jueves, marzo 30, 2006

86- Elogio del otoño (Caticrónica confesional)




Dicen que sólo los sabios son capaces de aceptar con dignidad sus propias contradicciones. Y no quisiera que mis nietos llegaran a pensar que su abuela fue una mujer muy necia. Es por eso que hoy me dispongo a escribir este elogio del otoño. Sí, amigos, después de haber dicho el año pasado que odio esta época , me siento a teclear un elogio para ella.

¿Qué el cambio de estación me tiene trastornada? Me tenía.
Lo irremediable ya se ha impuesto. Por más que ate, una a una, las hojas a los árboles, éstas seguirán cayendo, y por más que me empeñe, no volveré a tener ni quince, ni tan siquiera unos cuarenta abriles. Los médicos y abogados me parecerán, cada vez, más chiquilines y cada vez, necesitaré un poco más de aumento en los cristales de los anteojos. Evocaré, con más nostalgia, aquella callecita de mi barrio, aquel bolero inolvidable, o aquel hermoso día en que Allen me conmoviera profundamente con su primera película. Ahora, cuando todas las que veo me parecen repetidas, es cuando me impongo este deseo de simpatizar con el otoño.

¡Otoño! Este marzo Buenos Aires resplandece. No hace frío. Un sol brillante me acompaña en la caminata por el parque. El césped está recién cortado. Mi alma respira la esencia que brota de la tierra generosa, y comienza a sentirse agradecida.
Por el camino andado, por haber podido sostenerme en vendavales y tormentas de verano y primavera, otoño, yo te doy gracias. Por tener a mi lado un hombre bueno, por los hijos que crecen, por la mirada dulce de mi madre, te doy gracias. Porque estar llegando al otoño y permanecer entera, no deja de ser un milagro increíble, aunque las arrugas se empecinen en rodear los ojos, y cueste un poco más subir por la cuesta que el destino marca. Porque ahora reconozco que haber conservado a los amigos, así como tener otros muy nuevos, es recoger las mejores primicias de los frutos y los racimos más jugosos de la vendimia de este tiempo de nieblas y de noches más tempranas.
No importan ya las “pausias” sin remedio. ¿A quién le asustan los calores y sofocos? Una mujer valiente enfrenta erguida su destino, y deja de temerle al frío imparable que sobrevendrá de todos modos.

Yo me digo, mientras transito los senderos crujientes y dorados, si se ha sembrado amor y el agua del sudor y de las lágrimas regó la tierra fértil. ¿Por qué seguir diciendo que te odio, amigo mío? Quiero firmar definitivamente el armisticio y reconciliarme para siempre con tu esencia, que encierra uno de los mejores secretos que la vida nos sugiere, ya que si aprendo a amarte, Otoño, podré envejecer con dignidad altiva, y recibir al invierno, enamorada.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Querida Cati:

No había razón para tener resentimiento. Sucede que te ignorabas afortunada; puesto que has llegado a la edad en que los hombres aprenden a decir NO y las mujeres a decir SÍ. Etapa maravillosa cuando se le reconoce y se le aprecia, sobre todo cuando se le aprende a sacar ventaja.
Ya lo dijo Quino alguna vez, por boca de Mafalda: "Si la vida comienza después de los 40's, ¿por qué nos hacen venir con tanta anticipación?"

Te dejo saludos y muchos besos.

CATI COBAS dijo...

Muchas gracias, Lobo...Y muy acertada Mafalda, como siempre. Cati