jueves, diciembre 25, 2008

210- En el patio (Caticrónica navideña 2008)

La culpa la tuvo el patio. El patio antiguo y generoso de la casa de mis suegros me ha hecho tener ganas de escribirles esta crónica. Anoche, cuando brindamos alrededor de la mesa larga, bendiciéndonos en la llegada de Jesús, con alegría, comenzaron a pasar por mi corazón tantas imágenes, tantas voces, tantos sabores irrepetibles que no pude evitar convertirlos en palabras. Desde las historias de dolor y guerra de la abuela armenia de mi cuñado Pablo, a las ensaimadas que mi papá horneaba en esa fecha, de los dulces deliciosos de la abuela Ángel, a las bromas de don Carmelo, mi suegro, poniendo siempre una nota alegre en sus palabras infaltables, pasando por la voz del tío Arturo o las risas de “las chicas”, mis sobrinas, que ahora se han convertido en mujeres hechas y derechas. ¿Pero por qué estas reflexiones melancólicas, si anoche el patio nos encontró juntos, como treinta y pico de años atrás? Es cierto que algunos ya no están entre nosotros, pero sí su recuerdo vivo, en ese sitio que ve pasar cada año nuestras esperanzas y nuestros miedos. Si en un rincón se podía adivinar a Don Artín y sus bigotes, sentado allá, junto a papá y mi suegro. Y saliendo de la cocina, a mi suegra Juanita y mi mamá en su plenitud, riendo juntas, jóvenes y liberadas de vejez y achaques que las maltraen en el hoy. El patio también sonreía contemplando a nuestros hijos, con sus logros y sus desafíos a la vida y a la pequeña Carmela, deslumbrada con Papá Noel y los regalos. ¡Bendito patio! Toda una vida desplegada, Nochebuena a Nochebuena entre sus muros.

Nunca le daré a ese lugar tan especial las gracias suficientes porque esta celebración no era, en los cincuenta, mi celebración preferida. ¿A qué negarlo?
La mallorquina promesa de los Reyes Magos en esta Buenos Aires calurosa hacía que el 24 de diciembre me preguntara por qué Papá Noel visitaba la casa de mis vecinas, dejándome en sus árboles lindos regalos pero delegando la tarea en mi propia casa para Melchor, Gaspar y Baltasar que sí nos visitaban puntualmente el 6 de enero.

Al entredicho con el anciano de la chaqueta roja y el armiño, se sumaba, para aumentar mi desconsuelo, el hecho de que muchas Nochebuenas éramos solamente mis padres y abuelos y esta servidora, los sentados a la mesa, aguardando a que naciera el “Bon Jesus”, que así lo llamaba la abuela Isabel, en confianza, mientras yo, su nieta, soñaba con esas mesas largas, de película, con mucha familia reunida, muchos primos y tíos y alboroto.

Todo esto cambió el día de mi boda y un poquito antes también. Y reconozco que es una de las ventajas indudables que tiene para mí el permanecer casada, aunque los lectores colijan que el champagne de anoche es responsable de este desvarío.

Es que habiendo recuperado mis raíces puedo vivir ese patio con mayor alegría que hasta ahora. Porque puedo elegirlo como lugar para recibir al Niño y como símbolo de los valores que sostienen la familia.

El patio ha conocido sinsabores, enojos y contrariedades, celebraciones y alegrías, muerte, enfermedad y tantas cosas, pero sigue ahí, envolviéndonos, y mientras podamos abrazarnos en él y desearnos suerte, la verdadera esencia de la Navidad continuará fortaleciéndonos por muchos vendavales que traten de soplar en la distancia…

¡Feliz Navidad!

Les desea Cati Cobas

1 comentario:

Mª Ángeles Cantalapiedra dijo...

feliz 2009 mi querida Cati...
Un gran beso para ti y los tuyos