lunes, diciembre 12, 2005

14-Pizza Party




Ficticia
25 de Noviembre de 2002

Por si les interesa, los argentinos no estamos tan dispuestos a morirnos como algunos piensan. Hay muchas Argentinas, no una sola y en mi mundo ajamonado uno busca ser feliz a toda costa. No es que no veamos, no es que no sepamos, no es que no ayudemos, es esa necesidad de esperanzarse contra toda esperanza, esa violenta necesidad de seguir vivos, de sonreír, de ver lo bueno, aún en las peores circunstancias.
Lo mismo que en todos los tiempos ha contado el hombre…que prevalece en algunos, quizá un poco más sabios. Esa rebelde necesidad de caminar al sol y no en la noche oscura.Luego de estas domésticas disquisiciones filosóficas paso a contarles, que mi párroco barrial y sencillo, buen tipo como no quedan muchos, autorizó a los jóvenes a realizar un ágape para recaudar fondos. Nuestro comedor comunitario necesitaba víveres de modo imperioso.
Pues ¿a qué nos abocamos entonces todos aquellos que colaborar quisimos? A la concreción de un pizza party. Nombre pomposo para tan modesto y parroquial encuentro, muestra fidedigna de lo que no debe hacerse en materia de organizar lo inorganizable.A continuación detallo…
Preparación del alimento
Alguien generoso donó harina y levadura, que las señoras de la honorable Liga de las Madres entre las que no me cuento, repartieron a las voluntarias del amasado, recolectadas entre madres catequísticas, concurrentes a Misa, y vecinas varias, entre las que sí me hallo.
Llevada la harina a casa, las colaboradoras cocinamos las pizzas que, como podrán suponer, fueron devueltas a la iglesia para su guarda hasta el día de la celebración. Podrán imaginarse, amables lectores, la diversidad de levados, formas y terminaciones de las sobadas masas que fueron brotando de los diferentes hogares para morir en el “freezer” parroquial. Pero el objetivo era divertirse y ayudar, así que nadie cejó en su intento.El show:
Todo pizza party que se precie debe contar con animación artística, por supuesto. El curita pidió por el micrófono…A ver ¿quién se anima?
Y se animaron: todo el barrio desfiló para la selección: desde la gordita cantante lírica hasta la banda de rock y la pareja de bailarines de tango del Centro de Jubilados. Que a colaboradores no nos ganan ¿eh?
…¡Llegó el gran día!, o mejor dicho, la gran noche:
La que suscribe fue a parar a la cocina junto a su atribulado cónyuge, que de puro bueno, se ofreció a ejercer de maestro hornero. No quieran mis lectores saber del aquelarre.Los apelmazados manjares fueron surgiendo de la heladera y hubo que transformarlos en honorables y comestibles alimentos. La salsa era tan subdesarrollada como la fiesta. Medio frasco de agua, medio de tomate. Los indios cultores de esta hortaliza se hubieran avergonzado de contemplar en qué se había convertido. Aunque en realidad la salsa no hacía más que hacer juego con el lugar del festín, como estaba en la Iglesia, había sido bien bautizada. ¿Y muzzarela? preguntarán ustedes. No señores, queso fresco y gracias, que de tan fresco todavía mugía. Una verdadera pichincha de los Vicentinos. Las cocineras sudábamos la gota gorda, el maestro hornero, mi marido, se quemaba las manos y maldecía como si estuviera en el Averno y los boy y “girl scouts” no cedían un ápice en su voluntad de apresurarnos para que les entregáramos pizzas al instante. Pero los hornos parroquiales no daban abasto para la multitud de fervorosos pizza-consumidores que aguardaban ávidos, emperifollados en el sótano.
Si. Dije emperifollados. Con sus mejores galas, mis vecinos se habían dado cita. Y el salón, ¡qué decirles del salón!: tablas de madera forradas con papel blanco, globos, guirnaldas y faroles de papel y un escenario que bordeaba lo patético.
Sin embargo. A pesar de la crisis, el entusiasmo era general de cocina a sótano. Saludó el Cura Párroco, se bendijeron las pizzas, a las que a decir verdad ni la bendición del Santo Padre convertiría en algo digno y comenzó la fiesta.
Los del barrio más paquete no comieron, pero aplaudieron estoicamente a la cantante lírica y su “¡Oh sole mío!” También, corrían el riesgo de que le diera por cantar cuando saliera el domingo a la mañana a regar el jardincito. Y no era cuestión de desairar a la vecina.Los entusiastas jóvenes la emprendieron con el rock, y las mismas guitarras que acompañan en la iglesia, fueron empuñadas tan valientemente que más de un oído anciano quedó oportunamente ensordecido. Pero a las mamás y papis de los músicos ni Chopin les hubiera resultado más musical en esa memorable celebración.
Mientras tanto, seguía la gran mayoría devorando y deglutiendo y los de la cocina traspirando y resoplando, hasta que por fin todos se dieron por vencidos y comenzó el baile.No quedó nadie en las sillas, entre otras cosas porque eran tan incómodas que uno, por más que le dolieran los pies, estaba mejor al compás de La Mosca o Los Decadentes que sentado en un banco de iglesia trasladado al subsuelo. Viejos, niños, mujeres todos se dieron a la noble tarea de divertirse, cantar, reír y olvidarse de la mishiadura por un rato.
No se distinguía demasiado entre los bailarines quién comía aún cuatro veces por día y a quién eso tan simple le costaba un poco más. No éramos ni piqueteros, ni gente de Tucumán, ni de Barrio Norte. Éramos sufriente clase media, más o menos ocupada, más o menos educada, más o menos blanca y de origen europeo o mestizo de hace mucho. Había comerciantes, maestras, profesionales, encargados de edificio, plomeros, amas de casa y estudiantes. Todos habíamos conocido mejores tiempos y, tal vez mejores fiestas.
Pero el Comedor nos convocaba y también una imperiosa y desenfrenada necesidad de estar juntos, y así, al compás del Pizza Party, honrar la vida.

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