domingo, diciembre 11, 2005

11-Jamón del medio




Ficticia y Antología Sensibilidades Oro, 2005

12 de Octubre de 2002

Estar en el medio es lo peor, no me digan que no.
Jamón del “sándwich”, lo más rico pero lo que con más gusto se devora. Hijo del medio: tenés que pelear por la ropa y el espacio. De clase media, ciudadano, nadás entre dos aguas, conocés lo mejor, lo más chic, sabés que existen viajes y placeres y tenés cultura para valorarlos, pero resultan inaccesibles; por otra parte, viajás en colectivo o subte, vas al supermercado, mandás a tus hijos a la escuela con otros como vos o menos, conocés bastante de cerca la pobreza. Y en esta crisis que nos toca, tratás todos los días de mantenerte a flote, nadando entre dos aguas, pero sintiendo que la corriente te lleva cuesta abajo por mucho que te empeñes en negarlo.
Y así, jamón del “sándwich”, salí a descubrir la primavera porteña dos mil dos.
Comencé por Florida, mi calle favorita. La caminé despacito desde Avenida de Mayo, donde ni siquiera se llama Florida, sino Perú, en homenaje a nuestros vecinos de continente. La excusa: trámite bancario…el corralito, ¿saben? Florida es hermosa todo el año, pero ahora más, aún con vendedores ambulantes. Las primeras calles hasta la Diagonal son las más tristes, las que están pobladas de argentinos y no tienen canteros florecidos. De a poco los comercios se ven puestos como para los turistas. Ha resurgido la moda nacional y los mates de plata y alpaca los cuchillos repujados, los objetos de cuero, los tapices, brotan por doquier. Hacía muchos años que esos comercios habían desaparecido, pero ahora han alcanzado un grado de sofisticación que no deja de enorgullecerme. La elegancia, en las Galerías Pacífico, con sus hermoso techos que me hablan de pintores como Berni, Castagnino, Spilimbergo, sus pisos de mármol travertino, sus herrajes de bronce y su aire de galerías europeas me hace pensar que ayer nomás éramos Primer Mundo. La fuente del subsuelo se adorna con cisnes de papel maché y los perfumes franceses me envuelven y marean.
Un sueco y un alemán contemplan piezas de rodocrosita -vienen de San Luis- leo en los labios de la diligente vendedora, tan bonita y joven como todas las primaverales oficinistas que se dan una vuelta por ahí para tratar de almorzar con los cinco pesos del vale de su almuerzo. Esas piezas de piedras naturales eran el monumento a la cursilería; sin embargo, las que hoy contemplo son pequeñas maravillas color rosa o verde. De lejos, adivino la fría lisura de su contacto, marmoladas, traslúcidas, muestran una perfección en el diseño y un buen gusto que me hace desearlas, pero me aparto rápidamente del escaparate. Ni sueca, ni alemana. Soy argentina.
Al salir, levanto la mirada por sobre la maraña desordenada de cables que cruza Florida y el cielo más celeste que pueda imaginarse me saluda poniendo marco a cúpulas de comienzos de siglo, a alguna mansarda afrancesada muy visitada por palomas hasta que finalmente, la Plaza San Martín me recibe con su aire más diáfano y perfume a paraísos en flor. Aquí hoy no hay ni rastro de humedad. El Plaza Hotel reboza de extranjeros.La primavera huele bien en Buenos Aires…
Tomo el subte. Debo hacer el recorrido completo hasta Lugano. Un supermercado de productos para la construcción me espera.
En Plaza de los Virreyes trasbordo al Pre-metro. También es Buenos Aires bien al sur, más allá de Pompeya, justo en la inundación. La inundación ya no está. Los terrenos se rellenaron con basura y en la basura hay gente. Gente viviendo en casuchas de lata, de ladrillo mal puesto y peor revocado. Leo: Comedor comunitario…Asistente social de ocho a diez, lunes y jueves…Chiquitos de zapatillas rotas, caritas tiznadas por la falta de agua suben al vehículo. -Llevan guardapolvo- pienso, tratando de animarme. –Tal vez, si estudian…-A pesar de la pobreza, la primavera también se siente por aquí. La naturaleza es generosa y los alambrados que bordean el terraplén del ferrocarril están cuajados de flores lila y campanillas naranja. Vuelan gorriones y el aire es transparente, como el de Plaza San Martín.
Este paseo primaveral no termina de sorprenderme.
Al regreso, mis oídos ensordecen por el rítmico y acompasado redoble de latas y de bombos.Hay unos cien piqueteros que pretenden viajar hasta el centro para hacer llegar su protesta.…”La pobreza huele mal”, alguien me dijo alguna vez. Y yo me escandalicé. Son jóvenes, muy jóvenes. Esos muchachitos que en otra época hubieran trabajado en un taller mecánico o en una obra en construcción y hubieran sabido de la dignidad y el orgullo del trabajo bien hecho con veinte años o poquito más, hoy tienen la piel y el alma curtidas y a casi todos les falta media boca de dientes. Mi impotencia hace que me sumerja en el catálogo y trate de leer en vano….cemento…a tanto la bolsa, ladrillos…
¡Ay! No tengo que llorar, si es primavera.
Recibo con alivio el cartel que me anuncia mi regreso al barrio. Y me dispongo presurosa a huir de tanto dolor. Las calles, con sus techos cuajados de glicinas, jazmines y buganvillas, para nosotros Santa Ritas, me tranquilizan. Hay golondrinas que giran desconociendo pobrezas.
Perfume a jazmines y tilos y muchachitas que salen de un colegio en grupos risueños, desbordando ganas de vivir.
Cada casa tiene un árbol en su frente. Paraísos otra vez, los más fragantes, algunos gomeros que rompen las veredas con sus raíces destructoras y algunos ceibos. Los balcones rezuman alegrías del hogar y rosadas azaleas.
Las vecinas vuelven a casa con lo que han podido comprar para el almuerzo y el diariero insiste en su pregón tan familiar y repetido.
Mi casa me recibe. Los hijos han llegado de la escuela y aguardan ansiosos el almuerzo. Mi jazmín de la China me saluda. ¡Bendita rutina! Estoy a salvo por ahora. Después de todo, ser jamón del medio no es tan malo…

No hay comentarios.: