martes, octubre 23, 2007

150-"Nostalgias del Tiempo Lindo"- Capítulo II de "Las brasas que despiertan"(Apuntes para "Una Historia de Las Dos Orillas")


Parece que la cocina de casa amenaza ya con convertirse en “Destino Turístico Obligado en Buenos Aires”. Eso es debido a los comentarios de boca en boca de quienes la visitan, y prometen volver a esta ciudad para tomar mate en ella, comenzando por la madrina de mis crónicas, la inefable y querida Miriam, por supuesto. Ángela se unió a los futuros añorantes de ese sitio cuando la madrugada del domingo nos encontró tomando mate ahí, mientras charlábamos, animada y cálidamente, como si nos hubiéramos puesto de acuerdo en un único “como decíamos ayer”.

Tuve que reprimir en esa madrugada el impulso de tocarla para ver si era “de verdad” y no “de cuento”, pero luego recuperé esa intención en los muchos abrazos que nos fuimos dando en los días que siguieron al primero: algunos, de emoción, otros, de celebración de mutuas picardías, y aquellos más, de la alegría de descubrirnos mutuamente y comprobar que las células guardan, a veces, memorias imposibles.

Finalmente, y en pos de la conservación de mi matrimonio (a las cuatro de la madrugada mi marido ya clamaba por “un poco de por favor”, como dirían mis amigas madrileñas, porque a las seis debía levantarse para participar en una maratón en la Costanera Sur, a la que le era imposible faltar, luego de la cual se reuniría con nosotras), decidimos hacer “como si durmiéramos”, con el firme propósito de levantarnos muy temprano para cumplir nuestro intenso primer día juntas.

Ese domingo fue el turno del Buenos Aires “de los barcos”, el de la inmigración y los conventillos, el de las calles estrechas y empedradas, el que, tal vez, recibió a Pedro de Mendoza o a Juan de Garay, nuestros empecinados fundadores, y el que con seguridad abrió las puertas a muchos de nuestros abuelos.

¿Cómo describir las emociones? Son instantes para los que una cámara de fotos no resulta suficiente.

La Adelantada traía una misión secreta: descubrir la casa donde su abuela paterna, su tocaya, había nacido. Hacia allá fuimos, en una especie de rito inaugural, en el que se iban enlazando recuerdos inolvidables para mi primo Miquel y su familia, pero desconocidos hasta ese momento por mí. Esa otra Ángela, de la que buscábamos casa natal, vivió, hasta los veinte años, en esta ciudad, donde se formó y educó. Luego, vuelta a la isla de Mallorca, se unió a mi tío Antonio, para convertirse, con los años, en abuela de nuestra Embajadora, alimentando su infancia de malvones y glicinas, con el recuerdo de un mate de plata acriollado, sobre el clásico fogón mallorquín, en una conjunción difícil de olvidar para una niña soñadora como debe haber sido, sin duda, esta nueva sobrina, regalo de la vida.

Fue entonces, precisamente, la casa “chorizo” de esta argenta mallorquina, precursora de la “Causa de Las Dos Orillas”, la primera que fotografió Ángela, emocionada hasta los tuétanos, como podrán imaginarse, mientras, al mismo tiempo, Jorge, mi esposo, traspiraba la camiseta frente a Las Nereidas (fuente famosísima de la escultora tucumana Lola Mora), trotando en la maratón.

Con él, mi sudoroso y agitado cónyuge, nos reunimos en el Bar Británico frente al Parque Lezama. El pobre hacía denodados esfuerzos por mantener el dinamismo que lo caracteriza, pero había quedado un tanto… “apachurrado” tras tres horas de sueño y cinco kilómetros de trote. Ángela y yo, entusiasmadas hasta el paroxismo, no nos dábamos tiempo a saborear todas y cada una de las vivencias que el Barrio de San Telmo nos regalaba en esa mañana de sol.

Los comercios de antigüedades, de los que alguna vez les hablara en la crónica “Vení Conmigo” lucían sus mejores galas en este Buenos Aires 2007 en el que el turismo está en su apogeo. Por la calle “Defensa” no cabía un alfiler; era una maravilla caminar por esas piedras, imaginando a los ingleses que huían luego de su intento de invasión, frustrado por los primitivos porteños.

