domingo, diciembre 11, 2005

6- Pelos por dos pesos



Ficticia

16 de Septiembre de 2002

Allá por el noventa y nueve aparecieron en esta cosmopolita urbe unas peluquerías singulares.Las mismas procuraban hacernos creer, siguiendo nuestro argentino estilo de parecer sin ser, que las sufridas porteñas clase media atendíamos nuestras clarificadas testas en los mejores “coiffeurs” del mundo. La realidad era: colorida decoración, con mucho espejo, bonitos uniformes y un precio bajísimo por los servicios de las o los recién egresados de la academia de Laferrere o San Francisco Solano –para los foráneos, dos localidades del Gran Buenos Aires con mayoría de habitantes de condición humilde-.
Uno, tentado por lo económico del corte y el peinado, intentaba la visita a ese todo por dos pesos capilar. La suerte era variada. Si el barbero de turno tenía oficio, se salía más hermosa, y si no lo tenía, trasquilada. Varias féminas se vieron peladas por esos días, pues la mayor ambición de muchas compatriotas fue, desde siempre, volverse blondas a partir del rebelde y criollo castaño oscuro o el más claro pero aún castaño español o italiano color capilar, que deberíamos portar con encarnizado orgullo, según mi modesto y antiguo entender, mientras las canas no lo justificasen. Y ya se sabe, el agua oxigenada y la tintura barata hacen estragos, amables lectores.
Eso sí la globalización y el uno a uno, aportaron a este país acostumbrado a que los extranjeros vinieran a quedarse, una forma de inmigración para nada común, la inmigración que yo llamaría, mercenaria, o al mejor postor.
Irina, fiel exponente de esos inmigrantes, había nacido en Chernobil, tenía oficio y era rubia y sus ojos celestes harían palidecer hasta a la pulpera de Santa Lucía. Pero ojo, rubia natural sin afeites ni milagrosos tintes. Delgadita, elegante, sonrisa de dientes parejitos tenía la “rusita”; ése fue el apodo que le endilgaron enseguida, sin saber que venía del dolor de una tierra arrasada por aquella fisión tan destructiva. Se le veían ganas de pelear la vida, ambición y saber de su trabajo. Sólo contemplar cómo cuidaba sus tijeras y cepillos hablaba bien de ella.
Las clientas comenzamos a vivir su éxito en Átomo Perusino –me olvidé de contarles que todos estos lugares tienen nombres italianos, por supuesto- y doce, catorce horas fueron las que dedicó día a día a su tarea porque el cambio monetario del momento le permitía mandar a su casa un tesoro increíble y mágico a través de sus manos habilidosas y su esfuerzo.
Yo misma, lo confieso, fui su clienta más fiel y respetuosa y además, voluntaria testigo de su éxito. Poco a poco supe de su vida… la hija adolescente que dejó allá lejos, con la abuela, el amor que no fue, esa dulce tristeza indescriptible en su mirada.
Ella también supo de mi historia, aceptó con simpatía el hermoso e infantil enamoramiento inconfeso de mi hijo, peinó con esmero los quinceañeros cabellos de mi hija y ese día, al colocar las flores en los rizados bucles la ví llorar pensando en su Natasha.Irina se convirtió en poco tiempo, en pilar inamovible de esa sucursal de Átomo Perusino despertando la envidia de sus colegas, que en mucho distaban de tener el saber hacer que distinguía a la rusita, además de los cabellos rubios, los ojos celestes y la seductora sonrisa de de parejitos dientes. Era muy fuerte la competencia que ejercía por sola presencia y por el inveterado dominio de tijeras.
De a poco, don Átomo comprendió las ventajas que a su negocio aportarían otras tantas Irinas, la peluquería nos hizo conocer a Natalia, Ivana, Karen y Ludmila.
Nuestras criollitas peluqueras se tuvieron que ir, corridas por la invasión de esta horda extranjera de ruleros, secador y planchita. Sólo quedaron para modestos menesteres como barrer el piso verde manzana o limpiar los vidrios en que podíamos leer permanente, corte, “brushing”, todo a cinco pesos…
Pero un día no hace mucho, fui a cortarme el pelo como siempre. En el lugar de Irina estaba Carmen, del pago del General Urquiza, entrerriana. Y en las manos, Ludmila ya no estaba. Había vuelto Lourdes, la uruguayita. El color le correspondió a Yamila, de Paso del Rey, acá nomás me dijo que venía.
¿Qué se hizo de Irina?, querrán saber ustedes: está cortando pelos en Irlanda.
Ciudadana del mundo era la rubia. Sin ninguna raíz, Tan sólo alas.

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