miércoles, diciembre 06, 2006

110-Sobre los nombres y sus ignotas iniciales (Caticrónica entre comillas)

A veces estas crónicas me parecen hermanas de las viejas botellas con mensajes en su interior que arrojaban los náufragos en tiempos remotos. El proceloso océano de Internet las lleva a lugares impensados, y vuelven hechas comentario, lectura radial o “colaboración espontánea”.
Así fue como uno de mis asesores, más precisamente, José O. Antropológico, me pasó un jugoso dato que me permitió reflexionar sobre el tema que trataré hoy. Según él, la “C” intermedia entre el “Constancio” y el “Vigil” del autor de Misia Pepa se corresponde con el nombre “Cecilio”. Conocido tan original apelativo para el fundador de Billiken me puse a pensar de inmediato en la importancia de los nombres

Es que uno no le da mayor trascendencia a esto del nombre, pero se ve que la tiene, y mucha.

Desde siempre se buscó entidad para todo por el recurso de nombrarlo -no olvidemos que ya dice la Biblia: “Y “dijo” Dios…” o “El Verbo (La Palabra) se hizo carne…”- y, por otra parte, fijémonos en la variedad de formas que se atribuyen a los nombres. Los hay "propios" (que en realidad, paradójicamente, son compartidos porque para los millares de Carlitos o Susanitas en el mundo sus nombres son “propios” de ellos y de muchísimos más). Hay también nombres “de pila” (me pregunto cómo harán para llamarse los budistas, por ejemplo, sin mármol ni agua bendita) y “artísticos”, que evitaban, en épocas más pacatas, el oprobio de un hija “bataclana” o un vástago dedicado a “Las Tablas” en vez de al Derecho o al Comercio. También existen nombres “de guerra”, que buscan proteger a sus usuarios cuando realizan actividades “complicadas”, así como “sobre”nombres que convierten a Pedro o a Matilde en “el Cacho” y “la Porota”, por ejemplo. Están, finalmente, “los que no tienen nombre” porque se portan de un modo que los convierte en innombrables (omito la lista porque abarca todas y cada una de las categorías humanas, actividades y clases sociales).

En cambio, sigo sosteniendo que el mejor legado para un hijo es “un buen nombre”, sinónimo de decencia y honradez. No olvidemos que son sinónimos de “nombre” las palabras: celebridad, consideración, fama, honra, nombradía, nota, notoriedad, popularidad, prestigio, renombre.

Pero con respecto a la inquietud acerca de qué lleva a los padres a poner a sus vástagos un segundo apelativo, generalmente inútil o ignorado, y qué efecto tiene esa decisión en los sufridos portadores de los segundos nombres impuestos por la voluntad paterna, partiendo de la premisa que tacha a estas crónicas de umbilicales, comienzo el análisis por mi inicial intermedia, que es la “I”. Dicha letra se corresponde con la costumbre española de honrar en el primogénito a ambos abuelos. Claro que como la mamá de mi papá se llamaba Catalina, mi abuela Isabel (la única que conocí) tuvo que conformarse con el anonimato onomástico, que no afectivo ni literario. Otro tanto le ocurre a mi prima Liliana que lleva también el “estigma” isabelino, el cual, creo, nos mantiene unidas a pesar de los embates de la vida, protegidas por la sombra hecha inicial de aquella mallorquina bajita de ojos eternamente grises que cocinaba las mejores paellas de Parque Chacabuco, por lo menos.


Sigamos ahora con los “famosos”. Es en ellos en que la dichosa letrita y su punto acompañante nos dejan intrigados, curiosos, y a veces, luego de descorrido el velo, perplejos frente al descubrimiento.

Tal vez, pienso, el recurso antes mencionado de honrar a algún abuelo es el motivo por el que lleva su nombre el Perito Moreno, de quien se dice que fue “un temerario explorador, científico y pionero de la Patagonia”, Francisco "P." Moreno, debe casi con seguridad ostentar la “P” intermedia por algún antecesor porque díganme si no quién puede ser tan cruel como para bendecir a su hijo con el nombre de ¡Pascacio!

Creo que algo similar debe haber sucedido con el nunca suficientemente valorado Alfredo “L.” (Lorenzo) Palacios, “líder socialista, intelectual, legislador y profesor nacido en Uruguay pero con una vida dedicada a la política argentina, ya que cuatro décadas antes del surgimiento del peronismo, Palacios luchaba por las leyes que serían sancionadas por la fuerza política peronista en su momento.”
Son muchísimos los casos que podríamos traer al ídem, pero para no ser cargosa mencionaré solamente a Juan B. (Bautista) Justo, “iniciador y propulsor de las luchas por la justicia social argentina”; Agustín P. (Pedro) Justo, General y Presidente; Juan L. (Laurentino) Ortiz, poeta entrerriano y Lucio V. (Victorio) Mansilla, autor de “Una Excursión a los Indios Ranqueles”, quedándome sin desentrañar la “S.” de Estanislao “S.” Zeballos, estadista, escritor, abogado, legislador y estanciero pese a que da nombre a mi querido Normal 4*.

La excepción la constituye mi entrañable Petrona C. de Gandulfo cuya “C.” es la síntesis de su apellido de soltera (Carrizo). La pionera del arte culinario argentino, aunque fue una mujer de avanzada en casi todo, prefirió inmortalizar a don Gandulfo y preservar a su papá en el anonimato, encubierto con la consonante y el puntito.

Cabe señalar que algunas veces las personas optan por eliminar todo rastro de sus nombres porque si los emplearan parecerían una Sociedad en Comandita por Acciones o una ART. Tal es el caso de Francisco P.H.T. (¡Paulino Hermenegildo Teódulo!) Franco Bahamonde que hubiera necesitado, de haber vivido en nuestro país, el Lago Nahuel Huapi como pila bautismal.

Para finalizar, debo decirles que olvidé un dato primordial referido a mi generoso informante, ya que la “O” intermedia entre el nombre y apellido de mi asesor corresponde a “Onomástico”. Nunca más merecido segundo nombre porque es, precisamente, la onomástica antropológica, la rama de la lingüística que estudia el origen de los nombres propios, incluyendo los apellidos.

Así, dándole las gracias a José Onomástico, doy por finalizadas estas reflexiones, con el deseo de que quede picada la curiosidad de mis lectores, y ésta se traduzca en una búsqueda conjunta de nuevos datos que permitan despejar nuestras mentes de luchas y fatigas cotidianas, aunque sea por el ratito en que averiguamos qué demonios significa una letra ignota en medio de un nombre conocido.

Cati Cobas
*Con posterioridad al cierre de esta nota, Onomástico me pasó el dato: la "S" convierte a Don Zeballos en un hombre muy "Severo".

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cati, lo leí en el Forum y he vuelto a disfrutarlo aquí. Sigues manteniendo una página muy interesante y variada.