domingo, febrero 12, 2006

82- ¡Ay, Carmela! -Caticrónica familiar

Grupo Iceberg nocturno
12 de febrero de 2006



No, ¡qué va! No me he convertido en Carmen Maura, ni me ha contratado Saura, el cineasta, para actuar en ninguna película.
Es que Carmela irrumpió ayer en mi vida, y me ha convertido en “tía-¡abuela!”. Es algo muy fuerte, queridos lectores. El escalafón familiar me va empujando de a poquito al pozo. Aunque todavía está viva, en la familia de mi marido, así como en la mía, toda una generación de octogenarias tías abuelas fascinantes por sus ganas de vivir, esto de adquirir un “abuelazgo”, aunque sea en condición de tía, es algo que necesitará dos o tres dosis de bicarbonato para ayudar a digerirse.

Pero, a pesar del título que me ha endilgado con su advenimiento, estoy feliz. ¡Debieran conocerla! Es rechoncha, sonrosada, con unas mejillas redondísimas y unos ojos enormes abiertos de par en par -la verdad, los niños nacen cada día más despabilados-.

Carmela es una hermosa nueva, una señal de que el ciclo continúa, a pesar de terremotos y tsunamis. Es la “buena noticia”, el primer pimpollo de una nueva era. Mis hijos ya están grandes, mi madre se irá, tal vez, en un tiempo no lejano, y este amor recién estrenado me entusiasma y trae un hálito de vida.

La contemplo, y me veo con Karina, su mamá, en un teatro, aplaudiendo a Pipo Pescador o soplando velitas, en un cumpleaños inolvidable. Recuerdo aquella función de la escuela en que me ardían las manos de aplaudir a mi sobrina cuando la vida aún no me había regalado hijos propios, y ella era una alegría robada de a ratitos.
Me maravillo con mi sobrino Guillermo, el cordobés, un psicólogo que sueña con ser actor, un papá de la nueva generación, que se honra en cuidar a su beba mejor que una mujer. Disfruto enormemente al ver a mis hijos deslumbrados, de ternura, con la nueva integrante familiar, mientras Jorge, mi marido, contempla la escena.

Y finalmente, tomo a Carmela entre mis brazos, y me entrego a ella imaginando las nuevas Navidades, los nuevos cumpleaños, con una alegría diferente, la de tener la certeza de que todo vuelve a comenzar.

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