martes, junio 06, 2006

91-De tríos y consorcios








“De mis páginas vividas,
siempre llevo un gran recuerdo

mi emoción no las olvida,
pasa el tiempo y más me acuerdo.

Tres amigos siempre fuimos
en aquella juventud...
Era el trío más mentado
que pudo haber caminado
por esas calles del sur”.

Del tango “Tres amigos”
de Enrique Cadícamo

Es sabido que la gente necesita agruparse en pos de sus objetivos. De a dos, tres o en multitudes el hombre tiende a ser gregario, a buscar la compañía de otro humano para poder desempeñar el duro oficio de vivir.
En Buenos Aires hubo hace mucho tiempo tríos musicales que hicieron escuela, por ejemplo, cuando los inmigrantes, que todavía no habían “hecho venir de las Europas” a las respectivas “patronas”, o los gauchos, que trabajaban en los saladeros, devenidos en compadritos, se daban una vuelta por los prostíbulos orilleros para desahogar sus penas, eran acompañados –mientras una “grela” desocupada acudía en su auxilio- por la música que despuntaba algún tanguito de su flor. Esos recios exponentes masculinos amenizaban la velada previa al entrevero mercenario bailando entre ellos.
Con patente de marginal y orillero nació el tango y, con el tiempo, llegó a convertirse en embajador de esta ciudad y de toda mi tierra a lo largo y ancho de este mundo.

Para acompañar a esos bailarines, la “regente” de la casa contrataba a algún trío precursor de los muchos que le han dado vida a nuestra canción ciudadana. El trío permitía que la música sonara bien sin tener los costos de una gran orquesta y se mantuvo durante mucho tiempo tanto en las casas non-sanctas como en el varieté o en los lugares con más pretensiones a los que iba ascendiendo. Entre los tríos más famosos podríamos citar a Irusta -Fugazot -Demare que supieron hacer roncha por el Viejo Continente allá por el veintitantos del siglo pasado.

También el cine ha sabido de tríos como los inolvidables Moe, Larry y Curly, Tres Chiflados que tanto nos hacían reír.

Y qué me dicen, queridos lectores de Athos, Porthos y Aramis, los inolvidables Mosqueteros de Dumas que, por paradojas del destino, eran cuatro con mi DÁrtagnan (héroe y galán de mis mentes afiebradas por las lecturas de la colección Robin Hood).

En mi caso –ya sabemos todos cuánto de umbilical y catártico tienen estas crónicas- ¡yo también estoy formando parte de un trío que es cuarteto, que si sigue por el camino en que se encuentra está más cerca de los Tres Chiflados que de los Mosqueteros, y que aunque nació con las mejores intenciones de defensa del bien común y la honestidad está por aceptar que el lugar en que se desempeña de “sancto” tiene poco y nada.

Resumiendo: hace seis meses acepté formar parte del Consejo de Administración, junto a Juan (lo llamaremos Juan, por si las moscas), un bondadoso, pacífico y honesto jubilado bancario con muchas ganas de trabajar y servir a los demás y Liliana, una perito contable muy resuelta. Liliana es bajita, rubia y dueña de unos hermosos y penetrantes ojos azules de incisiva mirada escondidos detrás de unos anteojos redonditos. Organizada y trabajadora, si las hay, estoy pensando en otorgarle “La orden del Tábano”, colijan mis lectores. Ella es nuestro impulso, nuestro hálito de arrojo y entusiasmo, ella quiere que este edificio resplandezca, que se vea como esos de Barrio Norte lustrosos y nuevitos. En fin, que ambos están llenos de buenas intenciones.
Nuestro cuarto mosquetero es, en realidad, mosquetera. Se trata de Mónica, la señora del Quinto B. Una dulce ama de casa y madre de tres hijos que colabora en todo lo que puede con nosotros y pone, junto con Juan, la cuota de serenidad al trío-cuarteto ya que imaginarán, la música de Liliana y esta servidora juntas y en concierto hace chirriar los oídos de más de un plomero o gasista por muy matriculado que este sea.

Pero la verdad fui una tonta de capirote, una ingenua total.
¿Cómo pude pensar que el trío de nuevos responsables del Consorcio podría resolver algo? Cada cosa que intentamos viene acompañada de un problema nuevo o de una sarta de quejas, acusaciones y reclamos.
Esta casa parece la escenografía de una de Almodóvar: el ataque de nervios está a la orden del día y la gente de la colmena ha decidido no dar tregua:

Cómo contarles de aquella vecina que se empeña en que el consorcio le renueve el mueble del baño que data de la época en que la tele era en blanco y negro porque el otro día le llovió un poco el cielorraso. O de aquel señor que ha decidido hacer vivir sus conejos en el balcón, limpiando el piso del mismo solamente una vez a la semana para gloria y honor de las pituitarias de sus vecinos del piso superior.
Eso sí. La del noveno B se lleva el Martín Fierro de Oro al Buen Vecino. Esta muchacha se dedica a prácticas amatorias acústicamente superlativas a las tres de la madrugada y los vecinos no dan tregua a los teléfonos del trío reclamando que los orgásmicos gritos cesen de inmediato. Mis compañeros y yo nos devanamos los sesos para pensar cómo puede silenciarse a una joven tan fervorosa no sin que un hilito de envidia corra por nuestras imaginativas mentes, la verdad.
Hasta el Ilustrísimo Señor Encargado se ha herniado y su honorable Hijo, que debiera realizar la suplencia con probidad y arrojo, se dedica a tomar mate desde las nueve de la mañana mientras amenaza con quejarse al sindicato porque el trío tiene la osadía de pretender que limpie los pasillos. En cuanto al Administrador: es un señor tan educado, tan medido tan prudente y tan “pacífico” que hasta pacifica sus actividades las que se limitan a la cobranza de expensas del uno al cinco, cosa que realiza con verdadero ahínco, salvo en lo que hace a la del noveno B con quien despliega una compasión sin límites.

Pero no termina ahí el incordio: el edificio mismo también parece haberse rebelado: como hemos iniciado una fase de mejoramiento del mismo se comporta como esas personas que no han ido al médico por años y que cuando se hacen análisis tienen el colesterol por las nubes, la urea ni les cuento y hasta unos pólipos muy dudosos en el intestino. El edificio llora por la intervención del trío y se inunda el sótano, se rompen las bombas, el flotante se estropea: bah, que es todo un asco y en cualquier momento tenemos que huir perseguidos por los copropietarios.

Sí señores. No me digan nada. Todo lo que digan será poco para referirse a nuestra supina falta de sabiduría e inteligencia emocional.
¿Cómo se nos ocurre que el lugar en que vivimos podría beneficiarse con la constitución de un trío de personas con ganas de que la pasividad diera paso a vientos de renovación y cambio? ¿Cómo, siendo gente grande y presuntamente avispada, no comprendimos que en esta época hay que dejar todo como está, que no hay que intentar resolver nada; en síntesis: que sólo hay que cambiar alguna nimiedad insignificante para que nada cambie?

Así que este trío que decidió comprometerse, trabajar desinteresadamente en bien de su pequeña comunidad, ya tiene ganas de huir despavorido, de no tocar más ninguna música, de permitir que todo siga sin arreglo porque los edificios de propiedad horizontal y sus felices habitantes tienden, por alguna ignota Ley, a conformar un lugar semejante a esos que regenteaban las polacas y francesas allá por los fines del siglo XIX y comienzos del XX y no un sitio digno de vivir como la gente en este Siglo XXI.

Cati Cobas


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