sábado, febrero 16, 2008

160-Diario para el encuentro (Nuevos capítulos de "Las brasas que despiertan")

Prefacio

Ya no están aquí, en esta Buenos Aires que amanece con el rosa y azul de palos borrachos y jacarandaes en flor por estos calurosos y húmedos días de febrero. Miquel y Apolonia, mis primos mallorquines, ya no están, les digo, entre el verde de los gigantescos gomeros y magnolias de la Recoleta ni taconeando el empedrado de San Telmo. Pero todavía me miro en los ojos claros de Miquel y escucho, en la voz y el tono de Apolonia, su mujer, el modo de hablar el castellano de la abuela Isabel, aquélla que me legara sus nostalgias envueltas en el hojaldre dulce de la ensaimada.

Nunca tuve un febrero tan intenso en emociones como este del 2008. Y por eso, antes de que se diluyan los ecos del reencuentro, voy a escribir este diario-crónica, que intenta reflejar una parte de lo vivido, para convertirlo en legado familiar para los Covas-Cobas, a uno y otro lado de “Las dos orillas”.

Sueños peregrinos

Con sueños peregrinos llegaron los primos mallorquines un tres de febrero a Buenos Aires. Porque, así como quien esto les cuenta siente la fuerza de su legado isleño, mi primo traía en su equipaje una consigna: “regresar a la Argentina”. Volver a esta tierra donde Antonio y Ángela, sus padres, vivieran la primera juventud para nunca regresar y hacer su vida y morir allá, en Mallorca, con eternas añoranzas pampeanas y preguntándose, sin encontrar respuestas…¿Qué hubiera sido si…?

Miquel y su mujer vinieron a responder esa pregunta. “La Meca” era Paso Mayor, un pueblito perdidísimo en el sur de Buenos Aires, del que apenas sabíamos el nombre, que se encontraba cerca de Punta Alta y que el ferrocarril pasaba por él en otros tiempos. Fue en Paso Mayor donde vivieron nuestros abuelos y nuestros padres ese pionero “hacer la América” a comienzos del Siglo XX.

La piel rosada de Miquel es parecida a la de mi papá, pienso, al abrazarlo por primera vez en Ezeiza. Y en Apolonia, vuelvo a escuchar a las amigas de mi abuela haciendo “la ronda” en la cocina de mi casa. Algo bueno debo haber hecho en esta vida, parafraseando a la protagonista de la Novicia Rebelde, porque de otra forma no se explican las magias que me vienen sucediendo…


Domingo 3 de febrero de 2008
De naves y de mares


Inmigración. Es el tema del día y creo que será el de todos los días que sigan a este primero. Buenos Aires y su gente. Los “tanos”, los “gallegos”, los “rusitos” y los “turcos”. San Telmo, sus conventillos y anticuarios, con Apolonia descubriendo objetos que su suegra guardara como verdaderos “tesoros” en algún cofre. La carterita de malla de plata, aquella taza de porcelana o ese otro cuaderno Rivadavia que, seguramente, se sentiría un tanto extraño entre almendros y olivares.

De inmigrantes, habla la iglesia bizantina a un costado del Parque Lezama donde entramos, con respeto hondo, a presenciar un bautismo según el rito ortodoxo ruso. ¡Cuánta ternura en los ojos azules de los padres y en el pelito rubio de los bautizados! Al alejarnos del lugar, las cúpulas acebolladas nos saludan con su azul que casi se confunde con el cielo dominguero y partimos a La Boca, para hablar de los italianos en Buenos Aires, de las casas de chapa pintadas de colores con los restos de pintura que sobraban de los barcos.
Para hablar de Quinquela, el hijo adoptivo de inmigrantes italianos, que garabateara en carbón su destino de colores, así como el de todos aquellos a los que su legado generoso, convertido en museo, lactario, teatro o escuela les acercara el arte, la salud y la cultura.

De barcos y leyendas, hablan la Vuelta de Rocha, Caminito y cada uno de los mascarones de proa que, asombrada, descubre Apolonia con sus ojos ávidos e inquietos mientras Jorge, mi esposo, disfruta de los cuadros de pintores argentinos alli expuestos.

Y de eso, de buques y de historias, de las idas y vueltas a través de los mares, dirán los tejados rojos del Barrio Cafferata cuando cuenten que nos vieron reunidos a los primos Covas-Cobas, de los dos lados del Océano, en este domingo de verano siendo testigos del encuentro el viejo jazmín que mi papá plantara y que este año está lleno de blancos jazmines perfumados y un gigantesco caracol, que nuestro primo Sebastià nos enviara para hacerse presente en el encuentro, a su manera.

