domingo, abril 08, 2007

121- Las siete palabras

Jamás osaría hacer un paralelo que me situara más cerca de un hereje que de alguien que profesa la fe cristiana. Pero en esta crónica, que me permito escribir salvando distancias insalvables, quiero contarles que esta Semana Santa he descubierto allá, en la vieja Europa, una clase de sermón propio del Viernes Santo denominado “El sermón de las siete palabras”. Una forma de titular piezas de oratoria religiosa absolutamente desconocida por esta parte del mundo, por cierto. Mi curiosidad hizo que tratara de reflexionar buscando cuáles eran esos siete vocablos casi cabalísticos, y muy pronto comprendí que se trataba de los que pronunciara Jesús, el Divino Maestro, al entregar voluntariamente su alma por nosotros:

“Perdónalos, Señor, no saben lo que hacen”.



En esta tierra de contradicciones y dolores inacabados, que es la mía, Carlos Fuentealba murió también un Viernes Santo. Fuentealba era maestro. Con minúscula, si lo comparamos con Nuestro Señor, pero con mayúscula, si tenemos en cuenta su legado de entrega a una vocación impostergable.
En Neuquén, bien al sur de esta Argentina, supo dedicarse a enseñar Química en escuelas paupérrimas, cerquita de la mugre y la miseria. Dicen sus alumnos que fueron siete las palabras de su maestro que muchas veces cambiaron su destino.
Fuentealba las repitió hasta el hartazgo a adolescentes con hijos a cuestas, a vagonetas varios y hasta a aquel muchachito dejado de la mano de la soledad que ya bordeaba el delito de tanto pegarle en el poste. “Quien quiera oir, que oiga” debe haber dicho Fuentealba, mientras insistía en que los más pobres tenían una sola forma de “salir”, y era educarse.

Mi madre fue maestra. En una época en que ser
maestro era una profesión digna y bien pagada. Eso se terminó en mi infancia, allá por los cincuenta y tantos. Con los bajos ingresos, los docentes fueron perdiendo dignidad, inmejorable formación, y, en muchos casos, el respeto de su gente. Es muy difícil conservarlo teniendo frente a uno, un maestro desdentado y mal vestido. Muy difícil, repito. Siempre tuve la impresión de que el descenso en el nivel educativo de mi tierra, que fue la base de un ascenso social importantísimo de las clases populares en la primera mitad del siglo veinte, forma parte de un plan siniestro de dominio de unos pocos que pretenden ser élite, en la incultura y en la marginalidad de las mayorías. Incultura y marginalidad que cada vez nos rondan más de cerca.
Así mirado, Fuentealba era peligroso. Casi tanto como Aquel crucificado cuya Resurrección hoy celebramos.
Él no tuvo una cruz. Una granada de gases lacrimógenos arrojada a centímetros de distancia de su cerebro -lo más peligroso de su persona, indudablemente- terminó con su vida mientras participaba en una manifestación pacífica en pos de salarios dignos y mejores condiciones para la educación en su provincia.
Pero esta Pascua y todas las que sigan aquí, por nuestra patria, Fuentealba, maestro, deberá regresar en la conciencia de cada uno de nosotros, argentinos. En políticas educativas que aseguren la igualdad de oportunidades que nuestra Constitución y nuestras leyes proclaman y nuestra realidad desmiente, en el corazón de cada padre, que debe aprender nuevamente a contribuir al respeto de sus hijos hacia los que enseñan.
Deberá regresar, por fin, repitiendo a cada joven que abandona la escuela tras un seguro designio de futuros sórdidos de pobreza, de drogas y miserias, sus siete palabras redentoras:



“Pibe, por favor: no dejes la escuela”.

Cati Cobas

3 comentarios:

Mª Ángeles Cantalapiedra dijo...

Es precioso, Cati, original y con tu sello de siempre. Bien escrito y una buena carga de enseñanza y emotividad.
En Valladolid este año el sermón se versó en defensa de la vida y las victimas del terrorismo

Unknown dijo...

Excelente Cati!!!!!!!!!!!
Desconozco si lo del sermón de las siete palabras existe ... pero "pibe por favor no dejes la escuela " resulta MARAVILLOSO
Susana

Anónimo dijo...

Cati, excelente como todo lo que escribís!!
Siempre nos acoradmos de los hermosos dias en C. Paz. Saludos a todos, en especial al guitarrista!