martes, diciembre 13, 2005

57-Los Invasores de los viernes



Ficticia y Sensibilidades
17 de Agosto de 2004

¿Qué sería de mis crónicas, si la vida no me hubiera regalado el milagro de ser madre de Fernando?
A salto de mata vivo, entre remeras negras y “pins” multicolores (unos botones de plástico muy monos, con dibujos de cuanto personaje medio cochino ande por la tele, por si no conocen el vocablo). A salto de mata y sudores de los gordos, para mantener llena la heladera de tal modo que “Los Invasores de los viernes” encuentren un lugar mejor que la calle, donde dar curso a la “gregariedad” adolescente.
Sucede que, cual zanahoria delante del borrico, mi querido hijo sabe que, si cumple sus tareas escolares con un mínimo de decencia, los viernes puede venir a casa, con la cantidad de amigos que quiera. Una prefiere tenerlos cerca en estos tiempos, y está dispuesta a pagar el precio de escuchar la voz de la princesa de la casa, mi hija Mercedes, protestando por el estado de la tapa del inodoro, las paredes del pasillo llenas de impresiones digitales y los vahos sudorosos de cuatro o cinco varones después de una jornada escolar con taller y gimnasia.
Hasta ahí, “todo bien”, como dirían los mismos Invasores.
Si ustedes nos conocieran, a mi sufrido cónyuge y a esta servidora, verían que somos más formales que La Venus de Milo y La Victoria de Samotracia juntas, razón por la cual, este hijo admirador de la Bersuit y Attaque nos produce un ídem, sólo atemperado por el amor y las ganas de acompañarlo en su crecimiento.
El problema es que no se conforman los Invasores con la música en los equipos o en el walkman (versión actual de la Spika en la que mi viejo escuchaba las revoluciones militares trasmitidas por radio Colonia). Mi muchacho y sus amigos con tan sólo trece años quieren acción: ¡recitales en vivo, y en el “campo”!
La primera vez que hablaron de este tema yo pensé que estaban por ofrecerse como voluntarios infantiles en algún ejército, pero no, “el campo” es la parte central de los estadios en los que, de pie (es un decir, porque se mantienen saltando y gritando), permanecen los asistentes al concierto rockero.
En quince días Attaque 77 da un concierto en el estadio Obras y el tema se complica.Desde que comenzaron con estos planteos, los papás nos estamos convirtiendo en émulos del Cardenal Samoré en las disputas territoriales por la Cordillera de Los Andes: pura negociación e interconsulta.
No todos los padres son iguales. Los más jóvenes parecen dispuestos a ceder sin condiciones, y con tal de que los chicos estén contentos y/o los dejen tranquilos, otorgan los permisos sin más ni más, para sufrimiento de los menos permisivos.
¡A Fede lo dejan! ¡Y a Guido también! Es el arma persuasiva.
Entonces buscamos a Betty, mi paranoica y pelirroja compinche de espionajes escolares, que por suerte, está de acuerdo conmigo: ¡Al campo no! ¡Si quieren que vayan a platea con un adulto responsable!
La batahola que se armó en casa el último viernes fue digna de mejor causa. Mi adorado bebé es ya una persona que defiende sus ideas y que insiste en que ir a platea y con el padre, es cosa de “nerds”. Apelando a mi asesora mayor, pregunto: Meche: ¿qué es ser un “nerd”? Un traga, mami, un traga.
Los Invasores de los viernes parecen salidos de algún énclave hipernegro: negros de pies a cabeza, distan miles de kilómetros de lo que yo consideraría un tragalibros. Además lo único que tragan es la revista para desarrollar habilidades en la “play station”, jamás un derivado del papiro; así que no entiendo, digo, la relación entre el campo y los “nerds”, pero recurro a la lógica contundente: o platea o nada.
Francisco, el hijo de la pelirroja inicia el proceso de aceptación de lo irremediable y, poco a poco, convence a mi rebelde sin causa propio. Después Fede y Guido acuerdan a regañadientes, ya que sus jóvenes padres no están dispuestos a hacer fila para conseguir las entradas, ni a acompañarlos al estadio en la gloriosa noche.
Ergo. Esperen ustedes al veintiocho del corriente en que los informaré sobre la expedición de mi marido al rockero concierto, junto con los hombrecitos vestidos de negro de pies a cabeza.
Eso sí, si en estos días se les ocurre cómo camuflar en el estadio, a un señor de camisa, saco, corbata y anteojos avísenme, porque temo por su vida y mi viudez.

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