martes, agosto 28, 2007

143-Construyendo la venganza -La historia del Edificio Kavanagh



Florida, mi calle favorita, desemboca en Plaza San Martín y allí, en el 1065 de esta vía, se levanta, orgulloso y altanero, el Edificio Kavanagh. Lo precede, por la misma calle, el Plaza Hotel.

Cuando al cruzar el pasaje entre los dos edificios, giramos la cabeza hacia la derecha, observamos la silueta de la Basílica del Santísimo Sacramento, uno de los templos más lujosos de Buenos Aires. Nacido en un principio como iglesia-sepulcro familiar de los Anchorena -la familia más acaudalada de la Argentina en su tiempo- fue producto de la voluntad de una mujer de la aristocracia argentina que decía que si ella vivía en un palacio, su Dios también merecía uno.

Mercedes Castellanos de Anchorena, así se llamaba, concibió a esta basílica como uno de los templos más lujosamente decorados de la ciudad, en el que se destacaban una enorme Custodia en oro y plata; un órgano francés de 1912; vitrales y ornamentos de mármol, granito azul, bronce y mosaico veneciano. Bah, que Merceditas y su Dios no se privaban de nada, y la patricia dama disfrutaba la gloria de ver desde su palacio, ubicado al otro lado de la plaza (donde actualmente funciona la Cancillería Argentina y cuya fotografía está aquí a la izquierda), las cúpulas de tan magnífico templo, experimentando, casi con seguridad, la omnipotencia del poder y la riqueza.

Con lo que no contaba “Ña” Mercedes era con Cupido. Ese sinvergüenza que, con su carcaj y flechas, arruina los mejores y más increíbles panoramas.

Parece ser que un hijo de esta dama se enamoró de una joven de la burguesa familia Kavanagh. Y si bien a los Kavanagh el “parné”, la “guita”, la “biyuya”, vamos, no les faltaba, lo que no tenían era el pedigree, tan importante para los Anchorena, como para las vacas y caballos que criaban en los latifundios de sus estancias bonaerenses.

Como todavía no existía la revista Hola (donde se pudiera aprender sobre resignar la alcurnia, al contemplar a reyes y plebeyos disfrutando de idílicas y bucólicas armonías conyugales fotografiadas a todo color para delicia de los ávidos consumidores de romances y princesas 2007) la niña Kavanagh conoció el oprobio de ser rechazada por los Anchorena en pleno, ya que la patricia familia no consintió una unión “inaceptablemente inconcebible”.

Pero los Kavanagh también tenían matriarca, no vayan a creer los lectores. Corinita, se llamaba. La tal Corina se ofendió mortalmente y comenzó a pergeñar una manera de vengar la afrenta. Pero eso sí: eligió una venganza constructiva.

Nunca mejor aplicada una definición que la que acabo de expresar. “Venganza constructiva” porque nuestra burguesa contrincante, aprovechando un viajecito de Doña Anchorena hacia París, compró un terrenito para hacerse un rancho. Justo, justo un triangulito ubicado frente a la Basílica del Santísimo Sacramento. Y en ese “terrenito”, ordenó a los arquitectos Sánchez Lagos y de la Torre, en 1936, edificar… ¡El primer rascacielo de Buenos Aires!

No quiero imaginarme a Doña Mercedes aquella mañana en que, al abrir la ventana de su dormitorio para preguntar a su Dios, desde la vereda de enfrente, si le gustaba el palacio que le había regalado, divisó el esqueleto del nuevo edificio. No debe haber habido estancia, ni viaje, ni sedas o brocatos que apagaran su angustia existencial. Habrá pensado, quizás, que hubiera sido mejor entregar un hijo a “esa gentuza” que ver su legado divino oculto y escondido por ladrillos y cemento ¿No?

Pero era tarde. El Kavanagh continúa hoy, setenta años después irguiendo, rotundo, “su proa” hacia la Cancillería mientras nos deslumbra, todavía, con todas las originalidades precursoras que lo componen* como si quisiera seguir avasallando a los Anchorena y recordándole a ellos y a toda la ciudad, el dolor de una muchacha despechada.

Y por si no fuera suficiente con la venganza edilicia, advierto a los futuros visitantes de esta zona, que la única forma de ver casi completa la fachada del Santísimo es, como ya dije, ubicarse en el pasaje que separa el Plaza Hotel del rascacielo. A propósito, olvidé decirles su nombre. Ese pasaje, único mirador urbano de la Basílica-Palacio de Mercedes de Anchorena se llama…Corina Kavanagh.

¡Descanse en paz la agraviada burguesía argentina de comienzos del siglo XX! Los ediles porteños han completado, con una chapa azul y letras blancas, aquella original venganza, erigida en ladrillos y vidrios, en cemento y cal.

Cati Cobas

* “La millonaria porteña Corina Kavanagh encargó en 1934 un rascacielos a uno de los estudios de arquitectura más prestigiosos de la próspera Buenos Aires de comienzos del siglo XX. La señora Kavanagh vendió dos de sus estancias para financiar la construcción. El edificio se erigió en 14 meses.

Es una torre escalonada de hormigón armado de 120 metros de altura, 32 pisos y 105 viviendas. Se levanta frente a la Plaza San Martín. Cuando se inauguró fue el edificio más alto de Latinoamérica y la mayor estructura en el mundo de hormigón armado. El estilo es racionalista, caracterizado por la austeridad de las líneas, la carencia de ornamentos externos y los grandes volúmenes prismáticos.

Para asegurar la calidad de la obra no se pusieron límites al presupuesto. El Kavanagh, proyectado como un edificio de departamentos de lujo, ganó numerosos premios nacionales e internacionales.
Corina Kavanagh —que tenía 39 años cuando encargó el edificio— se reservó para sí el departamento del piso 14, el único que ocupa toda una planta.

Tan sólo 14 meses demoró el levantamiento del edificio (entre el 1934 y el 1936), mole que, entre otros récords, ostenta el de haber poseído el primer aire acondicionado central de la Argentina. Su forma escalonada, además de seguir un estilo racionalista, responde también a las restricciones del Código de Edificación de aquel entonces que fue limitando su tamaño original. Cuenta con 33 pisos y 113 departamentos de lujo (todos completamente distintos entre sí). Con 3 ascensores, 5 entradas independientes, 5 escaleras, locales en la planta baja y estacionamiento, resultó una verdadera novedad para la época, que se vio sorprendida por cómo el inmenso lugar se nutría de una pileta, talleres de lavado y planchado, cámara frigorífica para pieles y alfombras, sistema telefónico central y depósitos de seguridad”.
www.ciudadebuenosaires.gov.ar .

1 comentario:

Anónimo dijo...

qué riqueza hay siempre en tus escritos. Buen trabajo, cielo.
un besin
Ángeles