lunes, octubre 22, 2007

149-"La Adelantada"/ Capítulo I de "Las brasas que despiertan" (Apuntes para "Una Historia de Las Dos Orillas")



El nombre de mi padre, escrito con tiza en la piedra del molino familiar hace más de setenta y cinco años, allá en la Isla de Mallorca, y respetado por las generaciones que lo sucedieron, fue la inequívoca señal de que para los muchos descendientes de los abuelos Miguel y Catalina, sembrados a ambos lados del Atlántico, no todo estaba perdido. Había brasas entre las cenizas del silencio familiar, y esas minúsculas chispitas, avivadas por la maravilla de la tecnología actual y sumadas a la férrea voluntad de algunos de los Covas con uv o con b, tanto da para este caso, están encendiendo un fuego nuevo, de reencuentros y emociones, que trae a los corazones de muchos de nosotros la sensación de haber recibido un bálsamo de alegría.

Eso sí, el único inconveniente que tendré para narrar estas historias de Mallorca y de Argentina, necesitará del aporte de “Onomástico”, mi asesor en cuanto a nombres, porque a la hora de entrar en detalles genealógicos y de llamar a mis primos por su apelativo, tropiezo con la evidencia de que la tradición mallorquina hace estragos en el tema, razón por la que los cuatro varones primogénitos de mi generación se llaman Miguel, (o Miquel, en catalán) como el abuelo, mientras las dos únicas nietas del sexo femenino somos Catalina, como para reforzar la idea ancestral de pertenencia. Luego, el santoral se reparte entre Antonios, Sebastianes, algún Pedro o Baltasar y poco más, que a austeros a la hora de llamarnos no nos ganan. ¿Verdad?

Debido a este detalle tardé varias horas en lograr que mi mamá comprendiera que el 6 de octubre (a cuatro meses justos de la entrevista en 3 de Nit) llegaría a nuestra casa, mi sobrina Ángela, hija de Miquel, mi primo, y nieta de Antonio, el hermano mayor de mi papá.
¿No les maravilla reconocer que luego de haber escrito una agradecida “Caticrónica angélica”, la primer emisaria familiar se llamara, precisamente “Ángela”? Pues a mí sí.
Pero convengamos en que, cuando nos anunció que vendría en persona a visitarnos, no fueron pocos los sentimientos que se pusieron de manifiesto en casa, para ser sinceros.

Alegría, ansiedad, curiosidad, esperanza y también algunos temores se combinaban en una conjunción difícil de asimilar. Ángela viviría con nosotros, y se sabe que “con-vivir” no es tarea fácil, sobre todo en el espacio reducido de un departamento urbano, y con dos adolescentes, una madre, un marido y una gata, sumados a Berna, que al conocer la noticia musitaba algo en ininteligible guaraní (de lo que preferí no solicitar traducción).
Ángela parecía, vía Skype, una muchacha encantadora, y nosotros estábamos muy contentos con la futura visita, pero veinticuatro horas al día estropean cualquier buena impresión, a veces ¿Se sentiría cómoda con nosotros y nosotros con ella? Viniendo del Primer Mundo ¿le pareceríamos demasiado sencillos? ¿Se conformaría con las diversiones y paseos que podíamos ofrecerle? ¿Y si se nos daba por tener alguna trifulca familiar de esas que nunca faltan…¿qué haríamos con Ángela? No olvidemos que ella, al regresar a la isla, sería nuestra carta de presentación. Era la “Álvar Núñez Cabeza de Vaca” de mi familia paterna, la primera en cruzar “el charco”, pero retornaría con carácter de Embajadora Plenipotenciaria en Asuntos Familiares (menuda tarea, si las hay).

Todo fue poniéndose en acción para recibir a “La Adelantada”, valiente viajera que se aventuraba a lo desconocido, y a mí me acometió, de pronto, un desesperado interés en tener la casa “al día”: no quedó rincón hurgado, ordenado, exfoliado y acomodado. Berna, principal destinataria de mis ansias ordenadoras y limpiantes, trataba de acompañarme en la empresa, pero su dulce acento guaraní iba adquiriendo ribetes de protesta cuando se le sugería revisar allí o acullá o cuando me veía cambiar cosas de sitio como una posesa en aras de que nuestra visitante encontrara todo más que bien, si eso era posible.

Un capítulo aparte fue la puesta a punto de Doña Aurora, que debió someterse a la tortura peluqueril un mes antes de lo acostumbrado, con el fin de rizar sus albos capilares. Ella lleva la cuenta de cuánto le falta para la próxima permanente y como decidí que se la haría un mes antes de lo acostumbrado, en forma previa a la llegada de “La Adelantada”, para que nadie la encontrara “con esas mechas” hizo sentir su desaprobación por el adelanto de la tortura gruñendo y despotricando con la santa peluquera encargada de la faena, que luego de ese día aciago ha subido de un tirón varios peldaños en el camino a la Gloria.

Finalmente, la casa relucía dentro de nuestras posibilidades, Jorge, mi marido, y los chicos habían adquirido la cuota de interés suficiente en la situación que se avecinaba y se mostraban bien dispuestos hacia mi sobrina, cuya llegada era inminente, mamá ostentaba una croquignol digna de Betty Davis en su mejor momento y yo…yo no cabía en mí de gozo. Creo que no debe haber quedado amiga, proveedor o vecino que no supiera que estaba por llegar Ángela a visitarme. Me hubiera envuelto en un letrero luminoso o paseado, cual mujer sándwich, por todo Buenos Aires. En fin: imaginen los lectores cuanto quieran y será poco todavía.

Ángela llegaría a Argentina en la medianoche del 6 de octubre y todo estaba preparado para recibirla pero el jueves me comunicó, de repente, que tal vez, se suspendería la visita porque no encontraba sitio en el avión. ¡Qué sofoco, Señor! ¡Qué “patatús”! (Advierto a los lectores que esta palabra perimida es la que mejor define mi estado anímico en ese momento porque sólo pensar que nos quedaríamos arreglados y sin visita me hacía entrar en catalepsia).

Finalmente, todo se solucionó y el sábado por la noche, mi marido, mi hijo y yo partimos rumbo al Aeropuerto de Ezeiza a recibir a la viajera, mientras Mercedes montaba guardia en casa, ataviada ad-hoc como corresponde a una muchacha que se precia de coqueta, como ella.

Ángela y su sonrisa transpusieron la puerta, pusimos en sus manos unos lilium blancos con una pequeña cinta celeste y blanca, a modo de bienvenida, y comenzó, entonces, una maravillosa historia de amores y reencuentros, que iré compartiendo, gustosa, con ustedes, si son tan generosos de escucharla.

Cati Cobas

2 comentarios:

Lola Bertrand dijo...

¡ Qué bello , Cati! le has dado tanto interés a tus letras que ardo en deseos de leer lo siguiente, aunque imagino que Ángela es un amor.
Abrazos de mar.
Lola

Mª Ángeles Cantalapiedra dijo...

Qué boniiiiiito, Catalina; see me han humedecido los ojillos