martes, diciembre 13, 2005

19-Caticrónicas Marplatenses I



Ficticia
2 de Febrero de 2003

Hace apenas unos días me despedí, amables lectores, porque había llegado para mí la hora de unas merecidas vacaciones.
Lamento comunicarles que, salvo una breve estadía en la Banda Oriental, no he salido del territorio de mi patria, por lo menos con el cuerpo, que con el alma he recorrido en muchas noches de insomnio de Notre Dame al Coliseo y del Big Ben a La Sagrada Familia, para algo una estudió, aunque ahora se dedique a menesteres menos arquitectónicos. Esa es la razón por la que no puedo comparar Mar del Plata con Miami, Biarritz o Cozumel. Para mí el mar es siempre frío y ventoso, pero es mío y partir hacia él constituye una dicha inenarrable.
El viaje
No los voy a abrumar con los preparativos, harto sabido es que para una familia tipo…tipo complicada si las hay, no es tarea fácil liar bártulos y mucho menos resolver un operativo digno del agente 007, ya que dejábamos en Buenos Aires abuela, cuidadora, gata, plantas y una obra en construcción, que a enredados no nos ganan.
Así que cuando mi atribulado cónyuge, mis párvulos y yo, abnegada esposa madre e hija nos encontramos en la Ruta 2 el corazón nos estallaba de alegría. Quince días sin obligaciones, sol, mar, descanso… ¡qué felicidad!
Mar del Plata dista de Buenos Aires cuatrocientos kilómetros de llanura pampeana. Muchos campos dorados de girasoles florecidos, otros de maíz, y cientos de kilómetros de pastura con las Holando Argentina y las Jersey alimentándose tenaces. Algún bosque, varias lagunas desbordadas y muchos campos arruinados por inundaciones fueron el panorama que nos acompañó. Al cruzar el Río Salado, la estancia La Raquel, que había sido de Felicitas Guerrero nos regaló, como siempre, su presencia de castillo de cuentos, en medio de la nada, nos habló de un país tan lejano en el tiempo, de una Argentina tan pero tan distinta de la que hoy nos toca participar.
Ese paisaje pampeano, verde y horizontal sólo se interrumpió para un breve picnic a mitad camino. Picnic que se hicieron con nosotros los tábanos y mosquitos que habitaban el lugar. La sangre porteña debía resultar mas grata al paladar que la de los oriundos de la zona.
Intentar tomar mate a los manotazos es algo que no recomiendo, desde ya les informo que sostener una medialuna en una mano y el termo en la otra mientras se baila algo como el Aserejé para ahuyentar los insectos lo deja a uno en situación tan ridícula que lo único que se logra es ver a la adolescente hija sumergida debajo del asiento trasero del vehículo que nos porta. En cuanto al niño, no lo sabía alérgico a los tábanos pero arribó a la Perla del Atlántico lleno de ronchas coloradas. Eso si, estábamos de vacaciones, lo cual en esta época constituye un privilegio considerable, así que ¡a no quejarse muchacho!

¡Qué lindo que es estar en Mar del Plata!
Así comenzaba una canción de la época de oro de esa ciudad.
Eran los sesenta y setenta cuando las señoriales casonas se vieron abrumadas por el avance de la clase media y sus pajareras, pequeños departamentos de uno o dos ambientes a lo largo de la Avenida Colón y aledaños, que aportaron a la ciudad un turismo popular y multitudinario conservado hasta el uno a uno.
Esos años los “habitués” de la ciudad se redujeron infinitamente y el lugar se convirtió en reducto para personas de edad muy avanzada para decirlo con elegancia.
Todos a Brasil o a Miami, o al Caribe. Claro que ya no se puede y entonces, el departamentito que los nonos conservaron, vuelve a resultar simpático a la hora de evadirse de un año tan complicado.
Para mí, que me mantuve fiel a la ciudad, la multitud retornada constituye una alegría a pesar de los contratiempos que acarrea, me parece algo bueno que volvamos un poco a lo nuestro, aunque me agradaría mas si fuera una decisión tomada desde el amor al lugar y no desde la crisis. Sea como fuere estaba todo colmado por una humanidad ávida de vivir, de gozar las delicias cosmopolitas de La Feliz.
Nuestro nidito queda precisamente en un cuarto piso a la calle sobre la avenida que honra al descubridor de América, siempre que no comencemos con esa historia de los vikingos. No quieran saber ustedes el descanso logrado a partir del concierto de motores, bocinazos y alarmas que suenan día y noche. Claro que vinimos dispuestos a descansar, así que la familia en pleno decidió ignorar la contaminación auditiva o por lo menos contrarrestarla con una mezcla de pop y rock correspondientes a nuestra niña y al muchacho respectivamente. Les cuento que mi marido, ya a esta altura después de tanta llanura, tábanos y ruido comenzaba a pensar que tal vez su estimada suegra lo estuviera necesitando en Buenos Aires.
Pero no, todo estaba bien y debimos iniciar el ritual diario de caminatas diurnas en pareja, playa en familia y paseos varios por la noche.
Lo mejor del veraneo
Deberán saber, estimados lectores, para realizar una adecuada composición de lugar que en nuestro caso, los niños, han llegado a nuestra vida a una edad… ¿improcedente? ya que nuestros coetáneos, si no lo son , están muy próximos a ser abuelos y, por nuestra parte, como además de nuestro hermoso querubín, somos padres de una muy mona señorita que estrenó los dulces dieciséis nos vemos precisados a combatir día a día los deseos de apoltronarnos para continuar la lucha por la vida a tope como dirían en la Península Ibérica. Así que luego de verificar que dos adolescentes pueden roncar en medio de un terremoto, decidimos hacer lo correcto, o sea, estoicamente: ocho de la mañana: zapatillas y a moverse.
Les aseguro que en Mar del Plata uno camina con deleite. Ya sea por La Rambla con su luz diáfana, ya por La Perla, con su parque de rocalla y el monumento a Alfonsina Storni, tal vez por el Boulevard Marítimo, ese mar violento golpeando en las rocas, deshaciéndose en espuma realmente embelesa.
La costa está flanqueada por “chalets” de piedra color arena cortada de forma rectangular y colocada de manera característica de la zona. Todos tienen teja colonial española, mucha madera y unos jardines hermosísimos con vastos parques de césped y flores a granel. Esas casas contrastan con algunas torres bien realizadas y otros mamotretos de pésimo gusto que nunca debieron ser edificados. Pero ¿qué sería de esa ciudad si todo fuera tan perfecto, tan planificado? Hubiera perdido su esencia de ser argentina.
Además, la frutilla del postre el Barrio Los Troncos junto con la zona de La Loma regalan al caminante la misma imagen que los “chalets” costeros pero incrementada por la riqueza de una época que ya fue y que los tiene como íconos en una geografía tan singular de ondulaciones y rocas al borde el mar pero en medio de la pampa.
Resumiendo: boulevard arriba, rocas para abajo, mi compañero de aventuras y yo disfrutamos mucho esos ratitos robados a la vida familiar coronados por un cafecito en La Boston, contemplando si cansarnos la ciudad serena a esas horas.…Lo bien que hacíamos, porque al regresar a casa…
Continuará

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