martes, diciembre 13, 2005

53-De Menéndez y de Hurtados (Desventuras "catiquísticas")



Ficticia y Sensibilidades
22 de Junio de 2004

Imagino que muchos de mis lectores pensarán que dedicar algunas horas a desempeñarse como catequista es, por lo menos, anacrónico. Algunos verán en ello, el símbolo de viejas estructuras, otros criticarán a la Santa Madre Iglesia con el Papa y la Inquisición incluidos. Mi explicación de tanto esfuerzo es bien distinta.
Nieta de una mujer que vivió sus últimos diez años sin poder caminar, pero creyendo a pie juntillas, que el buen Jesús lograría ese milagro, recibí el don de la fe desde muy chica y, gracias a Dios, no lo he perdido. Como son muchas las ocasiones en que sólo ella me sostiene, me produce una enorme alegría, compartir esa certeza, en una parroquia, cuyo párroco, está más cerca de los tiempos de las catacumbas, que de los oropeles vaticanos.
Es por eso, que los sábados por la mañana, durante los últimos dos años, he venido acompañando en el camino de la fe, a un grupo de Catequesis Familiar. Debo destacar que, en ese camino, y sin comerla ni beberla, mi estimado esposo, estuvo presente de maneras diferentes: a veces, quedando en casa para apagar incendios y otras, en las reuniones, bostezando con la debida discreción.
Este sábado, todos vieron sus esfuerzos coronados y yo, casi termino presa.
¡Ah! ¡Ya sienten curiosidad! ¿No es cierto?
Mi Parroquia, Santa Isabel de Hungría, de los Padres Palotinos, es bien de barrio. Ni muy grande, ni muy chica. Una iglesia mediana, jamón del medio entre dos monstruos: San José de Calasanz, de los Escolapios y Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa, de los Agustinos, creo.
María Elena, la coordinadora, una señora cálida y paqueta al mismo tiempo, estaba preocupada. Quería que todo funcionara con aceitados engranajes durante la ceremonia, tal como se hacía en las iglesias que nos rodeaban. No íbamos a ser menos, aún siendo mucho más humildes. Y ahí, justo ahí, aparecieron mis brillantes soluciones.Haríamos un plano de los bancos, igualito que en el cine, y asignaríamos uno a cada familia. Prepararíamos la lista, y sortearíamos los lugares, para que nadie sintiera preferencias en la Casa del Señor. Tuvimos que realizar muchísimos controles porque había apellidos que se repetían. También, algunos malabares, debido a la existencia de familias ensambladas, a las que no quisimos causarles desavenencias. Pero llegó el gran día, y estaba todo tan controlado, como si el mismo Chapulín se hubiera ocupado del acontecimiento.Me vieran ustedes…Con mi poncho de lana de oveja pampeana al hombro, a guisa de chal, ultima moda por aquí, y carpeta con ubicaciones en la mano, acompañando a cada uno a su asiento. Estaba verdaderamente orgullosa de mi obra. A las cinco de la tarde menos dos minutos la cara de mi jefa resplandecía…
En ese momento comprendí que algo no andaba. ¡El primer banco, asignado a la familia de Carla Hurtado estaba ocupado por mujeres desconocidas! ¡Qué sofoco!Poncho al hombro, zapatos incómodos, partí rauda a preguntar: ¿Son ustedes los familiares de Carla Hurtado? Yo conocía a la familia Hurtado: eran papás de mi grupo y ninguna de las ocupantes del privilegiado lugar se les parecía ni remotamente. Mientras el Padre Juancho avanzaba por la nave central, yo trataba de que las usurpadoras abandonaran el sitio por propia voluntad y de manera discreta, ya que, a lo lejos, divisaba a los legítimos Hurtado que llegaban sobre la hora, con sus mejores galas. La que parecía ser la madre ocupante del asiento, me respondió que ellas eran la familia Hurtado y que de allí no las movía ni Juan Pablo II con toda la corte celestial. El coro entonaba un canto de alegría y los chicos avanzaban en alba e ingenua procesión hacia su lugar en el altar de nuestra iglesia mientras me retiraba, como perro apaleado, sin poder solucionar el tema.
La Celebración dio comienzo, pero no podía concentrarme.
Los Hurtado vinieron a mi lado, reclamando auxilio, y a mí no me sobraba ningún banco. Recorrí una y otra vez mi estudiada lista, hasta que comprendí la cruel realidad: las Hurtado del primer banco, nave central, debían ubicarse con los Menéndez de la quinta fila, contra la pared, según el legítimo sorteo. Doña Hurtado madre, que no había asistido a Catequesis y era, por lo tanto desconocida por todos, no había querido sentarse junto a Don Menéndez, su ex esposo, el catecúmeno, y aprovechando la repetición de apellidos, había hecho uso del banco de la verdadera familia Hurtado.No suelo dejarme vencer tan fácilmente, y cuando se produjo un remolino de padres, en el momento en que el Párroco permitió que se acercaran al altar, para fotografiar a sus vástagos, reemprendí una nueva intentona de desalojo, acompañada por la señora Hurtado, adjudicataria del banco, envuelta en gasa turquesa. La otra Hurtado ni mosqueó. Es más, comenzó a levantar la voz, razón por la cual debimos desistir del nuevo intento.
En resumen, los Hurtado auténticos estuvieron de pie, los Menéndez en su sitio y los Hurtado usurpadores no se movieron del banco usurpado, pese a mis improperios visuales y miradas fulmíneas. Todo esto, combinado con los cánticos, los chicos de blanco, la emoción del momento. Y con mi pobre marido que trataba de contenerme para que mantuviera la cordura y la elegancia propias de una representante del Señor y no fuera a dar con mis huesos en la comisaría.
Creo que de este episodio debo aprender sin duda, que ningún humano puede controlarlo todo, y que me falta mucho camino por recorrer, si quiero consolar antes de ser consolada y comprender antes de ser comprendida, que deberé rezar y mucho, para que vuelva Jesús a morar en el corazón orgulloso de esta catequista, metida a acomodadora de cine.

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