jueves, noviembre 08, 2007

154-¡Hasta pronto, Ángela! (Carta)- Capítulo VI de "Las brasas que despiertan" (Apuntes para "Una historia de Las Dos Orillas")

Querida Ángela:

Hoy, a un mes de tu partida, te escribo esta carta como cierre -por ahora- a esta serie de “Las brasas que despiertan”. Y digo “por ahora” porque no renuncio ni claudico a mi renovado deseo de reencontrarte a vos y a todos los que conforman nuestro frondoso árbol genealógico, tal como propusiera el primo Sebastià, el próximo 3 de agosto durante las fiestas campaneras, luego de asistir a misa de 12, en San Julià, allá en el pueblo que guarda el nombre de mi padre escrito en la piedra secular.

Ese día será de acción de gracias al Altísimo por haber permitido que el amor prevaleciera sobre los desencuentros, y que las nuevas generaciones pudiéramos confundirnos en un abrazo sincero y renovado.

Pero, antes de dar las gracias al Señor, debo dártelas a vos, querida muchacha.
Te llamé “La Adelantada” y eso sos. Porque fuiste la que se atrevió a romper los moldes, a decir: “aquí estamos, somos una familia y queremos comenzar de nuevo”. Y no conforme con eso, vos, tus padres y tu hermana me dieron, con total generosidad, por regalo, a Sebastià, que, junto con el cariño recién estrenado, me ha devuelto la identidad que busqué durante todos estos años en el ciberespacio y en las letras, tal vez como una forma de recuperar a mi papá y a los abuelos, pero sobre todo a mí misma. A Sebastià, que ha hecho el milagro de hacerme chatear y escribir en catalán (un poco pintoresco, lo reconozco), pero catalán al fin. Y también a Miquel, tu padre, tan parecido al mío en tantas cosas, a quien considero un lujo haber recuperado junto a todos los miembros de la extensa familia que conformamos.

Pero has hecho más, todavía, querida niña: tu presencia en esta casa ha permitido que mis hijos sientan, por primera vez, en forma concreta y no teórica, como hasta ahora, que su mamá viene de una historia, costumbres y tradiciones propias, diferentes, quizás, a las de su papá, pero tan ricas y vivas como esas otras que ellos habían conocido.

Hasta que nos encontramos, Ángela, yo había sido “la gallega”, y eso, para mí era un honor enorme, ya que aquí a todos los descendientes de españoles así se les llama. Pero gracias a vos, y a la recuperación de mis raíces, he podido comenzar a ser “la mallorquina” con una dignidad diferente, lo aseguro.

Comprendo que los que desde siempre disfrutaron de la sombra del famoso arbolito genealógico, los que vivieron la infancia acunada por los juegos y competencias entre hermanos y primos o los rezongos del abuelo patriarcal, crean que mi infancia de hija única no tiene nada que envidiar a la suya llena de picardías y aventuras. Uno cree que el vecino está mucho mejor que uno. ¿No pensás? No negaré que mi niñez barrial y protegida fue muy linda. Pero tampoco que recién al casarme pude vivir “de prestado” esas Navidades llenas de alegría, de abrazos y sorpresas, esos cumpleaños donde la gente no cabe alrededor del mantel y hasta esas muertes en las que son cientos los que lloran al que ya se fue.

Desde que te adelantaste, devolviéndome todo eso, aunque sea, por ahora, en forma virtual, mi vida ha cambiado, niña, y quiero que lo sepas, y que te doy las gracias.

Quiero que sepas, además, que tu visita me hizo vivir una semana en el estado de gracia casi adolescente, y eso tampoco tiene precio.

Son tantas las imágenes: vos y Mercedes en Puerto Madero, sonriendo; Fernando tocando su guitarra para vos, con toda la vergüenza de los dieciséis años, Jorge asintiendo con ternura cuando nos contabas algunas vivencias tan, tan especiales, mamá, preguntando si te quedarías para siempre, Mercedes, Natalia y vos, en la noche de Palermo Hollywood, haciéndose verdaderas primas en unas pocas horas, o la cena con todos los Cobas argentinos, por ejemplo.

Fuiste Adelantada, Embajadora y Hada Madrina, milonguera, turista y porteña buscadora de abuelas perdidas en esta Buenos Aires infinita. Fuiste la voz de mis raíces y mi historia, pero quiero declararte, ahora y para siempre, mi Esperanza Renovada en que la Vida, si uno cree en ella, siempre trae cosas buenas, como las que he recibido desde tu aparición.

Y finalmente, quiero decirte que mi hija, balbuceando un saludo en catalán frente a tu cámara, y el abrazo inmenso con el que nos despedimos, son dos de las cosas que espero recordar el día que me esté yendo de este mundo -cosa que deseo tarde muchísimo en llegar y no suceda antes de que mis pies pisen la colorada tierra que alguna vez conoció las manos de mi padre empuñando la hoz en la labranza-.

Ansío para vos, demás está decirlo, que la Vida te devuelva, mi querida y valiente Adelantada, toda la felicidad que te corresponde. Y sé que así será porque sos una luchadora empedernida, que me recuerda mucho, mucho, a cierta muchachita de dientes grandes y anteojos que fue a la Escuela Normal, aquí cerquita de mi casa, allá por los sesenta, cuando el mundo era un poco menos complicado pero cuando tampoco se conocía en él, este milagro maravilloso de Internet.

Con mucho amor

Tu "nueva tía" Cati

3 comentarios:

Mª Ángeles Cantalapiedra dijo...

Me he emocionado con este capítulo, bueno, con casi todos.
Precioso tributo, Cati, una maravilla.
Un besin, me voy a currar.

Anónimo dijo...

Cati, es emocionante compartir estos sentimientos tan bien expresados, es emocionante que nos hagas partícipes de unos momentos tan familiares.
He aprovechado para darme una vueltecita por tu blog: con qué pasión hablan todas las imágenes.
Un abrazo, desde la lejana Deventer.

Anónimo dijo...

Cati Cobas:
Escribes maravillosamente bien.
Este escrito es una belleza en todos u cada uno de sus aspectos.
Un lujo haberlo leído.
Un abrazo desde Madrid.