martes, mayo 06, 2008

168-Luna Park


Total esta noche, minga de yirar,
si hoy tocan Los Ratones en el Luna Park”.


Sobre la letra de “Un sábado más” de Chico Novarro

Fernando, mi hijo, ya tiene la campera puesta. Es su emblema de estos años de adolescencia. Los parches multicolores, que honran a sus bandas de rock favoritas, casi no permiten ver la tela de jean sobre la que están cosidos. Hoy tocan “Los Ratones Paranoicos” y quiere lucir mejor que nunca, según su particular visión estética, por supuesto. Madre añosa, le procuro protección con la mirada, mientras lo imagino, en pleno “pogo”, sobre el piso de cemento del campo del eterno Luna Park. Para los lectores que no sepan de qué va el temido “pogo”, les aclaro que es la forma de celebrar cada canción que tienen algunos adolescentes durante un recital: saltando y haciendo olas; levantando y bajando a algunos de ellos, al compás de la música, lo que deja a los pogueros más machucados que una manzana mal embalada en un cajón de fruta.

El estadio cubierto más tradicional de Buenos Aires, pienso, es como algunas de esas mujeres que me desconciertan en la calle y a las que el vulgo describe con una frase hiper chabacana, pero también muy certera: “Por detrás, liceo, por delante, museo”: joven y viejo al mismo tiempo. Tanto, que mi hijo cree que es contemporáneo suyo y mamá recuerda “como si fuera ayer” el día en que papá tuvo la idea de invitarla a un baile de Carnaval cuando todavía eran novios.

Pero, bien pensado. ¿Quién en esta bendita ciudad no tiene algo que decir del Luna? Su solo nombre desata hilvanes de memoria y teje ahí su propia historia imbricada en la de este país y, más precisamente en la de esta gigantesca Buenos Aires, que nace cotidianamente al orgullo y al dolor de quienes la habitamos.

Cada escalón, cada pedacito de madera, cada chapa esconde algún recuerdo.

Los escalones, digo, hablan del lugar como “El Palacio de los Deportes”. Volley y basquet, tenis, ciclismo y fundamentalmente boxeo se desarrollaron en él brindándonos enormes alegrías. Los miércoles y sábados, el Luna fue testigo de los combates de Monzón y Gatica, Nicolino Locche y Horacio Acavallo o el inolvidable y pintoresco Ringo Bonavena. Tal vez por eso, Edmundo Rivero, en el tango “Te lo digo por tu bien”, reprocha al protagonista, su buena conducta, diciéndole:

“Vos nunca sentistes el gustazo
de ir a ver unos tortazos
en el ring del Luna Park”.


Como si esos tortazos fueran el sello de la masculinidad de un varón que se preciara de tal en los tiempos en que esa invitación a la vida disipada hecha tango fue escrita.

En tanto, los tablones de tribunas y escenarios dicen de conciertos que asombran por el amplísimo espectro de estilos y temáticas: desde Pavarotti a Troilo, de Sinatra a la Negra Sosa pasando por Raphael , Serrat o Sandro y tantos más en un abanico casi infinito de posibilidades. Y lo mismo puede decirse del ballet, que va desde Bejart a Julio Bocca, Plissetskaia y Barishnikov o Nureyev al Bolshoi y a innumerables conjuntos de danzas regionales de Polonia, o Rusia.

Y si cada pieza del techo contara un trocito de lo visto y oído, pasaría revista, sin lugar a dudas, a la reluciente pista de patinaje sobre hielo de Holliday on Ice o al Circo de Moscú, sumados a las más increíbles comedias musicales de Pepe Cibrián y a las óperas y conciertos, que se cuentan por decenas a lo largo de todos estos años.

“¡Tené cuidado!”, le ruego a mi hijo cuando ya cierra la puerta y vuelvo a pensar que “El Luna” da para todo.

Hasta de Cupido ha hecho. En él se flecharon la todavía actriz, Eva Duarte y el general Perón durante un festival a beneficio de las víctimas del terremoto de San Juan. Y también en él celebró su boda un Maradona eufórico y sonriente.

Y hay quienes, como el popularísimo Héctor Gagliardi, se han atrevido a considerarlo padre. ¡Sí! ¡El mismísimo progenitor de la Avenida Corrientes, en concupiscencia con la Avenida Madero!

“Sos hija del Luna Park,
con avenida Madero,
te canto porque te quiero,
banderín de la ciudad…”


A Corrientes, de Héctor Gagliardi

Pero si hablamos de padres, los del Luna fueron Ismael Pace y José Lectoure quienes ubicaron el actual lugar entre las calles Corrientes, Bouchard, Madero y Lavalle y lo alquilaron en 1931 (compraron el solar muchos años después) para continuar con las actividades que habían desarrollado entre 1912 al 15, en Rivera 641 y luego, en el mismo emplazamiento donde hoy se erige el Obelisco.

Luego vendrían los tiempos del inolvidable Tito Lectoure, sobrino del segundo, manager de boxeo durante muchos años y mentor eterno de la transformación del estadio en sala de espectáculos. Su sello de responsabilidad en cada espectáculo todavía perdura y hace que aguarde el regreso de mi hijo con una cierta cuota de tranquilidad: en “El Luna” la organización es todavía responsable, casi como cuando Tito vivía, pienso.

Cuando a la una escucho la llave de Fernando en la puerta de casa suspiro aliviada: no me equivoqué: ha vuelto enterito…¡Qué alegría!

“¡El recital estuvo bárbaro, mami!” dice Fernando. “Ahora les toca a vos y a papá ir al Luna: ¡en un mes toca La Bersuit!”.

Miro a mi marido de reojo, y me pregunto si con las maratones tendremos suficiente entrenamiento como para hacer “pogo”, mientras disfrutamos de nuestra banda argentina favorita.

Sin duda, la magia del Estadio Luna Park tiene cuerda para rato. No en vano ha sido declarado, desde el año 2007, Monumento Histórico Nacional. ¿No creen?

Cati Cobas

1 comentario:

Lola Bertrand dijo...

Bueno, Cati, he venido para ver las fotos de tu maravillosa crónica y ubicarme un poco mejor.
Abrazos del mar.
Lola

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