viernes, marzo 27, 2009

218- "Sa greixonera cordada" (La cazuela de barro zunchada)

Dedicada a mis dos lectoras fidelísimas, mis primas Cati, en Suiza y Apolonia, en Campos, Mallorca o Apolonia y Cati, para que no se me pongan celosas...
Cacerola, cazo, cazuela, marmita, perol, piñata, olla, puchero, pote, vasija, recipiente. Todas palabras que refieren al símbolo de la cocina por excelencia. Sin embargo, aún en presencia de este sinnúmero de vocablos, hubo en casa desde siempre, y a pesar de las distancias entre las Islas Baleares y Buenos Aires, uno absolutamente mallorquín y emblemático: la palabra “greixonera” que era la empleada por todos nosotros como si en vez de vivir en la ciudad del tango, lo hiciésemos en la isla del copeo y el “ball de bot”.

Solo en una “greixonera” se podían elaborar los sabores isleños con productos argentinos. De ella surgían, de manos de mi abuela salinera (oriunda de Ses Salines) y salerosa, potajes de legumbres, arroces sustanciosos, o aquel “tumbet” inolvidable. Hasta el típico estofado al estilo italiano, tan común en esta tierra los domingos, se cocía, lentamente, en la olla de barro de boca generosa, que traía a mi abuelo recuerdos de su Marratxí natal, la tierra del barro por excelencia, cuna de artesanos y hogar indiscutible del “siurell”.

Precisamente, era él, mi abuelo, el encargado de “cordarlas”. En castellano diríamos “zuncharlas”, ceñirlas con alambre para que resistieran, valerosas, sin quebrarse, los embates de los cambios de temperatura. El abuelo “cordaba” nuestras “greixoneras” y las de todos los paisanos y amigos mallorquines que eran, además, vecinos, ya que la mayoría de la colectividad vivía en un perímetro distante no más de treinta cuadras de la Casa Balear, en el barrio de Boedo.

“Mestre Marçal”, decía “Madò” Margalida, en un mallorquín combinado con el castellano que denotaba cómo los inmigrantes perdían poco a poco parte de su lengua original pero no terminaban de encontrar la correspondiente a su lugar de destino: “¿Me “cordaría” esta “greixonera”?” Y ahí, a puro alambre y tenaza, él ataba la cacerola en su punto justo: ni tan ceñida que sus paredes se cortaran con el calor del fuego, ni tan holgada que se quebrara al enfriarse.

Así “Madò” Margalida (o Aina o Joana) partían rumbo a su casa, orgullosas, con su cazuela ceñida y lista para el arroz “sec” o para “pastar” una buena ensaimada o coca que, a pesar de no necesitar del fuego, encontraban en ella el nido ideal para el levado.

Hace poco tuve el placer de recorrer la Granja de Esporles, y ver en ella “greixoneras cordadas” del mismo modo que mi abuelo lo hacía. Me maravillé de haber disfrutado, de pequeña, en plena Reina del Plata, tan lejos de las islas, de usos y costumbres ancestrales y entrañables como el cocinar, en una auténtica olla de barro, a la usanza mallorquina.

Cati Cobas

1 comentario:

RosaMaría dijo...

Qué información interesante y que entrañables recuerdos, una conjunción perfecta. Fijate que yo siempre pienso que la "greixonera" se va a romper, de hecho descarté alguna que se rajó con el tiempo.
Como me gustaría ver una "cordada". Hermoso Caty, me encantó, hecho con el corazón. Besos