jueves, diciembre 18, 2008

209-Sin embargo...




Yo extraño mi ciudad.
Las luces de mi ciudad.
Su brillo, su resplandor.
No puedo olvidar

“Eran otros tiempos, era otra la historia”, como dice otra canción que supo sonar por acá en tiempos del último Mundial de Fútbol. Ese fragmento pertenece a una que Nacha Guevara cantaba en el exilio, allá por los setenta, pero para mí es la síntesis perfecta y redondísima de lo que un porteño, o, en este caso, una porteña siente por su Buenos Aires.

Las luces de mi ciudad.
Yo extraño ese resplandor.
Que hace que mi ciudad
brille más que el sol.
Es tan lindo San Francisco
pero extraño el Obelisco.

El Obelisco, asomando empeñosamente entre las diagonales, la ronda eterna de los autos en la Plaza de la República, la Avenida 9 de Julio, rosada de lapachos en octubre y azul de jacarandaes en noviembre, me dieron chapa de porteña enamorada de su ciudad, y hacen que esté contenta del regreso aunque haya sido tan feliz bajo otros cielos.

Mi ciudad.
Me voy para mi ciudad.
Las luces de mi ciudad
Me están llamando, me llaman.
Yo sé que Florencia es bella
cuando salen las estrellas,
pero quiero ver el cielo
de las noches de Pompeya.

El cielo de las noches de Pompeya nos trae a Homero Manzi y el Sur melancólico que supo pintar al costado del terraplén, después del paredón . Nos regala los ecos de Malena, de Estercita y de Madame Ivonne, que no pueden sonar auténticos en ningún otro lugar más que en este sur del sur que me pertenece. Crecer buscando a las Tres Marías, cerquita de la Cruz del Sur, acompañada por los grillos en las noches de verano logra que la llanura nos posea para siempre y que hasta la pobreza que rodea a barrios como el que la canción nombra resulte dolorosamente tolerable.

Mi ciudad.
Las calles de mi ciudad.
Su brillo, su resplandor
y esa humedad.

Así, tal como dicen los versos, así siento. Porque el asfalto regado por la lluvia puede oler mejor que el más prolijo césped inglés si se ha nacido en Buenos Aires y los huesos extrañaron en Madrid la muelle blandura de la humedad porteña. ¿Loca? Tal vez. Pero no creo ser la única que así piense aunque la dichosa humedad solo sirva para tener de qué quejarse o se convierta en algo que decir a algún vecino, mientras se comparte la incomodidad de un ascensor.

Yo extraño mi ciudad.
Los locos de mi ciudad
que por Callao ven
la luna rodar.

Quien haya caminado mi ciudad sabrá seguramente de qué van estos versos. La luna puede verse de verdad en la Avenida Callao, la señorial, aquella que nace al pie de las aspas de la Confitería del Molino y muere en Recoleta, regalándonos donaire y savoir faire.

En París hay lindos puentes
pero no es calle Corrientes.

Corrientes, la “hija del Luna Park con la Avenida Madero” (la que nunca duerme, la de las librerías y los teatros, la del Once abigarrado de mercachifles y chucherías, la de la Chacarita, donde Gardel duerme su gloria acompañado por la Madre María y Leguizamo solo, al que le siguen “batiendo” hurras los ángeles de la “popular” aunque ya no monte ningún “pingo”), solamente puede existir aquí, haciéndose cargo de nuestras grandezas y de nuestras miserias producto de los barcos y la tierra.

Mi ciudad.
Me voy para mi ciudad.
Las luces de mi ciudad me están llamando,
me llaman.
Qué bien huelen los jazmines bajo el sol de Andalucía,
pero yo extraño el aroma
que hay en nuestras pizzerías.

¿Dónde se comería una pizza más sabrosa que en esta Buenos Aires tan “gallega” y tan pero tan “tana”? Las Cuartetas, Los Inmortales, Banchero, Serafín…cada porteño tiene su pizzería preferida. De pie, detrás del mostrador, acompañada de un moscato o sentado a una mesa bien servida por un mozo canchero y entrador, comer una de muzzarela con fainá es graduarse de porteño y, perdonen los lectores, pero desafío a aquel que diga lo contrario.

Mi ciudad.
El río de mi ciudad.
Su brillo, su resplandor,
su suciedad.
Yo extraño mi ciudad.
La gente de mi ciudad.
Que nunca se va a dormir
para soñar.

Buenos Aires ha ido cambiando desde que la canción fuera escrita. El río está cada vez más lejos, empujado por los edificios de Puerto Madero, pero lo sabemos ahí, tan marrón como siempre y más melancólico que nunca. Acunando a los habitantes de la ciudad que la recorren aun de noche a pesar de todo.
Los domingos en el Rastro
no son como en el Abasto.
Mi ciudad.Me voy para mi ciudad.
Las luces de mi ciudad
me están llamando, me llaman.

Hasta el Abasto es diferente pero igual se extraña cuando uno está muy lejos. El barrio emblemático del tango, convertido en un barrio “for export” conserva rinconcitos que evocan otros tiempos malevos y tangueros y nos sigue haciendo desear volver a verlo si hace mucho que no caminamos su empedrado.

Sus letreros luminosos
y esos hombres tan hermosos.
Basta de Quinta Avenida,
llévenme a andar por Florida.

¡Florida! La calle Florida es un regalo para el corazón. En domingo, cuando los pasos repican en soledad o en un mediodía de trabajo con su imagen abigarrada y una melodía de Piazzola persiguiendo oficinistas que la recorren apurados en pos de un sándwich y una coca. Florida es el lugar para sacarse la tristeza, para tomar un cafecito “de parado”, para encontrar a los amigos, para detenerse en un kiosko a comprar flores o para soñarse rico en las Galerías Pacífico admirando la fuente y los murales. Florida es abanico de Buenos Aires y su gente. Es inmigración, turismo, aventura, lujo, miserias, familia, mendicidad y todo al mismo tiempo. Pero es, y sobre todo, el lugar donde no hay un solo porteño que se sienta ajeno.

Por todo esto, mi Camino de la Luna Llena debe, imprescindiblemente, culminar en Buenos Aires. En esta ciudad que mi padre y mis abuelos eligieron como sino y a la que amo con todas las fuerzas de mi alma. En esta Buenos Aires tan grande y tan pequeña, tan magnánima y tan mezquina, tan refinada y tan vulgar, que hubiera merecido mejor destino que convertirse en cabeza agigantada de un cuerpo tan menguado por la política y la historia. Porque después de recorrer, aunque fuera brevemente, otros lugares y de haberme afirmado en mis raíces, tengo que declarar, para no traicionar mi verdadera esencia, que…

Antes de que sea tarde
quiero estar en Buenos Aires.
Espérenme, voy para allá.
Yo quiero estar …en mi ciudad.

Cati Cobas

2 comentarios:

Mª Ángeles Cantalapiedra dijo...

Maravilloso texto, Cati Cobas, lo he vivido. Tienes un duende en tus dedos que nos lleva a todos a meternos en tus letras
te quiero mucho

Mª Ángeles Cantalapiedra dijo...

No me quiero ir a valladolid sin dejrte un beso muy grande.
Feliz navidad y no olvides nunca que te quiero mogollón