domingo, diciembre 23, 2007

157-La luna y Buenos Aires, a los pies de Julio Bocca

Buenos Aires y su gente

Mamá siempre repitió que las aglomeraciones eran peligrosas. Que cuando mucha gente se reunía en una manifestación, en un estadio, podían ocurrir todo tipo de desmanes y lo mejor era prevenirlos, alejándose de esas situaciones.
Pero anoche, anoche sentí que valía la pena desoír el mandato materno, y así fue: valió la pena participar del concierto-despedida del bailarín argentino Julio Bocca, que decidió dejar los escenarios al cumplir cuarenta años, tan entero como cuando ganó su primer concurso de ballet, a los dieciocho, allá en Moscú.

El encuentro era a las veintiuna en la Avenida 9…¡de Julio! ¡Si hasta el nomenclador urbano tuvo la delicadeza de honrar a nuestro artista! El nomenclador urbano y cada una de las trescientas mil almas que nos dimos cita.

La noche era de una serenidad plena y apenas templada. El calor sofocante de días anteriores había dejado paso a una blanda benignidad. Todos avanzábamos hacia el escenario, a sabiendas de que nos quedaría lejos, pero con el consuelo de las pantallas estratégicamente colocadas, que nos acercarían lo que estaba sucediendo al pie del Obelisco. Y todos, mejor que en Misa: en silencio y comunión perfecta. Sin clases sociales ni culturales. Con un inmenso respeto, nacido de la admiración y del cariño. Muchos iban a presenciar por primera vez un ballet. A algunos, entre los que me cuento, la danza clásica no es lo que más nos emociona, pero Julio Bocca es mucho más que un bailarín. Es una gran persona. Alguien cuya digna integridad y su saber ser y hacer lo han hecho sumamente valorado por sus conciudadanos. Y también alguien, que por su sencillez y por su amor a la Argentina y a su música ha sabido darle a “lo nuestro” con su Ballet Argentino, una dignidad diferente, lo que le ha granjeado nuestro cariño y gratitud, puestos en evidencia anoche.

La voz y el humor de Marcos Mundstock, el Luthier, fueron el preludio en solfa, que aligeró el ambiente, y trajo alegría a la emocionante despedida.

Y luego, amigos: ¡los artistas! Julio, bailando con partenaires del mundo entero, comenzando por Eleonora Cassano y Cecilia Figaredo, las maravillosas bailarinas de nuestro país, y continuando con Tamara Rojo, una increíble española, que mantuvo el aliento de trescientas mil personas contenido y pendiente de su etérea figura suspendida a partir de la punta de su zapatilla o la precisa Nina Ananiashvili, que trasladó la esencia del ballet ruso a la noche porteña.

También, los bailarines rindieron su homenaje, así como el Ballet Argentino, creado y dirigido por el homenajeado. Ahí estuvieron José Carreño (del American Ballet), y Manuel Legris, (Etoile de la Ópera de París) y el argentino Maximiliano Guerra, que cosechó aplausos a granel.

La danza clásica, apreciada y valorada por todos, se combinó con melodías argentinas del tango y del folklore así como con algunas rumbas y -¿por qué no?- con una danza al mejor estilo Fred Astaire, con un Julio de impecable blanco, constituyendo un espectáculo sin desperdicios, cronometrado al segundo, en una muestra más del infinito respeto de Julio por su gente.


…Y por si esto fuera poco…

Aquí, los vendedores de mercancías en los colectivos y trenes emplean esta frase paradigmática para ofrecer un “extra”, para el “changüí”, la “yapa”*, el “valor agregado”.

Y ayer hubo dos "yapas" en esa noche para siempre.

La primera: los muchos cantantes populares y queridos que le trajeron a Julio sus canciones y las dejaron ahí como incienso o mirra, para que el artista las bailara mientras recibían nuestros aplausos conmovidos.

Fuero tantos…Mercedes Sosa, la “Mona” Giménez , que cambió el cuartetazo por una dignísima “Balada para un loco” en prenda de cariño, Sandra Mihanovich, y mis queridos Guillermo Fernández, visiblemente emocionado, así como Diego Torres, el hijo de mi amada Lolita, que cerró el espectáculo cantando “A mi manera”.

La ovación duró más de cinco minutos. Nadie se movía. Y ahí, levantando los ojos, pudimos ver a la segunda "yapa" de la noche.

Era la luna llena más redonda y más brillante que alguna vez tuviera Buenos Aires. Estaba ahí, suspendida sobre la avenida, celebrando la vida y la trayectoria de un artista acompañado por su gente en un momento irrepetible.

La luna y Buenos Aires te decían ¡hasta siempre, Julio Bocca!

Y nosotros, la gente, un gracias inmenso para vos y para todos los que nos hicieron vivir un momento tan absolutamente mágico.

Cati Cobas


*La yapa es un regalito que solían dar los almaceneros a los niños (unas aceitunas, un caramelo) luego de una compra.

Las fotos y otros artículos en www.lanacion.com.ar y www.clarin.com.ar

6 comentarios:

Lola Bertrand dijo...

Bueno, Cati, el que sea silente no quiere decir que no te lea: este reportaje me ha parecido precioso, emocionante, casi... que estuve allí a tu lado. Las fotos dan una idea de la magnitud del evento.
Abrazos de mar.
Lola

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Mª Ángeles Cantalapiedra dijo...

Es estupendo seguir el latir de Argentina por medio de tus dedos...
Feliz navidad!!!

Mª Ángeles Cantalapiedra dijo...

Buenos días desde España mi querida amiga, ¡FELICES PASCUAS!
Te quiero mucho

Anónimo dijo...

Hola Cati, permitíme que no te haga comentario a tu crónica,más que el que deriva de hacerme sentir esa fascinación por Buenos Aires donde pasan esas cosas maravillosas en el corazón de una gran ciudad.
Nos hiciste sentir la magia de la danza, de la música y de la noche, con su luna brillante...
Un beso
Miri

Mª Ángeles Cantalapiedra dijo...

Hoy vengo de visita sólo para una cosa: DESEARTE UN VENTUROSO 2008. Me gusta saberte ahí, sentir que eres mi amiga, mi complice y un poco mi hermana y decirte que ¡ojala! el 2008 nos podamos dar un abrazo de verdad pero si no pudiera ser, te seguiré queriendo muuuuuuuuuuuuuuucho.
Feliz año para Jorge, los niños y tu mamá

RosaMaría dijo...

Qué emocionante, tengo un nudo en la garganta, tu descripción hizo que me sintiera viviendo el espectáculo. Gracias