Lunes 4 de febrero de 2008
Primos, primos y más primos


¡Cuánto disfruto de mostrar mi ciudad a quienes vienen de tan lejos…! Ya lo hice con Ángela, la hija de estos primos que ahora me acompañan y, tal vez en un tiempo, lo repita con Joana Aina, su hermana, que siempre me envía cds con hermosas fotografías espejo de la delicadeza de su espíritu y con Ricardo, mi sobrino político, que desde que recibiera mi mate de regalo se ha convertido en un matero consuetudinario. ¡La vida irá mandando, y ya veremos, pienso…!

En el paseo de este lunes nos acompañó Betty, la esposa de mi primo argentino, a la sazón, también Miguel…Ángel. Estos mallorquines y sus costumbres onomásticas ancestrales agotan al lector más avispado. ¿Verdad?

Deberemos admitir, amigos, que, si bien su intención fue honrar a los visitantes asistiendo a tan ambicioso tour, la prima Betty no estaba acostumbrada a largas caminatas y la que en este día me propuse fue…un tanto “extensa”, sobre todo con treinta y pico de grados de calor y una humedad que contradecía, como siempre, el nombre de esta ciudad. Admitamos, además, que las extremidades inferiores de la prima en cuestión no la acompañaban “en estado óptimo”, por lo que para ella, ese descubrir Buenos Aires fue peor que el tormento de Micaela Bastidas, la mujer de Tupac Amaru.

Así y todo, comenzamos el periplo por “el Centro”, con unas fotos de Miquel en Casa López, al lado de un caballo embalsamado y devenido en maniquí, con sus recados de plata (era como si papá hubiera regresado en el túnel del tiempo, se los aseguro) y continuó con ojos de admiración, ante la cúpula de las Galerías Pacífico y los bronces de la “Galería Boston”. Caminamos mucho mientras recordábamos a través de los lugares, a Mariquita Sánchez, en cuya casa se cantó nuestro Himno Nacional por primera vez, al General Mitre que tanto gastara zapatos en el empedrado de Florida, a Cortázar, que escribiera sentado a una mesa de la confitería London City. Perón, Evita, las Madres de la Plaza, Irigoyen, San Martín y tantos otros comenzaron a habitar los espíritus de Apolonia y de Miquel que, creo, disfrutaban de los Granaderos y los Patricios, la Manzana de las Luces o la Iglesia de San Ignacio, mientras procuraban absorber toda la historia en pocas horas con una avidez y un respeto inolvidables.

Bueno, eso sentía yo, porque la prima Betty daba muestras de agotamiento en su faz más vertiginosa y clamaba por un lugar a la sombra y por silencio. Ella vivía en Buenos Aires y tanto mármol y escultura la tenían a-go-ta-da. Decididamente, si no nos deteníamos un rato, la cosa no podía continuar. Una, que trataba de mantener la concordia a toda costa, pensaba cómo esta prima argenta no disfrutaba de los placeres que yo, como anfitriona urbana, estaba infligiendo a los visitantes. Algo dije, lo más sutilmente que pude, pero se ve que el concepto de turismo de nuestra argentina prima era un tanto diferente del que ostento. Por lo que, en pos de la armonía paseandera, hicimos un alto para el almuerzo, que devolvió fuerzas a mis torturados caminantes, permitiéndonos terminar la jornada con unas fotografías a Alfonsina Störni, Borges y Carlitos en el Café Tortoni, ante los resoplos de nuestra acompañante porteña, que se preguntaba a cada segundo cuándo terminarían sus desventuras, haciéndome temer por la unión familiar recién estrenada. Aunque, ahora que han pasado unos días, estoy comenzando a preguntarme, queridos lectores, si Apolonia y Miguel no debían estar tan agotados como Betty, pero por no desairar a su turística prima -o sea a mí- optaron por un silencio elegante dibujado de sonrisas...Quedará para la próxima vez averiguarlo.

¡Ah! Tratándose de primos y de regalos de la vida, debo dejar constancia de algo que para mí tiene un valor incalculable porque “casualmente” nos topamos con Guillermo, primo hermano de mi esposo, con quien me une una vida de asaditos y reuniones familiares compartidas y a quien aprecio y valoro enormemente. Mi corazón dio un brinco de alegría porque tuve, por un minuto, a representantes de muchos de mis afectos más entrañables reunidos en el lugar de mi ciudad que más quiero: la calle Florida. Digan ustedes si no es para destacarlo, amigos…y también para declarar el 4 de febrero como “Día Internacional del Primo” luego de tantos encuentros y vicisitudes vividos por los Covas-Cobas en la fecha.

(continuará)

Cati Cobas

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