domingo, abril 15, 2007

123- Escalafón para la muerte

Escalafón: escala, rango, jerarquía, categoría, ordenación, clasificación.

Es vulgarmente conocida la idea de que la Parca nivela a todos los seres humanos, ya que nadie puede sustraerse a su llegada, por pobre o rico que se sea, Sin embargo, ser difunto en Buenos Aires es un acto singular que permite, simplemente con saber dónde irán a parar nuestros pobres huesos, a qué nivel social pertenecemos. Parece que no es común en otras ciudades, pero así sucede por estos pagos bien al Sur del mundo.
Y no me digan que es un desvarío. Es una verdad de a puño que paso a justificar con la Historia y la Geografía de la mano.

Nuestra ciudad cuenta con tres necrópolis, que menciono a continuación ordenándolas de mayor a menor según su status interfecto: Recoleta, Chacarita y Flores. Como siempre, y abonando la teoría histórico-geográfica que da cuerpo a mis crónicas, ubicadas al Norte, Centro y Sur de la ciudad en forma respectiva.


Bien “caté”* (*caté: -del guaraní- distinguido, refinado)





No sé qué pensarían los miembros de la élite porteña si supieran que sus ancestros descansan -a pesar de los mármoles, bronces y monumentos maravillosamente artísticos de las bóvedas y tumbas- sobre vestigios de coles y otras hortalizas dado que el Cementerio de la Recoleta, adyacente a la Iglesia de Nuestra Señora del Pilar, fue en un principio la huerta de los frailes de la orden de los recoletos descalzos. Cuando en 1822 se disolvió la orden, la quinta se transformó en el primer cementerio de esta urbe, ubicado entre calles Junín, Quintana, Vicente López y Azcuénaga y contando con una superficie de cinco hectáreas y media.
En 1870, con la epidemia de fiebre amarilla y la huída de los ciudadanos “de pro” del barrio de San Telmo, los alrededores de este camposanto fueron transformándose en refugio de las familias más poderosas y de mayor prestigio de Buenos Aires, lo que hizo de este osario un lugar de altísima alcurnia en lo que a cadáveres atañe.
Como no podía ser de otro modo, alberga entre sus muros una enormísima cantidad de extintos distinguidos, entre otros, varios presidentes, como Alem, Irigoyen, Illia, Mitre, Avellaneda y Carlos Pellegrini. Sin dejar de mencionar a una lista inmensa de hombres y mujeres de la pluma encabezados por Larreta, Girondo, Bioy Casares, Mallea y las Ocampo.
Aunque, bien mirado, Recoleta es al mismo tiempo que el depósito de muertos trascendentes, un lugar de evidentes contradicciones cadavéricas, ya que se da el lujo de cobijar, no demasiado lejos, a Facundo Quiroga y a Sarmiento que, imagino, tendrán bastante dificultad para descansar en paz sabiéndose tan cerca. Sin mencionar lo que deben sentir las “Damas de la Sociedad” teniendo que con-morir con Evita, que tantos dolores de cabeza les diera en vida, mientras soportan, estoicamente, el desfile de turistas curiosos que piden visitar la tumba de la “Abanderada de los pobres”.

Por otra parte, de los tres sacramentales de nuestra ciudad, es el que cuenta con el fantasma de mayor estatus: la jovencísima Rufina Cambaceres, hija de un escritor y estanciero argentino que al morir fue reemplazado por su itálica consorte nada menos que por don Hipólito Irigoyen. Parece que la peninsular señora no se conformó con “El Peludo”, y dio lugar a habladurías con respecto a un romance furtivo con el pretendiente de Rufinita. Al enterarse ésta, el día de su cumpleaños número diecinueve, que la mamá y su “filito” andaban posiblemente en “algo raro” optó por una catalepsia que la condujo a ser enterrada viva. Desde entonces dicen que la muchacha aparece por los alrededores del cementerio habiendo sido inmortalizada como “La Dama de Blanco” en un famoso cuento cuyo autor no quiere acudir a mi memoria, ni tampoco a mi buscador de Internet, por más que he intentado localizarlo.

Un tranvía para difuntos apestosos

No será la Recoleta, seguramente, el destino de mi pobre humanidad. Más bien imagino como probable, algún rinconcito en el cementerio propio de los “jamones del medio”, el Cementerio del Oeste o, más vulgarmente, Chacarita.

Inmortalizado en los versos de Gagliardi, un poeta popular de Buenos Aires, está emplazado casi, casi sobre la avenida Corrientes. Es por eso que dice el bardo al cantarle a la calle:

“Sos hija del Luna Park,
con avenida Madero,
te canto porque te quiero,
banderín de la ciudad,
si tu punto terminal,
es el mío, Chacarita,
donde un coro de floristas,
nos cantan el funeral”.
(Calle Corrientes, de Héctor Gagliardi)

