jueves, febrero 23, 2006

83-Carne de Diván


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Esta crónica está destinada a servir como advertencia o consuelo, según como se interprete, de todos aquellos padres que nos angustiamos porque nuestros hijos son el polo opuesto a nosotros, y transitan “caminos tan distintos…”. Quizá, conocer la historia de este personaje nos ayude a aceptar cuando “esos locos bajitos” no se nos parecen todo lo que a nuestro ego le gustaría.
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Liborio Justo, fallecido en el 2003, merecería, creo, el digno título de mi crónica, porque ha tenido una vida de novela, pero de enormes oposiciones a la figura paterna, que harían las delicias de cualquier psiquiatra de fuste y de más de un pelafustán o pelafustana, como quien esto escribe, también.
Llamarse “Liborio” no es poca cosa ni hoy, en el 2006, ni hace ciento cinco años, eso sin duda. Quizá por tal razón, el personaje del que me atrevo a “croniquear” hoy, eligió dos seudónimos para marchar por este mundo: “Lobodón Garra” y “Quebracho”, ambos rotundos y contundentes, como para que a su papá, el general Agustín Pedro Justo*, no le quedara duda de que tenía un hijo en franca rebeldía.

El patronímico Liborio, remite al abuelo materno, el general Liborio Bernal, que supo participar de la conquista del desierto, y lo marcó sin duda, ya que ese abuelo “maragato” -oriundo de Carmen de Patagones- así como toda la rama materna, llevaron a Liborio a recorrer el sur argentino tanto en barco como a pie, luego de abandonar la carrera de medicina, y a escribir su libro "La Tierra maldita. Relatos bravíos de la Patagonia Salvaje". Para hacerlo, se transformó en “Lobodón Garra”, refiriéndose a algún imaginario y feroz dinosaurio patagónico, de los muchos que Liborio diera en describir en sus cuentos fantásticos. O sea que el muchacho, rebeldón, ya venía metiendo miedo desde la inocente faceta de escritor.

“Quebracho”, seudónimo empleado para dar batallas en lo político, remonta a los bosques chaqueños donde Liborio incursionara, y permite presumir, a quien lo analice por analogía con la madera de ese árbol, que Liborio podía romperse, pero jamás doblarse. Otra manera de decirle a su papá: “viejo, vos serás un general que simpatiza con Sajonia, pero yo soy duro como el árbol, y me voy a volver… ¡trotkista!”.

No quiero imaginar los patatuces que debe haber tenido Justo padre cada vez que Liborito se le plantara en franca oposición.
Siendo el General presidente, nuestro protagonista, que por entonces frisaba ya los treinta, y debía haberse dedicado a dar lustre a sus orígenes “tradicionales”, había conseguido una beca y andaba por la Norteamérica de Roosevelt fotografiando, en impecables imágenes, llenas de sensibilidad, toda la crisis que aquejaba a aquel país. Dicho sea de paso, hace poco pudimos ver aquí esas fotos, que son una muestra de lo inteligente y sensible que había salido nuestro protagonista.
Pero no se conformó con eso, y mientras papá Agustín recibía a Don Franklin Delano en la Cámara de Representantes, Quebracho se parapetó en un palco, y gritó cuatro palabras que resonaron contundentes, mientras eran retransmitidas por radio a todo el Continente: "Abajo el imperialismo yanqui". Hecho que le valió que el papá lo pusiera preso, y después, tratara de confinarlo en una de las estancias de la familia, a ver si sentaba cabeza el Lobodón y se le achicaban un poquito las garras.


Los progenitores de Liborio, mientras tanto, no se privaban tampoco de contribuir a que su retoño mejorara la salud mental, porque para dar pasto a mayores traumas en el hijo, se cuenta por aquí que el General tuvo por amante, cuando ya era sesentón, a una treintañera de la sociedad, y que Ana, su también maragata esposa “legítima”, puso como condición para no dejarlo plantado (sumando al bochorno de Liborio en el Congreso, el oprobio de un divorcio -algo que para la época y la pacatería nacional era inadmisible-), que el General llevara a toda la familia a pasear por Europa. Don Justo le hizo caso, aunque parece que se las ingenió como para citarse con la amante, a escondidas, en cada ciudad importante, poniendo los pelos de los miembros de nuestra Cancillería en estado de erizamiento permanente. Como para que Lobodón no se pusiera loco al contemplar tanta hipocresía delirante.

Lejos de someterse, Liborio continuó toda su vida haciendo lo que le pareció mejor: escribiendo y militando en la izquierda más izquierdizante mientras esas fueron sus convicciones, pero plantándose en contra del “Ché” Guevara si le vino en gana, sólo fiel a sí mismo. Con lo que le fue quedando de la herencia, se dio el gustazo de ser su propio editor, y hasta se permitió juzgar las conductas de los escritores argentinos supuestamente más comprometidos en su libro “Cien años de letras argentinas”.
Amigo confeso de Horacio Quiroga y Elías Castelnuovo y enemigo literario e ideológico de Cortázar, al que consideraba de derechas, murió a los ciento un años, virgen de dobles mensajes, ya que hasta le envió a Rosendo Fraga, biógrafo de su padre, una carta con “sus verdades” desmintiendo, en gran parte, la postura benévola que había tomado el historiador al narrar la vida de nuestro ex-presidente. Parece que Quebracho fue bastante convincente, porque al morir, el mismo Fraga le dedicó un artículo en el que le reconoció muchos valores, pero, sobre todo, el de la integridad.

Tal vez, si Don Agustín y Doña Ana hubieran hecho terapia…

Cati Cobas


*Presidente argentino 1932-1938. Presidente durante la Década Infame. Fue un gobierno conservador en lo social y político, pero liberal en la economía. En ese período fue muerto el Senador Bordavere en el Congreso, al interponer su cuerpo en la trayectoria de una bala que iba dirigida a Lisandro de la Torre por el tema del comercio de carnes con Gran Bretaña.

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