martes, diciembre 13, 2005

69-¡Me sacaron a “varear”!








Archipiélago
18 de julio de 2005

Antes de comenzar con esta crónica, y para no ser criticada de antemano por el empleo de argentinismos sin la debida aclaración, busqué la definición de “varear” en el Diccionario de la RAE.
En Argentina y Uruguay, “varear” es una expresión que se emplea en el campo y significa “ejercitar un caballo de competición para conservar su buen estado”. Y por extensión: “llevar a los niños de paseo para que gasten energía y se tranquilicen”, aunque también: “pasear con alguien para lucimiento propio”.

El domingo pasado no estuve presente en el Chat de voz que tanto me gusta porque mi marido decidió sacarme a “varear” en sus tres acepciones, ya que analizada que fue la palabra, llegué a la conclusión de que era la más adecuada para lo que este sufrido habitante de Buenos Aires hizo conmigo: por ser cincuentona larga debo caminar para mantenerme en estado; mi marido no me soportaba más en casa, relinchando por un paseo fuera de la rutina, y me arreglé bastante linda, con lo que mi cónyuge se habrá lucido con mi estampa, no me cabe duda alguna.

Y digo que nada más adecuado que un vocablo campero como título porque me llevó a La Feria de Mataderos en la zona sudoeste de la Ciudad, lindante con el Mercado de Hacienda de Liniers. A decir verdad no
creo que él me haya “llevado”. Confieso que más bien el pobre hombre sufrió una cierta tortura espiritual por mi parte durante toda la semana. Quien esto suscribe había escuchado maravillas sobre esta Feria y moría por conocerla. En general no necesito que me “lleven” a pasear. Puedo hacerlo yo solita, pero la zona era brava, ya que el barrio de Mataderos es justamente el lugar donde se ultiman las reses para consumo ciudadano y una de las zonas menos “refinadas” de Buenos Aires y no me animaba a emprender el paseo sin compañía protectora.

Y bien que hice, ya verán ustedes…

El lugar era delicioso y absolutamente telúrico. Una calle empedrada, enmarcada por el edificio de la administración del Mercado de Hacienda con sus recovas antiguas, rodeaba una plazoleta en la que se destacaba una estatua en bronce con la figura de “El resero” (prototipo del peón de campo argentino sin el cual no habría campo).
Y allí, en puestos de venta callejera, todo tipo de comidas criollas y de países vecinos: locro, tamales, empanadas, pastelitos de dulce y los chipás - pancitos de queso de origen guaraní- que vuelven loco a mi Fernando.
Imagino que esto que cuento es moneda corriente en casi todos los países, y mucho más en España y México, pero no lo es en Buenos Aires. Aquí no es común participar de este tipo de comidas callejeras y la multitud se abalanzaba sobre las vituallas, como si no hubiera comido en siglos. (Aunque en mi tierra en este momento hay muchos a los que les ocurre eso, no parecía el caso de los paseantes domingueros, les aclaro).

La calle contigua rebalsaba de turistas autóctonos y foráneos que disfrutaban de las artesanías tradicionales argentinas en cuero y plata. Pude ver tantos mates y bombillas que quedé verde por una semana, tanto rebenque y montura, tanto chambergo requintado, que me sentía en medio de la llanura pampeana y estaba sólo a veinte minutos del Congreso.

Y eso no es nada…un sin fin de parejas ataviadas con trajes regionales, o vestidos de civil, bailaban, en plena vía pública, zambas, cuecas, chacareras y lustraban el empedrado a puro zapateo y zarandeo, mientras los “artistas” de la guitarra y el bombo los acompañaban con sus instrumentos. Más allá estaba el broche de oro (mejor digamos que de plata): los caballos criollos en juegos tradicionales, como la carrera de sortijas y las cuadreras, para los que gustaban de las emociones fuertes y de alguna que otra apuesta improvisada. No faltaba nada. A mí, que amo el folklore tanto como el tango, no hacía falta mirarme detenidamente para saber de mi felicidad y embeleso, pero hubieran visto ustedes a mi acompañante…

Él es hombre de ciudad. Nada de barro, ni lazo y boleadoras. Y mucho menos humo de fritangas y chorizos asados en la calle. Pensé que debían venir del SAME (la Asistencia Pública) a socorrerlo. Como es educado, estoico si los hay en este mundo, y además me quiere, disimuló como pudo la tortura y asintió con algún “mmmgf”, “nnd”, acompañando una sonrisa entre socarrona y de compromiso que no lo abandonó en todo el paseo. Aunque dudo si esa forma ininteligible de expresarse no se debía al aroma a bosta de caballo que perfumaba el ambiente, mezclada con el de los pasteles y chipás.

En fin, que declinó la tarde y con ella decidimos emprender la retirada de tan gauchesco evento.

Mejor nos hubiéramos quedado un rato más, porque para regresar a casa nos dirigimos, a pie, en busca de un taxi, a una avenida, que en nuestros años mozos era de tránsito frecuente, intenso y sin peligros, ubicada al Sur de la feria.

Ignorantes estábamos que se ha transformado en una de las zonas consideradas como más peligrosas dentro de la ciudad por su cercanía con Ciudad Oculta –una de las “villas” que existen dentro del ejido urbano. Ningún taxi se detenía y yo había quedado sin crédito en el celular como para llamar uno a través del “éter”.

En los últimos tiempos ando un poco alejada de rezos y oraciones por distintas circunstancias que no viene al caso mencionar, pero les cuento, mis queridos amigos, que el Rosario a la Virgen de San Nicolás lo debo haber rezado a razón de un Ave María por segundo y, por suerte, ella me escuchó. ¡Bendita sea!

Un taxi se detuvo, milagrosamente, porque caía la tarde y en esa zona no se detienen vehículos ni en los semáforos. Después me enteré que el camino de salida debimos haberlo tomado hacia el Norte, ya que esa es la forma segura y confiable (lástima que hasta en eso debamos recurrir al Norte y no haya en el Sur salidas dignas y decentes).

Como podrán imaginar, si mi marido no fuera todo un caballero todavía estaría yo escuchando reproches y reclamos. Pero como lo es, indudablemente, en el día de la fecha me ha sugerido:

“Querida: hoy podrías quedarte a chatear con tus amigos del foro ¿no te parece?”
Y es por eso que a las cuatro nos encontraremos. Supongo que todos pasaremos un domingo sin sobresaltos. Aunque nunca se sabe…

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