martes, diciembre 13, 2005

21-Gallegadas (Caticrónica nostálgica)




Ficticia
19 de Febrero de 2003

Gallego se llama en Argentina, con supina ignorancia, a todo lo hispano, como si fuese igual nacer en Toledo o Barcelona, en Valladolid o en Lugo. Yo ya me acostumbré y es para mi un honor ser “la gallega” en mi familia política compuesta de “tanos” con algún toque armenio, en una de las tantas mixturas propias de este bendito suelo.
Todo un lujo que los coterráneos de Rosalía de Castro, quisieran adoptar a una argentina con raíces en Mallorca, que se crió entre añoranzas y morriñas.
Muchos factores contribuyeron a ese soñar con la Península o, quizás más restringido, con la islita y una fundamental, era el rito dominguero de mis padres: Bar Español y cine continuado.
¿Bar Español? Dirán ustedes. ¡Sí! Quedaba en -no podía ser de otro modo- Avenida de Mayo y Salta, al lado del Teatro Avenida, teatro de zarzuela y Romería. No era precisamente un bar sino una confitería y muy bien puesta. Todavía quedan una que otra similares en este Buenos Aires dos mil tres, de “shoppings” y piqueteros: la Ideal y la Richmond entre otras, aunque estas dos son un poco mas rumbosas que mi ya inexistente bar.
La ceremonia comenzaba con el acicalarse, propio de los cincuenta, con mi mamá muy elegante, palangana de paja blanca con rosas de tela coronando su testa, papá endomingado, con su mejor traje y yo, con mi vestido blanco de cloqué bien paradito y zapatos y medias blancas, de la mano de ambos muy oronda.
Entrar al lugar, con ese olor mezcla de café de máquina y sillas de roble tapizadas en cuero verde, era algo muy parecido a la felicidad perfecta. Sólo alteraba la dicha, la persistencia de mamá en el te con leche y masas que era más paquete, cuando yo me volvía loca por los submarinos con churros que me rodeaban y eran deglutidos con fruición por todos los otros añoradizos parroquianos del lugar entre los que se encontraba la flor y nata de los almaceneros de la ciudad además de otros ejercientes de variados y característicos oficios como aparadoras, zapateros finos, o sastres de alcurnia.Una vez acomodada la familia: ¡a gozar del espectáculo!
No era todo manducación en ese sitio, había también mucho lugar para el espíritu, sobre todo a partir de la voz del locutor, que encaramado a un palco anunciaba: “Y ahora: Los Gavilanes de España”.
¡El corazón latía! No había tele en esa época. ¡Ay Jesús! ¡Esos bronces! ¡Y la cantante con su bata de cola! Esos pasodobles, esas jotas, aquel bolero han quedado grabados a fuego en mi criollo corazón y no puedo desprenderlos, aunque me digan que ahora ya no se cantan ni bailan en España. Tienen el sabor dulce de la niñez feliz, de la infancia protegida, como ahora es difícil que muchos compatriotas pequeñitos tengan.
El corolario era una visita al cine Novedades donde se establecía una extraña y cinematográfica alianza “yankie”-hispana en forma alternada: un Tom y Jerry y un Nodo, noticiero español de la época que soportaba estoicamente y sin poder defenderse las silbatinas de los republicanos que por aquí habitaban. En total eran seis dibujos animados y seis noticieros que dejaban en mí al final la duda de si Jerry mataría al Generalísimo o éste correría a esconderse a la cueva de redonda puertita.
Volvía a casa ahíta de ingenua alegría y pensando cómo le contaría al día siguiente a mi “señorita Sarita”, maestra de Primer Grado, mis hispanas andanzas dominicales.
Ya verán ustedes que no es extraño que me llamen “la gallega”… ¡Y a mucha honra!

No hay comentarios.: