jueves, agosto 16, 2007

141- Erizada y Arrugada

Hace siglos que no escribo una crónica catártica. El tiempo ha moderado mis impulsos y, además, por respeto a ustedes, mis lectores, procuro variar de tema, pero esta vez es imposible no mirarme el ombligo del modo más repugnante. Me queda el consuelo de reflejar, con mis conceptos, los sentimientos de aquellas coetáneas que suelen leer mis peripecias.

Sucede que en dos días deberé asistir al cumpleaños de la nonagenaria tía Isabel y, dado que una no se encuentra muy seguido con toda la familia política (la menos política de todas, como ya se sabe) en pleno, decido que debo cambiar la peluquería barrial donde suelo atenderme, por otra muy renombrada, en Barrio Norte, con la peregrina idea de que los estilistas que allí trabajan puedan modernizar mi testa. Craso error, les advierto desde ya.

Llego a una de esas peluquerías acostumbrada a Beto, el coiffeur del “rioba”, que, aunque como dice mi primo Sebastià, una está casi segura de que ha decidido “salirse del armario” o, tal vez por eso precisamente, nos corta el pelo de manera tal que en casa y con cuatro ruleritos, más o menos podamos peinarnos y andar por la vida con mediana dignidad.
En lo de Beto, para “recepcionarme” está Clara, la manicura-depiladora-maquilladora-cobradora y cebadora-de-mate, que, mientras me cuenta las últimas novedades de la panadera de enfrente, me pone la bata y sanseacabó: ¡a las manos prodigiosas del jefe, que la dejan a una con ese ligero aire de los años sesenta que tan bien sienta!

Pero ese día una quiere estar moderna, minimalista casi. Y cuando las delgaditas y elegantes recepcionistas la tutean y, mirándola con nariz respingona la mandan ponerse la bata, una ya comienza a sospechar que la faena viene accidentada. En esos lugares hay un responsable para cada cosa y cientos de empleados, así como un orden sucesivo, que remite a Chaplin en “Tiempos Modernos”: primero, el colorista, que nos quema el pelo con la tintura y una lámpara que ya la querría algún antiguo miembro de la Triple A para ejercer torturas; luego, el que nos baña el cabello con la crema para suavizar el desastre que el del color nos ha hecho hasta que, finalmente, le llega el turno al del corte y el peinado.
Ahí sí que comienza el sufrimiento. Me atiende un jovencito parecido a Johny Deep, pero sin parche, el cabello largo, sujeto con dos bandas de pelo sobre la coronilla. Me espeta, muy decidido y con un cierto asquito imposible de disimular: ¿Querrás un cambio? ¿No? Como si una estuviera viniendo de una estancia de varios años con algún lama tibetano, por lo menos. Y una le dice que sí, que quiere un cambio, verse un poco más actual, si se pudiera. Claro que olvidamos recalcarle que sólo “un poco”, con lo que el recién salido de Piratas del Caribe toma sus tijeras y navaja y comienza a revolotear en torno nuestro, mareándonos. ¡Volvé, Beto, te queremos! Late el corazón temblando por el resultado, cuando el morocho toma secador y cepillo y comienza a golpear el cuero cabelludo para airear el peinado. Empiezo a sospechar que este jovencito disfruta con los cachetazos: una sacudida por acá, un golpe de cepillo, por allá. Finalmente, cuando considera que su genial creación está finiquitada, toma un espejo, y colocándolo de forma que también pueda observar el resultado en la parte trasera de mi cráneo, pregunta:…¿Yyyyyyyyyyy?

Y una… ¿Qué le va a decir? Lo que se observa es lo mismo que se produce en mi cabeza cuando mi Fernando anuncia que quiere ir a un recital de La Renga, que tendrá lugar en el Estadio Mundialista de La Plata, a una hora de viaje por autopista, un día domingo, en época de clases, a las doce de la noche, en pleno invierno polar: un cabello absolutamente erizado. Erizado y lacio al mismo tiempo, con todas las puntitas hacia arriba, coronado por un “plumeroso” flequillo sobre la frente, que aumenta mi ya de por sí considerable apéndice nasal, no menos de varias pulgadas. Pero moderno y minimalista como pocos el peinadito, eso sí. “Mi - fu” es todo lo que sale de mis labios: para más no me da el meollo.

Camino hacia la caja comprendiendo el por qué de tanta diversificación en los trabajos en este tipo de comercios dedicados al servicio capilar. Cuando a una, en Parque Chacabuco, la atiende el mencionado Beto, la responsabilidad es suya y sólo suya, mientras que aquí, no se sabe si el desastre debe atribuirlo al colorista, al que le bañó la cabeza con la crema o al pirata metido a modernizador de cabezas imposibles.

Pago, horrorizada, la factura que la pimpante jovencita me extiende, y me digo a mi misma que el sábado iré a ver a mi antiguo peluquero sumamente compungida, a ver si puede devolverme mi imagen de Farrah Fawcet del subdesarrollo barrial, diciéndome que no son para mí tamañas modernidades dos mil siete.

Pero ahí no termina la cosa: Necesito una blusa. Algo elegante, pero actualizado, que no marque “redondeces”, pero que tampoco parezca una prenda contemporánea de Zully Moreno. Encuentro en seguida (a esa altura me conformaba con muy poco porque había quedado tan agotada que lo que más deseaba en el mundo era volver a casa) una preciosa camisa gris de raso, con cintas y puntillas que me sienta de perlas, a Dios gracias.

“La llevo”, advierto a la amable vendedora. La chica toma la blusa y comienza a retorcerla sobre si misma como si estuviera quitándole el agua luego del lavado. A continuación, la anuda dos veces y coloca el bulto resultante en una bolsa coquetísima de color negro con letras coloradas. Horrorizada doy un respingo: ¿Qué hace con la blusa, señorita? ¡Bastantes arrugas pueblan ya mi frente, como para que una prenda nueva usted me la arrugue de ese modo!

La respuesta fue el remate para un día difícil: “Me extraña, señora… ¿No sabe que la ropa arrugada es el último grito de la moda?”

Llego a casa alicaída, erizada, y con una hermosa blusa de raso hecha guiñapo en una bolsa roja y negra, pero con la feliz convicción de que pronto conseguiré un trabajo nuevo:


En el Museo de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia están preparando una exposición sobre dinosaurios, y estoy segura de que pasaré el “casting”, ganándolo por varios cuerpos.


Cati Cobas

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Vengo a tu Blog , Cati para dejar constancia de que esta caticrónica es una de las nás divertidas que te he leído, espero que nos cuentes el cumpleaños de la tia Isabel
Abrazos desde Asturias
Lola

Anónimo dijo...

delicioso, los añoraba y los dibujosa están geniales.
un beso desde tu 2º tierra
ángeles cantalapiedra

Anónimo dijo...

Hola Cati, está rebuena, falta tu foto, jeje, recién llegada de la experiencia...
Besos, feliz cumple de Isabel, si todavía no lo fue.
Miri