca” o “La Estancia” o ¿por qué no? “ El chinchulín del Zoilo” y “Al bife de chorizo gaucho”. Aclaro, por si las moscas –ya las presiento al olor del asadito-, que la palabra, “chinchulín” no es de origen oriental, ni nada que se le parezca. Aquí un buen asado tiene como parte muy importante a los mencionados chinchulines, intestinos de la vaca que bien limpitos se transforman en una delicia crujiente y grasosa imposible de rechazar por cierto.
Repito: nunca le sacamos tanto partido a un mamífero cuadrúpedo rumiante como en este momento a nuestras queridas vaquitas. Si hasta los cuernos se transforman en mates de exportación o en souvenir tanguero con la adición de alguna calcomanía adecuada para la ocasión.

Y no quieran saber ustedes las proporciones increíbles que el tema “tango” está tomando. Hasta hace dos o tres años, para ver un tanguero había que buscarlo en San Telmo y con una lupa. Ahora hay “Escuelas de Tango” por todos los barrios, así como zapaterías, sombrererías y sastrerías dedicadas a vender todo lo necesario para convertir, en menos que canta un gallo, a Johnny y Elizabeth en tangueros de arrabal mejores que el taita Filemón y la rubia Mireya juntos. Cualquier “piringundín” termina lleno de turistas emocionados con el “fueye” de algún músico que hasta hace poco no juntaba ni el pesito para un “completo” de milanesa después de todo el día de tocar en la boca del subte. Así estamos: con los hoteles llenos y los shoppings a puro “déme dos, déme tres y déme cuatro”.Mientras tanto, Gardel cotiza sus acciones más alto que Cheyenne o Luis Miguel en su mejor momento

Pero, como si esto fuera poco (como decían los vendedores ambulantes cuando nos querían vender un peine) “para la cartera de la dama y el bolsillo del caballero”, el ingenio que nos caracteriza y que nos ha permitido sobrevivir a cosas tan insólitas como “el efecto capicúa” o el huracán “Cavallo”, acaba de inventar un nuevo tipo de turismo, que es el que da nombre a esta crónica: “Turismo para engañar a los que quedan en la tierra de origen”.

Es sabido, creo, que los odontólogos y los cirujanos plásticos de Argentina están tan actualizados y son tan buenos como los de cualquier otra parte del planeta. Y ahí, precisamente, en esos rubros, han encontrado las agencias turísticas el nicho comercial digno de ser explotado. Ofrecen, además de las Cataratas del Iguazú y el Glaciar Perito Moreno, la posibilidad de volver a los países de origen diez o veinte años más joven y echándole la culpa a la humedad de Buenos Aires. La gente viene, pasea y se vuelve con menos arrugas, más busto y unos dientes dignos de Hollywood, pero tiene la ventaja de decir que toda esa maravilla se debe, solamente, a los prodigiosos aires del Sur del mundo.
Díganme ustedes, pues, si no es deshonesto de toda deshonestidad enseñar a mentir de ese modo a personas que hasta el momento de pisar el Río de la Plata eran incapaces de engañar a nadie.

Por esa razón, desde hace un tiempo, además de turistas comunes y silvestres, comienzan a verse algunos señores que, a guisa de Tutankamon ambulante, pasean su humanidad recién liposuccionada o señoras que enarbolan, con orgullo, un par de pechos siliconados de última generación, así como muchachas que trepadas a una “combi” recorren nuestra ciudad constituyéndose en versión foránea de la película Scream, dado que han sido objeto de una cirugía importante en sus apéndices nasales y todavía conservan la escayola. Lo propio ocurre con otros turistas a los que los conserjes hoteleros reciben con una dentadura opaca y amarillenta y despiden con anteojos negros para no ser deslumbrados por el brillo de implantes y coronas realizados a precio del subdesarrollo pero con tecnología y profesionalismo de Primer Mundo.

Y así estamos, queridos lectores. Convertidos en Fuente de Juvencia para forasteros., y tratando de adaptarnos a los nuevos tiempos.
Es más, en mi caso, estoy haciendo un curso acelerado de tango de salón, a ver si consigo que mi marido me lleve uno de estos días a “la milonga”, ya que de ese modo, tal vez, pueda encontrarme “vis a vis” con alguno de ustedes que, de incógnito, andará por aquí recauchutándose en silencioso anonimato mientras se come un sabroso churrasquito y toma unos cuantos mates cebados por alguna china querendona o un gauchito de mi flor.

Cati Cobas

1 comentario:

Anónimo dijo...

Io ho una certa saggezza meraviglioso.