martes, diciembre 13, 2005

70-De Paellas y ensaimadas



Archipiélago

Tan, tararán, tararán, tan tan, tarairarairarán...Así sonaba el bolero en su boca. Así cantaba mi abuela Isabel, en la cocina, cuando me contaba por enésima vez su mudanza para siempre, mientras estiraba, muy fina, la masa de la ensaimada, untándole manteca en forma generosa, para luego enrollarla y convertirla en ese caracol de espuma que se derretía en la boca.
Isabel se vino para acá sola en el barco, con un cofre de ropa blanca, que era su ajuar y su fortuna. Vino también con cuentos en el alma. Con paellas y oraciones. Con pastorellas y copeos. Y en un atadito, hecho con un pañuelo de seda pintado de claveles, se trajo el mar a esta ciudad de río.
Quería dejar de ser la mayor de ocho hermanos, quería ser ella, por fin, sin continuar siendo madre de siete, eternamente. Quería vivir mejor, y hacerse un camino. Era una pionera. Desde su metro y medio de estatura, mi abuela mallorquina era tan valiente como para romper con todo, y abrirse paso a una vida nueva de este lado del charco, sin más capital que sus dos manos y esos ojos eternamente grises y esos dientes parejitos de sonrisa perfecta. La mudanza le dejó, para siempre, nostalgias incrustadas en el azúcar impalpable que cernía, minuciosa, sobre el dulce manjar que tan bien sabía preparar.
Nostalgias que heredé, junto con la Fe y la capacidad de seguir peleándole a la vida, a pesar de todo.

Por eso, este domingo volví a verla. Volví a la Casa Balear, la casa que reúne a los hijos y nietos de los nacidos en las Islas Baleares. Y ahí, más de veinte años después de la muerte de Isabel, la descubrí, intacta, en las jóvenes que, vestidas de payesas, bailaban al son de la misma música de la cocina de mi casa , en las figuras y las sonrisas de tantos que, como yo, teníamos una mudanza inacabada en nuestros argentos corazones; la descubrí, por fin, en la mágica espuma de la ensaimada, que me sirvieron, como corolario de la más deliciosa paella que comí, desde que mi abuela no guisara más en su cacerola de barro pampeano.

1 comentario:

irene dijo...

Que grande el mundo y que pequeño...Leyendo tus crónicas es como leer algunos de mis recuerdos. Un abuelo catalán al que no conocí y dos abuelas gallegas, que nos hicieron vivir sus historias de emigrantes llegados a Montevideo a principios del siglo XX. Conozco el paisaje, las casas y hasta las calles y los olores de la Redondela natal de la abuela Saladina a pesar de nunca haber estado en Galicia. Debe ser un problema genético lo que hace que en tercera generación vivamos los recuerdos de esa tierra con tanta morrinha. Gracias por escribir y compartir tus y mis recuerdos.