Con noventa y cinco hectáreas es uno de los de mayor extensión en el mundo y está limitado por las calles Guzmán, Jorge Newbery, las vías del Ferrocarril San Martín, Garmendia, del Campo y Elcano. Reúne todo tipo de monumento funerario: desde proletarios nichos comunitarios, pasando por tumbas “de tierra”, a panteones de distinto orden y monumentalidad y bóvedas en las que no faltan el mármol o el granito. Aunque parece que originalmente no estaba donde está ahora, sino debajo de lo que es actualmente la Plaza Los Andes, de sólo cinco hectáreas.
Preguntarán los lectores qué sucedió. Pues que al irse a vivir las familias de alcurnia que huían de la peste de San Telmo, a la zona de Recoleta, no quisieron en aquel “Huerto del Señor” muertos apestados y pestilentes prohibiéndose allí, en el Cementerio del Norte, inhumaciones de difuntos epidémicos.
Como en algún sitio había que colocar tanto cadáver, la ciudad optó por unos terrenos fiscales que hasta ese momento eran conocidos como “La Chacarita (de “chacrita”) de los Colegiales” destinados a las vacaciones de los pupilos del Real Colegio de San Carlos -que sería luego el prestigiosísimo Nacional de Buenos Aires-. No puedo dejar de mencionar que esa “chacrita” y sus alrededores están inmortalizados, en su función primigenia, en Juvenilia, de Miguel Cané, más precisamente en el episodio “Las sandías de los vascos”, donde se narran las picardías de los estudiantes en verano y sus graciosísimas y apaleadas consecuencias.
Es, preciso que, hablando de consecuencia, haya que decir que este tema de la ubicación de la vastedad de extintos epidémicos tuvo como tal, la creación de un tranvía, el “Tranvía Fúnebre”, que era, en realidad, un trencito arrastrado por La Porteña, la primer locomotora que existió en el país.
Resultó finalmente que los muertos enterrados con excesiva urgencia y en forma un tanto precaria provocaron, con sus efluvios y emanaciones, la desazón indignada de los habitantes del barrio, ya denominado por entonces “Colegiales” -que no serían “finolis”, como los de Recoleta, pero tenían pituitarias y ganas de seguir libres de contagio- e hicieron que la municipalidad creara en 1887 la Chacarita Nueva, la que actualmente existe, retirándose las mortandades malolientes del lugar original y dando lugar a la plaza ya mencionada.
Chacarita es actualmente el lugar de descanso de la clase media y de muchas de sus figuras populares, ya que en él reposan y reciben el cariño de la gente Carlos Gardel, La Madre María (una curandera popularísima), la poetisa
Alfonsina Storni, el boxeador Ringo Bonavena y los actores Alberto Olmedo y Luis Sandrini, entre muchos otros, dado que en esta necrópolis abundan los panteones comunitarios de distintas ramas de la vida cultural, social y militar argentina.



Flores, para los pobres




Este cementerio de veintisiete manzanas está ubicado al Sur del Sur de la Ciudad de Buenos Aires. En “El Bajo Flores”. El barrio de Flores es muy extenso. Tiene una zona céntrica, con una magnífica basílica y una hermosa plaza sobre la Avenida más larga del mundo (Rivadavia) y zonas como esta, con la villa ahí nomás, cruzando la calle. El lugar de eterno descanso ha ido empobreciendo su aspecto con los años y en las nuevas tumbas “de tierra” cuesta ver cruces de mármol o algún bronce. Apenas un poquito de césped y una cruz de madera con letras blancas en las que están más cuidadas. Igual sucede con las zonas de nichos que revelan, con su falta de ofrendas, que “los vivos” están tan ocupados peleando por “ese mango que los haga morfar”, y que no pueden andar con sutilezas florales.
Cabe acotar que en el otro extremo, en Recoleta, los “paquetes” tampoco son muy dadivosos en cuanto a las flores en las tumbas; es como si una vez decorada “la casita” hubieran cumplido con el muerto, y lo dejaran para la historia y el turismo. Es en Chacarita donde la gente todavía se ocupa de que los seres queridos tengan “su lugar” medianamente digno.
Pero volvamos a este necrosario y a su origen que data de 1807, tres años después de que Don Ramón Francisco “Flores” fundara, en 1804, el pueblo de San José de “Ídem”, en el Partido de ¡Morón! en las afueras de lo que era Buenos Aires, por la época colonial.
Cabe comentar que no era la actual parcela ubicada entre Varela, Culpina, Tandil y Remedios el lugar del cementerio. Éste se hallaba sobre la actual Avenida Rivadavia, al lado de la Basílica, que aún hoy existe. Parece que siempre los muertos molestaban un poquito y en 1837 los sacaron de al lado de la iglesia para darle más categoría a la zona que, por lejana, era destinada a quintas, pero que con el tiempo quedó incorporada a esta Buenos Aires nuestra de cada día, siendo en la actualidad, un barrio situado en medio del ejido urbano.
Lo que podía contarles de este lugar ya está contado. Poco muerto ilustre descansa en él.
Aunque, por lo menos, puede jactarse de darle lugar a la poesía argentina en su forma primigenia, ya que Gabino Ezeiza, el Payador, rima aquí sus octosílabos por las noches, según consta en las listas de inhabitantes extinguidos.

Corolario

Así termina, mis queridos lectores, este intento de ensayo necrosado. Espero que sea del agrado de todos, porque, aunque el tema resulte un tanto ríspido, creo que no deja de resultar interesante saber que en la Ciudad de Buenos Aires como presumo, en casi cualquier parte de este mundo, para morirse, y ser amortajado decorosamente, es mejor contar con una buena dosis de “parné”, de “guita o de buen“vento” como lo comprueba mi escalafón porteño y cementerial.
Cati Cobas

1 comentario:

Lola Bertrand dijo...

Aunque ya te lo comenté en su día en el foro, quiero dejar constancia en tu blog de lo estupenda que es esta crónica , Cati, que , por cierto, con las fotografías gana un montón.
Abrazos
de lola