martes, diciembre 13, 2005

51-Agujeros negros




Ficticia y Sensibilidades


14 de Mayo de 2004
Mis estimados lectores: cumplo en informarles que, urgida por la necesidad de abandonar la mirada umbilical que me adjudican, y a pedido de algunos, he decidido ascender por mi machucada humanidad, para dejar de concentrarme en mi ombligo. Hoy les hablaré de mi boca.
Ya quisiera yo contarles acerca de La Boca, pintoresco barrio de esta Buenos Aires que me alberga. Actualmente pletórico de turistas, que disfrutan de sus empedrados, sus barcos abandónicos y los resabios de donaciones maravillosas, como la Escuela Museo de Benito Quinquela Martín, con sus mascarones de proa y sus coloridos murales. Dicho sea de paso, este edificio merecería, sin duda, que la destinataria de la donación, o sea la Municipalidad, dispusiera algo de vil metal a efectos de conservarlo. Ruego, en este caso, demás no está decirlo, que nuestro Intendente sea ficticiano, y obre como Aníbal, el responsable, aunque a veces, merecería ocultarse tras los seudónimos de Daniel, el travieso o de Inventado.
Tal vez, preferiría hablarles del club Boca Junios, aún siendo hincha de San Lorenzo de Almagro, o de la boca del Riachuelo que en tiempos del Capicúa soñó con ser nuestro MiniTámesis para continuar convertido en nuestro Mini-monumento Hídrico a la Chantocracia (lo de hídrico es un decir, en realidad, porque cuando paso cerca, dudo sobre cuánto hidrógeno y oxígeno lo compongan).
Pero no. No es de esas bocas que hoy les cuento. Hoy voy a hablarles de mi boca, y, a través de ella, de la boca de la inmensa clase media argentina, ya que los muy pobres corren el riesgo de comenzar a nacer sin esa parte de su anatomía. Es un concepto harto conocido que todo lo que no se usa, se atrofia (y si no que lo diga la esposa de mi primo Pablito).¿Pues qué le pasa a esta mujer? Dirán ustedes. ¿Qué me pasa? En un libro titulado “Mujeres de cincuenta”, se decía que, junto con el colágeno y el botox había que pensar en el presupuesto del dentista, porque en muchos casos, es la época de pérdida de piezas dentales. Cuando leí tales informes, la verdad dudé, pero mi pobre boca está comenzando a amenazar con la desaparición de algunas de ellas. No conforme con asistir impávida al descenso de anatomías personales varias, como corresponde a la década que transito, contemplo horrorizada, el descenso de mi blanca dentadura y eso, después de tres ortodoncias y una vida consagrada al consultorio odontológico, ya resulta intolerable.
La responsable de mis dientes fue la doctora Elena. Mujer dulce, suave y delicada para trabajar, si las hay. La conozco desde joven, y asistí al nacimiento de sus hijos. Enrique y Germancito correteaban por el consultorio balbuceando, y llenaban la sala de espera con los sonidos de pelotazos varios contra la pared del patio en su casa de Parque Patricios. Años después, pude deleitarme con sus baterías y guitarras eléctricas, que amortiguaban el zumbido del cruel torno de su progenitora. Los costos eran accesibles, y siempre pude lucir una dentadura digna…digna de Mister Ed, pero derechita y sin caries.Ahora, en la puerta hay dos chapas y una de ellas anuncia que Germán es colega de su mamá. Deduzco que, por su especialidad, será el encargado de atenderme. Una mañana pido turno. Es un joven buen mozo y correctísimo.
-Cati: esta muela va a tener que irse y ese puente que mi mamá te puso, tiene ya veinte años.Comienzo a temblar como una hoja.
-Además, para reemplazarte las piezas y no dejarte agujeros, debería realizarte unos implantes.-Decíme, Germán-, le contesto con la voz en un hilo -¿No podría ponerse una prótesis, unos dientes con ganchitos, como usaban mi mamá y mi abuela?-¡Nooooo Cati! me responde asombrado: -¡te arruinaría el resto de las piezas!- -¿Cuánto, Germán, decíme? ¿Cuánto cuesta lo que querés hacerme?
-………………..mil.-La respuesta me deja sin palabras…y tengan en cuenta que menuda fajina es dejarme sin palabras a mí, precisamente. Me pregunto por qué no lo estrangulé con la manguera del suctor el día en que, por distraer a su mamá, ésta terminó clavándome la anestesia, en el lugar equivocado.
Trato de calcular cuántos meses debería trabajar mi marido para que yo pueda recuperar una sonrisa elegante y apelo a mis conocimientos de arquitectura:
- ¿Y un paladarcito que actúe como puente? Antes se hacía…-, sugiero. Germancito me mira como si tuviera delante a una miserable, a una pobre de toda pobreza. Y me despide con un beso cariñoso aconsejándome que averigüe con algún colega. Todos responden con un espíritu de cuerpo indoblegable.
Ahí caigo en cuenta, de la razón por la que, en mi último encuentro con mis compañeras de universidad, casi todas ostentaban en sus fauces, algún agujero negro digno de la mejor galaxia. Pienso que yo también deberé ostentarlos, porque lo que pretendo, nadie quiere hacerlo. La odontología ha adelantado siglos luz, pero sólo pueden pagarla las estrellas de la tele y los funcionarios públicos. Quiero desaparecer en el espacio, en el Universo, para no dramatizar. Mi caso no es aún tan grave. He visto no hace mucho, tres maestras de escuela con las bocas casi vacías, lo que me resulta inconcebible y tristísimo, les aseguro. Comprendo entonces por qué mi boca, y la de muchos compatriotas jamón del medio se ha convertido, en el país donde se formaron generaciones de excelentes dentistas, a partir del dos mil dos, en un Cosmos poblado de negros agujeros.
Pero no cuenta Germancito con mi espíritu indomable que, espero, se contagie a muchos compatriotas…
…………………………………………………-Rosalía: ¿Salió bien Carlos de la operación, verdad? Me alegro ¿Tu esposo era mecánico dental, no es cierto? ¿Volvió a trabajar? Mirá, yo sé que antes él no atendía gente para prótesis, pero los tiempos han cambiado… ¿El lunes a las nueve? Bárbaro-.En un tiempo les cuento y si quieren les facilito la dirección de Carlos.
Si me va bien, lo postularé como "El Titán en la lucha contra los agujeros negros en las bocas de la clase Jamón del medio argentina".

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