jueves, noviembre 09, 2006

107- Me "copa" Copani

www.copani.com.ar

(Dedicada a Jorge, mi marido y a Elvio, mi primo y lector )

“…y no dirán que me “engrupí”
porque “cholula”* siempre fui…
Yo soy así”.


(Sobre la letra de la milonga "Se dice de mí "(1943)

Letra: Ivo Pelay Música: Francisco Canaro)

¡Señora grande! ¿No me da vergüenza hacer confesiones como la del título?
La verdad, debo admitir que no es muy lógico lo que me ocurre, pero he vuelto a la adolescencia. O tal vez me ha sobrevenido en forma tardía, justo es decirlo.

¿Cómo se explica, si no, lo que me ha dado por hacer la otra tarde sin que nada ni nadie pudieran detenerme? ¿Será, tal vez, porque cuando fue el verdadero momento de correr tras Palito Ortega o Neal Sedaka, Aurora, mi mamá, no me dejaba mover más que a diez cuadras de distancia de mi casa? ¿O debo atribuirlo al hecho de que desde que este cantante, con su canción “Padre” hizo las veces de cortina musical para mi “Campana de madera” en la radio me cae mucho más simpático todavía de lo que ya me resultaba?

Conste que soy conciente de que estas confesiones harán, sin duda, elevar en un rictus burlón la boca de muchos de mis compatriotas mientras que otros la abrirán al tener en cuenta los gustos musicales de una servidora. Pero para mí, Ignacio Copani representa con muchas de sus letras, un canto sencillo, simple y cotidiano. Canción desde el humor y la ironía, canción cercana, quizás, a la de aquellas comparsas populares que, con tono casi chabacano cantaban muchas “verdades” en los carnavales de Boedo durante mi niñez. Para referirse a la improvisación en la Argentina, dice, por ejemplo, “Lo atamos con alambre lo atamos, lo atamos con alambre, Señor…o si no con un poco de cinta Scotch” y nos cuenta, burlón, la historia de un conquistador de pacotilla entonando: “Cuántas minas que tengo…”, pero dice, también, “Siglo veintiuno sin Discepolín, en qué tiempo oscuro nos tocó vivir”. Esas letras, sumadas a muchas otras en las que habla del poder, de la corrupción, de la crisis, el amor, la familia o nuestros dolores sin dejar mal sabor de boca, filtrando siempre la esperanza por alguna hendija, son las que me hacen ser “cholula” de este muchacho que, además, tiene bastante buen ver. Que una estará casada, pero gracias a Dios, conserva sus dos ojos (perdón, cuatro, con los de la óptica) en buenas condiciones.

El hecho concreto es que el martes por la mañana me levanté hecha un vendaval. ¿Qué digo un vendaval? Un tornado. Impuesta por Internet de que él daría un recital gratuito en el Auditórium de Radio Nacional a las 19 horas, mi meollo comenzó a pergeñar toda clase de posibilidades para poder asistir, a pesar de los impedimentos que amenazaron todo el día con evitarlo.

¿Impedimentos digo? Mi mamá amaneció un tanto destemplada amenazando con una gripe virulenta, a Mercedes le robaron el celular recién comprado, Fernando volvió de la clase de gimnasia con un esguince y a la gata le había dado por vomitar. Pero yo: firme en mi decisión; decidida a viajar una hora hasta el centro en busca del juglar, pese a reclamos y conflictos, declaré que las denuncias podían esperar y que el esguince era, apenas, un rasponcito, mientras confinaba la gata al lavadero para que vomitara a gusto y le daba dos aspirinas a la autora de mis días. A continuación, llamé a mi marido a la oficina y le avisé que no me encontraría en casa a su regreso, que lo cambiaba por el juglar de rulos que a él no le resultaba tan simpático, y que ya me iba porque con tantos avatares era tardísimo y temía no poder entrar al Auditórium.

¡Santo varón! Cuando pensaba que me reprocharía por querer abandonar a su suerte a nuestros vástagos -gata y abuela incluidas- o por hacerle cenar algunas pizzas, me respondió que me esperaba en la puerta de la radio y que él mismo haría la fila mientras yo llegaba.
Así, “Nacho” -ya ahora puedo llamarlo “Nacho”- nos deleitó -bueno, “me” deleitó- con un hermoso cancionero que hizo mis delicias y la de un numerosísimo público tan encantado como yo con sus gorgoritos.

Al finalizar, pude darle un abrazo a mi ídolo, ante la azorada mirada de mi esposo, mientras me autografiaba su último cd. Demás está decir cuánto lamenté no haber llevado, en el apuro, mi cámara, para dar testimonio del acontecimiento. De cualquier modo, la alegría de esa tarde perdura todavía, y por eso la comparto con ustedes.

¿Cholula yo? ¡A mucha honra!

Cati Cobas


*Cholula, en Argentina, significa admiradora, fanática de alguien (la palabra viene de una tira cómica que se llamaba “Cholula, loca por los astros”)

1 comentario:

Lola Bertrand dijo...

Me ha encantado la lectura, Cati, me has hecho reir y... el chico está de muy buen ver...
Abrazos de lola