lunes, diciembre 12, 2005

17-Navidad a la argentina- De Evian a Villavicencio




Ficticia

26 de Diciembre de 2002

La clase media argentina no se extingue como dicen. Cambia y resiste. Con toda la fuerza que puede. Y la Navidad ha sido una manera eficaz de comprobarlo.
En nuestra época de Primer Mundo los integrantes de este grupo tan numeroso en mi país estábamos un tanto asombrados contemplando cómo una parte de cada familia en mayor o menor medida se sumaba al lujo y al placer de viajes al extranjero, ropa de marca y consumo de alimentos importados de las más variadas regiones de este hermoso mundo.
Creo que a través de mis crónicas ya saben que conservo a ultranza, a veces casi demasiado, el menos común de los sentidos. Mi espíritu conservador e inmigrante no terminaba de entender que nada se arreglara, todo se tirara y reemplazara y no se tuviera un poco de pudor al realizar tanto derroche.
A mi me enseñaron que la felicidad subyace en la magia y el milagro de ser en las pequeñas cosas y que uno no es más por ostentarlo.
Por aquí se había extendido de tal modo el consumo de lo importado que, hasta a los fideos, si no eran italianos, algunos ni comían, a las conservas, los vinos y cuanta cosa puedan imaginar ustedes. Llegó un momento en que pensé que en poco tiempo, para ser aceptada, debería comprar dulce de leche suizo y yerba mate sueca. Se daba el caso de que algunos, hasta miraban con desprecio las aguas minerales nacionales que surgen de los hermosos e incontaminados manantiales cordilleranos y desde siempre se consumieron por aquí y preferían beber las francesas que, no dudo serán muy buenas, pero no menos contaminadas que las nuestras. Y cuando uno lo decía, escuchaba la réplica inmediata haciendo referencia a las uvas y la zorra.
Las Navidades en esa época fueron un despliegue de lujo insolente. Decoraciones renovadas todos los años, con adornos de maravilloso diseño, casas cuajadas de luz por dentro y por fuera, mesas repletas de manjares: higos de Esmirna, dátiles, almendras en todas sus variedades, turrones de Alicante, de Jijona y de cuanto hispano sitio haya en el orbe que fabrique esas delicias.
Argentina, como saben, tiene muchísimas tierras fértiles y productivas y cuando recordaba los frutos del Alto Valle del Río Negro o las nueces y vinos mendocinos debía oír a cada rato: terminála, gallega, que te quedaste en los sesenta.
Champagne y agua franceses por doquier. Tanto, que una ni se animaba a confesar que la sidra era su bebida favorita por el peligro de ser ya absolutamente radiada, descastada. ¡Pobre Niño Jesús! Olvidado entre tanto deleite sibarítico. Y los regalos… ¡Ay los regalos! Si alguien osara realizarlos a la antigua, a mano y artesanalmente, hubiera experimentado sobre sí el más glacial de los agradecimientos.
¡Qué decir de pirotecnia! Aquí brillaban los fuegos artificiales por doquier, si eran baratísimos. El cielo era digno de París mientras mucha gente iba quedando sin trabajo. Dirán ustedes que exagero. Y si, un poquito exagero, pero la base está, como decía un entrenador técnico de mi equipo favorito que, adivinen cuál es, ostenta los colores del Barza en su divisa.
En todas las familias, igual que en las amistades, existía una división cada vez más marcada entre los que seguían tirando manteca al techo y aquellos que tenían costumbres mas sencillas, abismo salvado por el amor y la tolerancia, pero que no impedía algunas incomodidades. Mientras tanto se acercaba el fin del uno a uno.
Todas las cosas malas tienen sin embargo un lado bueno. Basta con saber buscarlo.
Esta Navidad del dos mil dos ha vuelto a nivelarnos. Algunos dirán que es una pena que sea para abajo. Yo no estoy tan segura.
Para empezar, el veinte de diciembre se conmemoró en paz. La solidaridad se hizo presente a cada paso, en cada lugar de mi tierra. La de la gente común, la de todos los días, la gente buena que es mucha, pero mucha pudo pensar en el otro, en el vecino, en el amigo, en el desconocido. En la calle, se prepararon viandas para los cartoneros, las iglesias y comedores organizaron comidas especiales para que nadie quedara fuera de la celebración, los hospitales fueron visitados por voluntarios afectuosos y comprometidos. Casi no hubo pirotecnia, pero mucha más gente concurrió a servicios religiosos del culto que fuere. Y pudo verse menos lujo, menos luces y un ambiente más sereno y recoleto, como si los que todavía tienen, sintieran pudor de exhibir su nivel de vida.Volvimos al agua nacional, al pionono y a la ensalada rusa. Volvimos a los regalitos artesanales y a veranear en San Clemente. De a poco, vamos reconociendo que se puede ser feliz con menos.
Eso si, cuando empecé esta crónica dije que la clase media no se rinde. Los teatros están llenos y además ¿saben ustedes qué comercios han tenido record de venta en esta Navidad? Las librerías.
Tengo la esperanza de que este año haya servido para darnos cuenta de que se puede vivir de otra manera y que hay cosas que no tienen precio.
Les aseguro que me pareció que el Niñito compartía algunos de estos pensamientos, pues sonreía muy dulce y optimista en el pesebre que reina en mi pizzera parroquia.

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