Sin darnos cuenta casi, nos encontramos en el patio de un caserón antiquísimo, una galería comercial establecida en lo que fue mansión de ricos primero y conventillo inmigrante luego. El cielo azul brillaba en ese patio perfumado donde algunos yuyos brotaban con empecinamiento de los muros, más allá de toda lógica, apostando a la vida en una primavera recién estrenada, cuando, de repente, nuestra viajera dio un respingo: había descubierto un sitio donde se tomaban fotos “a la antigua”. Mi marido intentó sumergirse en el aljibe cercano, pero la mochila le trabó el deseo y quedó a expensas nuestras, con el pavor marcado en el rostro. ¿Él, todo un señor formal, disfrazado? ¡Jamás! ¡Ni aunque fuera para satisfacer la Suprema Voluntad de La Adelantada!

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Podrán los lectores apreciar por sí mismos cuán apuesto quedó mi compañero, ataviado con su atuendo de Embajador 1900, a pesar de carreras, sudores y, sobre todo, de la expresión risueña de los japoneses y alemanes que lo señalaban con el dedo, mientras él iba cinchándose con el disfraz azul y oro. Eso sí, les ruego que admiren la belleza juvenil de la dama de la sombrilla pero ignoren a la matrona descangallada que porta un sombrero digno de mejor causa sobre su testa, porque se ve que la falta de sueño hace más estragos en las señoras cincuentonas que en los nobles corredores de maratón, a todas luces.

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La Plaza Dorrego nos vio llegar muertos de risa por la aventura fotográfica, premiándonos con un tanguito, que nuestra muchacha bailó, en brazos de un gavión bien milonguero y de arrabal, al que logró seguir el ritmo, a pesar de que “nuestra galleguita”* no supiera demasiado del compás del dos por cuatro. De ahí en más, fue el Barrio de La Boca el que continuó hablando de abuelos inmigrantes, pero eso será tema del próximo capítulo.

Cati Cobas

Aclaración: "Nostalgias del tiempo lindo" era el título de una novela "de época" desarrollada en el Buenos Aires del 1900, que hizo estragos en mi adolescencia.

*"Nuestra galleguita" es el título de otra novela emblemática de los argentinos que refiere a la inmigración española de comienzos del siglo XX.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Comentando varias cosas, tengo que decir que mi querido Tío Jorge quedó taaaaaaan guapo con su traje de embajador que si yo hubiese sido tú me hubiese robado el traje para usarlo en "casa"... yo el día que pueda disfrazo a mi Jorge de romano....

Decir también que mi padre se emocionó muchísimo cuando vió en el video la casa dónde nació mi abuela Angela, fabricante de los más preciosos vestidos para muñeca (Nancy) que haya tenido una niña jamás:cortos, largos, con volantes, de Cenicienta, de princesa....

Mª Ángeles Cantalapiedra dijo...

no he podido por menos que una vez leído venirr a ver laas fotos, la sonrisa de Ángela, ya también nuestra Ángela, la que hizo el milagro de crruzar el charquito y ddevolveer uun pedazo de historia mi querida Cati.
Es tan bbonitto lo qque has escritto...

Anónimo dijo...

Cati,
de seguro ni te acuerdas, pero te conozco de Ficticia y ahora de iceberg, donde sigo siendo fiel lectora aunque no participe con escritos.
Que en este caso, no puedo reprimir ni escatimar el contarte cuánto sigo disfrutando con tus caticrónicas, donde la maestría que da la práctica y la ilusión te están haciendo toda una doctora en la materia de emocionar al lector.
Que te sigo, que te deseo lo mejor, y que sé que pronto este extraordinario material será publicado, reconocido y alabado en la medida y extensión que se merece.
Te admiro. Te agradezco la lectura y la emoción. Y que sigas disfrutando personalmente con tu aventura de tener un pie, más que nunca, en cada lado del charco.
Laura