martes, diciembre 13, 2005

38-De “La Mimosa” a “Mr. Luna”




Ficticia
3 de Octubre de 2003

Toda mañana porteña que se precie vino acompañada desde siempre por mate con facturas. Facturas responsables de ciertos ensanchamientos en las caderas femeninas que no distinguen barrio ni categoría social.
Nosotros llamamos así, facturas, a una serie de confituras grandotas realizadas con levadura y grasa, o manteca, según cuadre, rellenas o cubiertas de crema pastelera, dulce de membrillo o, nuestro tradicional dulce de leche.
En Buenos Aires, florecieron desde comienzos del siglo pasado las panaderías que producían tan delicioso manjar. La Mimosa se llamaba mi panadería favorita, atendida por doña María, una gallega muy bonita y la mar de simpática que dividía su tiempo entre la atención al público y la que dispensaba a Jesús, su siempre enharinado y no exento de morriñas cónyuge. La Mimosa se mantuvo en mi barrio durante muchos años, con decoración “art nouveau” y mostradores de roble con cajones cubiertos de vidrio que dejaban elegir a través de él, medialunas, sacramentos, suspiros y los riquísimos vigilantes.Ustedes pensarán: ¡Qué nombres raros! Y yo les cuento que salvo las medialunas, creación de alguien que decidió comerse el símbolo de la bandera otomana, las otras denominaciones se deben a los primeros pasteleros que trajeron de Europa su espíritu anarquista. Esos tanos y españoles amasaban entre lágrimas su fe en esta tierra y la mezclaban con la rebeldía del que quiere defender lo suyo. Se agrupaban en sindicatos, sufrían persecuciones y materializaban sus enconos en la obra de sus manos, obra que pasaba a ser deglutida con gran deleite por todos los habitantes de la ciudad. Los perseguía la policía y por eso, bautizaron a unas facturas alargadas con el nombre de vigilantes en recuerdo del bastón que tantas veces les sobara el lomo. Y como no eran para nada partidarios de la Santa Madre Iglesia, surgieron los “sacramentos” y las “bolas de fraile” con perdón de la palabra (o con el de sus caras, como decía una amiga de mi madre que rayaba en el delirio de lo cursi). Cabe aclarar que estas últimas fueron rebautizadas (para suavizar el mote apelando a la ironía) como “suspiros de monja”, que así también se conocen hasta hoy una especie de masas fritas, redondas y cubiertas con azúcar.Doña María murió y sus hijos remataron los mostradores de roble que, seguramente, han ido a parar, como muchísimas antigüedades de esta tierra, a comercios norteamericanos que los lucirán con orgullo.
Por esta ciudad ha desembarcado MrLuna: obra maestra del vacío pastelero.El cartel reza: “Facturas: 1.99 la docena”.
Mostradores de plástico y metal, minimalistas, grandes fotos de unas medialunas barnizadas y en los estantes, facturas pequeñotas, informes y despojadas de sustancia y simbolismo, fabricadas en serie en algún horno del Dock Sud y repartidas a todas las sucursales por un enorme camión cuyo conductor no puede compararse ni de lejos con el galleguísimo Jesús, que besaba a su Maria en La Mimosa, el delantal cubierto con harina, mientras yo esperaba mi turno, ojitos asomando apenas por sobre el mostrador rebosante de sacramentos, vigilantes y suspiros.

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