miércoles, octubre 25, 2006

104-De camisones y consorcios (Caticrónica al viejo estilo)


Para Mariángeles, con cariño

¡Menos mal que para el Día de la Madre me auto-regalé dos camisones y un deshabillé nuevos! Aclaro que en su justo punto: ni monacales, ni dignos de Shakira. Modernos, finos, como para poder abrir la puerta si es preciso sin provocar pena, pero sin exacerbar tampoco la imaginación febril de Hugo, mi portero santiagueño. Que el recato debe primar en las señoras que ya han pasado con creces la cincuentena. Bueno, yo digo “en su justo punto”, pero cuando mi marido me vio enfundada en uno de ellos, me pregunto si estaba por trabajar en la remake de La hermana San Sulpicio, agregando que me parecía a mi mamá cuando surgía, abruptamente, ataviada con su camisón de franela blanca largo hasta los pies, para interrumpir nuestras fogosas demostraciones sentimentales en los primeros tiempos de noviazgo.

Se preguntarán los lectores por qué la alegría de poseer prendas íntimas tan adecuadas.
Es que desde que participo del Consejo de Administración del Edificio, mi vida ha dado un vuelco tremendo: las emociones me invaden. Nada de rutina. Todos los días me despierto pensando qué nueva sorpresa me deparará la mañana. Y la mañana jamás me defrauda. Siempre llega con su catarata de desquicios.

Se preguntarán, también, por qué una persona aparentemente sensata como yo decide tomar esa responsabilidad.
Y les respondo que es mucho mejor enojarse con el service de los ascensores o con el plomero porque dejan mucho que desear y no con la propia familia por un “quítame allá esas pajas”.

Claro que esta semana ha sido terrible y llena de oportunidades para lucir mis nuevas prendas. Edesur, la empresa proveedora de energía eléctrica, nos ha estado mezquinando la misma, y en vez de enviarnos tres fases, ha mandado dos -y muy menguadas-. Resultado: los ascensores se detienen en cualquier momento, dejando a los pasajeros encerrados o nos quedamos sin luz en los pasillos, y lo que es peor, con la amenaza de quedar sin agua corriente. Mi vestuario nuevo ha resultado muy apropiado para tan faustas ocasiones porque los timbrazos y llamadas telefónicas comienzan de madrugada, y tengo la sensación de que mi pintoresca estampa investida de los hábitos vinculados a Morfeo, provoca más de una sonrisa un tanto ¿socarrona? en las víctimas de las encerronas ascensoriles con lo cual, los ánimos se serenan y es más fácil que esperen con resignación a que Hugo los haga salir a pura fuerza bruta.

Claro que ahí no termina la cosa porque ayer a la mañana este edificio se había transformado en algo incontrolable: el caño de agua caliente del departamento de la vecina nueva, aquella de los romances “estereofónicos”, se había roto, y, pese a la indicación de todo el Consejo de mantener cerrada la llave de paso y emplear el viejo método “cacerola” para la higiene matinal, la muchacha y su esposo habían dado rienda suelta al líquido elemento, tal vez para apagar sus sonoras efusiones sentimentales, digo yo.
La cuestión es que a las siete de la mañana comenzaron a escucharse las diatribas de la señora del piso inferior anunciando a voz en cuello que el agua caía a raudales y amenazaba con ahogarle hasta el caniche. El cónyuge de la nueva habitante estaba furioso: ¿cómo le íbamos a impedir que se duchara? Parecía cosa de nunca acabar y ya veíamos que el caniche corría grave peligro en su integridad. O se ahogaba, o lo estrangulaba el joven, musculoso y atlético vecino en un acto de enojo. Ahí resultó fundamental nuevamente la augusta presencia de esta servidora, hecho que terminó por darle la razón a mi marido en eso de que las nuevas prendas le recuerdan a Aurora y sus hábitos represivos: la cara del muchacho cuando me contempló con mi egregia vestidura evidenció que la ira se transformaría en risa. Así se logró que cerrara la llave de paso en forma inmediata con el consiguiente alivio del caniche.

Aprovechando la situación, dadas las quejas que nos estaban abrumando en el Consejo, y en respuesta a la pregunta de la muchacha con respecto a la causa del fastidio que generaban ellos en sus vecinos, apelé al noble recurso de la verdad, y aproveché para plantearle que su efebo y ella misma estaban “contando casi todas las noches demasiada plata delante de los pobres” con las ventanas abiertas, de modo que no dejaban pegar un ojo a ningún habitante del contrafrente y, lo que era peor, con los problemas que este hecho traía aparejados, porque los reclamos sentimentales a los esposos vecinos por parte de las señoras, estaban a la orden del día, seguramente inspirados por tantos ayes, suspiros y tan efusivas exclamaciones juveniles con el agravante de que los pobres señores, en general ya en la edad madura, se nos estaban debilitando…

Se ve que mi hábito es muy contundente y efectivo, porque lejos de ofenderse, la nueva vecina sonrió mientras prometía cerrar las ventanas.

Así que ya saben, si tienen algún problema vecinal, pueden comunicarse conmigo. Mi camisón y yo estaremos a vuestro servicio.

Cati Cobas

1 comentario:

Lola Bertrand dijo...

Estupenda y divertida crónica Cati, me ha divertido un montón , ya que las situaciones que le ocurren a los demás en general nos hacen reir...
Es un placer leerte.
Abrazos
lola

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