sábado, septiembre 15, 2007

146-Historia en sepia

En la primera, calle de tierra, guardapolvo blanco, bolsa con libros, melenita garzón, sonrisa aniñada. Enarbola un ramo de flores silvestres recogidas en algún jardín modesto y suburbano.


De pie, apoyada contra una silla de estilo. Rizos negros en la melena corta, falda, a los tobillos, blusa de seda bordada con encaje. Mirada soñadora, piel satinada.

Croquignol con jopo, dientes parejitos, otra vez guardapolvo blanco. Se ve feliz, apenas más grande que los jóvenes y niñas que la rodean.

Patio en damero y una placa de bronce en la pared de fondo en la que puede leerse :Escuela Normal Nacional de Las Flores.

De la misma época. Lleva las riendas de un sulky. La acompañan otras dos mujeres jóvenes. Una de ellas, con un ramo de margaritas silvestres en los brazos. Las tres ríen de buena gana.

De Colombina, lunar pintado sobre el labio superior. Traje bicolor de satín muy brilloso. Mira hacia un costado, como si alguien la estuviera observando. Se ve muy bonita.


Ahora, de novia. Encaje blanco y azahares enmarcan el rostro redondito. Rosas en la mano. Mirada romántica y alegre a la vez.

Sentada en el banco de una plaza. La cara redondita ya es redonda. Vestido de lunares con moño blanco. Espera, sin duda, un hijo en primavera.

Otra vez, otra plaza. Arrebujada en un tapado amplio, cubre su cabeza un sombrero de paño con una larga pluma. La mirada se pierde tras el velo, pero el cuerpo habla de fuerza y determinación. Empuja un carrito de bebé.

Campana plato en la falda desplegada en el sofá. Sombrero de paja clara. Volvieron las rosas, esta vez en la cabeza. Los ojos contemplan, con ternura, a una niña de unos cuatro o cinco años que, a su vez, la mira divertida.

En bañador tejido. Más llenita. A orillas del mar en una fotografía comprada a un fotógrafo playero. Se lee: Miramar, enero…el año está borroso.

Aunque las fotos sean a colores, las sigo mirando y veo sepia.

Se la ve junto a un hombre de bigotes, una adolescente y dos ancianos. Están de fiesta, cortando un pastel de varios pisos. El pelo sigue negro, pero recogido en una torzada a la altura de la nuca. Algunas pequeñas arruguitas rodean los ojos. La mirada, tierna, aunque parece algo cansada.

Ya tiene el pelo blanco. El círculo se cierra. Junto al estanque con lotos, recuerda en mucho, a la joven de la silla francesa. Observa de reojo a dos chiquilines, niño y niña, que le hacen seña con la mano desde la otra orilla.
Sentada en su sillón, apagando los colores de su vida en un irse callado. La mirada conserva ternura y picardía. Vuelven en ella la niña, la muchacha, la madre, la hija y también la abuela y se destiñen todas, dolorosamente, en sepia.

Cati Cobas

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Qué bello ! Cati, me has hecho salir la lágrimita, en la última foto encuentro que tu madre y tú os pareceis bastante, no sé si es en el porte o en qué...
Abrazos
lola

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