martes, marzo 21, 2006

85- Una reina singular

Foro Iceberg Nocturno
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Las tardecitas de verano de los cincuenta y tantos tenían "ese qué sé yo", ¿vieron?
El sol apretaba sobre los techos de las casas, y en la calle no quedaba nadie, salvo el vendedor de Laponia, que pregonaba sus helados con un tilín repiqueteante, mientras se humedecían nuestras bocas sedientas siempre de algo rico.
Buenos Aires tenía aires buenos por Parque Chacabuco. Los árboles sombreaban esas aceras de damero blanco y negro, y las celosías se entornaban para conservar el fresco y ahuyentar, en una larga siesta, las noches insomnes pululadas por mosquitos fastidiosos.Las chicas "de familia" no salíamos a jugar a la calle después de almorzar -estaba muy mal visto-. Había que esperar a las cinco ,después de tomar "la leche" con El Capitán Piluso, para poder jugar al patrón de la vereda, la rayuela y las estatuas, hasta que el "Glostora Tango Club" anunciara, en alguna radio lejana, la hora "de entrar" a casa.
Por eso, a las dos de la tarde, mi tía María Elena y "ella" eran irreemplazables. Mi tía, novel esposa, trataba de seducir a su marido con todas las artes a su alcance, incluidas aquéllas en las que "ella" era Maestra. Por lo tanto, no dormía siesta, prefería recostarse, y me invitaba a acompañarla. Y "ella", entonces, nos unía en una comunión muy especial que se ha prolongado a lo largo de toda nuestra vida. Una comunión hecha de pequeños secretos y sabores, de aromas y colores entrañables.
¿De quién habla esta mujer? ¿Quién era esa "ella" responsable de comuniones tan insólitas a la hora de la siesta?, dirán ustedes. ¡Pues de la inolvidable Petrona C. de Gandulfo! Sí, mis queridos lectores. Debo confesarlo. Doña Petrona era uno de los máximos ídolos de mi lejana y muy ingenua infancia. Sé que mi confesión sonará, por lo menos, un tanto graciosa, ya que podría decir que admiraba, no sé, a alguna poetisa muy importante, pero la verdad es que mi alma doméstica, tan cercana a la "Susanita" que inmortalizara Quino junto a Mafalda, me hacía abrir, enormes, los ojos frente a sus fuentes de Jamón de York, orladas con huevos hilados en la rueca de su mágico tamiz, con sus tortas cubiertas de merengue y crema, con su "Egg-Nog", que me parecía de un refinamiento superlativo, sobre todo desde mi óptica de paellas y ensaimadas inmigrantes.
Los amigos peninsulares no sabrán, tal vez, de quién les hablo. Pero Petrona Carrizo de Gandulfo fue pionera de las clases de cocina por televisión en mi país e hizo escuela: abrió el camino, y todas y todos los gastrónomos que le siguieron, así como varias generaciones de amas de casa argentinas, bebieron de su fuente de inspiración. Esta santiagueña tan especial vivió hasta los noventa y cinco, y nadie ha podido reemplazarla. Todavía, catorce años después de que partiera a cocinar para San Pedro, se la sigue añorando en todos los hogares.Había comenzado a trabajar realizando demostraciones para la Compañía de Gas y las mujeres que asistían a esos encuentros, le solicitaban nuevas recetas. Así, sin quererlo, a partir del viejo camino de la prueba y el error, se convirtió en Maestra de las Artes Culinarias. Y cuando llegó la tele, fue la reina.
Sus explicaciones eran minuciosas. Esa hora frente a su "Cátedra", hecha de materia comestible, "desburraba" a la más inexperta, y empujaba a la televidente a la cocina de inmediato, para deleite de familia e invitados. Categórica, terminante, clara y lúcida no dejaba duda alguna. Y si quedaba algo, invitaba a las televidentes…¡a llamarla a su casa! (Su teléfono figuraba en la Guía, y alguna vez supe llamar y ser atendida de inmediato, a pesar de mis pocos años). Claro que "ella" no estaba sola. Juanita, su sempiterna asistente (todavía hoy en Argentina, la persona que lava los platos esllamada "Juanita", en su memoria), corría al impulso de sus órdenes imperiosas, llevada por el mismo fuego que su jefa y a pesar de que las malas lenguas tildaran a Doña Petrona de "tirana" con respecto a su ayudante, la realidad es que vivieron juntas, casi toda la vida, en una relación cálida que recién finalizó con la muerte de Petrona.
En mi biblioteca, al lado de la Enciclopedia que tanto quiero y de algún otro libro muy amado, está su "Libro de Doña Petrona". Representa para mí una parte de la infancia y una lección, más allá de las ollas y sartenes: la lección del trabajo y el compromiso con los demás en cualquier orden de la vida, por humilde que parezca.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Mire nomás de lo que uno se entera.
Muy interesante, pero ahora, por su culpa, o por la de Petrona, vaya usted a saber, se me ha abierto el apetito y debo correr hacia la cocina para calmarlo.
Es una lástima, por otra parte, que yo no cuente con una Juanita y, en vista de esa triste situación, que yo mismo tenga que levantar mi ensuciadero y revoltijo de trastes.
Le prevengo, Doña Cati, que si lo vuelve a hacer —meterme ideas en la cabeza y antojos en el estómago— la traeré hasta acá y no la dejaré partir hasta que haya cumplido su sentencia: lavar tooooodos los trastes que salgan en la cena (que son bastantes, por lo general).

Gusto en leerla. Le dejo besos :)

Anónimo dijo...

Emotivos recuerdos los de Doña Petrona Acá no se la veía pero creo que en todas las casas está el libro. Esos seres que quedan por siempre en nuestra memoria, y se meten mágicamente en nuestros estómagos gracias a los jugos gástricos como los q provoca esta caticrónica.
besos
anita