martes, diciembre 13, 2005

40-Cati cartonera


Ficticia
29 de Octubre de 2003

Hoy debo confesar un hecho inconfesable, vergonzante. Me he vuelto cartonera.Iba el otro día por una avenida cerca de mi casa cuando divisé en una montaña de basura frente a un restaurante dos envases enormes y limpios a los que les asigné mentalmente un lugar privilegiado en mi taller. Los emplearía para enseñar a convertirlos en artísticos papeleros reciclados luego de una prolija cartapesta. Ni lerda ni perezosa, los tomé con sendas manos y comencé a caminar por la avenida.Una voz me hizo dar vuelta: “¡eh, doña, largue eso!”
Contemplé al emisor de la imperiosa orden y supe que era uno de los tantos cartoneros que circulan a todas horas por Buenos Aires desde el comienzo de la crisis.
Una ha sentido y siente dolor por toda esa gente que se gana el pan de esa forma, no crean que no, pero los futuros papeleros me encantaban y traté de hacerme la sorda hasta que sentí primero el empujón y luego el tironeo.
”No había nadie cuando yo los recogí”, le dije a mi atacante. Su respuesta fue impecable y prepotente: “La basura es nuestra, doña, devuélvame lo que es mío”
Salomónicamente le propuse: “¿Uno para cada uno? Lo necesito para hacer una prueba de trabajo, yo también tengo derecho a trabajar”.
En esa discusión se concretaba algo que siento últimamente: somos tantos, tantísimos los maestros, médicos, comerciantes que nadamos a brazo partido para no sucumbir a la catástrofe sin que nadie se apiade de nosotros, nos pague la luz o nos subsidie. Somos tantos los que nos ocupamos a costa de nosotros mismos, de cuidar a nuestros viejos o a nuestros hijos sin que nadie considere nuestros derechos por la sola razón de no haberlo perdido todo aún. Quizá por eso el reclamo imperioso me dolía: sólo él tenía derecho y yo debía cedérselo.
No hubo forma de que mi contrincante comprendiera o compartiera: la basura era suya. Y una lo entendía. Pero el angelito malo de mi abuela Isabel aleteaba…
Dejé en manos de mi oponente uno de los envases y corrí con todas las fuerzas de mi entrenamiento en el Parque Chacabuco con el otro tarro apretado bien fuerte entre los brazos hasta desaparecer a la vuelta de la esquina.
El papelero ya tiene cartapesta. Y lo peor es que no me siento arrepentida.
Doble falta.

No hay comentarios.: