martes, diciembre 13, 2005

36-¿Por la Calle de Alcalá?



Ficticia
28 de Septiembre de 2003

“Por la calle de Alcalá con la falda almidoná

y los nardos apoyaos a la cadera.

La florista viene y va y sonríe descará

por la acera de la calle de Alcalá.”

Es tarde de domingo en Buenos Aires, camino por el centro comercial de mi barrio grande: Caballito y contemplo embelesada una exageración urbana: cuatro puestos de flores uno por esquina, a cual más completo y mejor acomodado. Es una competencia de colores y de aromas. Un estallido de pétalos y formas de los que se ocupan señoritas y señores de diferentes estilos. En uno de ellos, la florista es una criolla de pura cepa y renegrido rodete, en aquel un hijo de italianos rubio y rollizo y en el otro una japonesa delicada, con tez de porcelana.
Mientras tanto, mi pensamiento me lleva, a través de la copla, lejos, muy lejos, del otro lado del mar. Me pregunto: ¿Habrá todavía una florista en la calle de Alcalá? ¿Cómo serán los puestos de flores en Madrid? ¿Serán tantos como aquí?
Porque les cuento: la ciudad de Buenos Aires está sembrada de flores en todos y cada uno de sus barrios. Y este fenómeno se da en el centro, Pompeya, Mataderos o Barrio Norte, en Barracas y en Las Cañitas.
Por supuesto, las flores en Barrio Norte o Las Cañitas se envuelven siguiendo el último grito de la moda, minimal y refinado y en los otros cunde el papel celofán y los moños ampulosos, pero en todas partes los floristas pueden vivir de ese trabajo y no les va nada mal con su perfumado oficio. Además, el negocio no termina en su venta, sino que se extiende a los innumerables viveros de las afueras de Buenos Aires.
Es bastante común ver por la ciudad muchachitos, fresias en mano, corriendo al encuentro de su piba y señores de pelo en pecho escondiendo, pudorosos, entre el saco y la camisa unas rosas rococó. Es también frecuente que la señora que regresa del mercado lo haga acompañada de unos claveles o unas más modestas caléndulas, pero orgullosa de llevar a su casa, sonriente, algo más que la comida a pesar de que, por su aspecto uno diría que más le hubiera valido llevar otro paquete de fideos.Ni la crisis, ni la mishiadura pueden con nosotros. Los y las porteñas somos amantes de las flores y a veces gastamos los últimos dos pesos en un ramo de jazmines.
Tal vez, pensamos que alimentar el alma es tan importante como tomar la sopa y quizás por eso sean tan florecientes los kioscos florales en La Reina del Plata.
La verdad, a esta altura de los pensamientos, no puedo resistirme. Me acerco a la japonesa y le digo: “Me llevo ese ramito de nardos” y me alejo tarareando el pasodoble.

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